GETAFE/Entrevista (29/03/2025) – Habla con voz dulce pero con determinación. La que ha conseguido tras cinco años luchando por que se haga justicia con su madre, una de las 7.291 víctimas de los protocolos de la vergüenza. El 12 de abril se cumplen cinco años y la memoria de Petra sigue viva en su hija, Maite Rodríguez. Esta es su historia; hay miles como ella.
Recuerda vívidamente la última vez que estuvo con su madre, que la sacó de la residencia a dar un paseo, comer en casa y tomar un café en La Cibelina. Luego llegó la oscuridad, el encierro por la pandemia, la muerte de su madre y la culpa. Maite Rodríguez es una de las 7.291 víctimas de aquellos protocolos de la vergüenza que dejaron a Petra indefensa ante el Covid. Su hija, cinco años después, aún no ha conseguido saber cómo murió: ni si le administraron mórficos en las últimas horas o si estaba sola o acompañada en la habitación.
Durante muchos meses vivió para superar el duelo y pasar página. Pero llegó el libro de Alberto Reyero a sus manos, Morirán de forma indigna, y la rabia le hizo dar un paso adelante de la mano de la asociación 7.291: Verdad y justicia. Esta es la historia de una lucha, personal y pública, que ahora ha pasado a un plano nacional tras participar en el programa Lo de Évole dedicado a lo sucedido en pandemia: el asesor de Isabel Díaz Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez, con un tuit en el que ponía en duda la historia de Maite la colocó en primer plano. Y ella no se arredra. “Nos sentimos como David, pequeñitos, contra Goliat, que es la administración y que tiene todos sus medios para todo”. Pero sigue luchando para corregir la injusticia y que no se vuelva a repetir.
¿Cómo fueron las últimas semanas de Petra?
“Estábamos muy contentos: por aquel entonces vivíamos en Getafe Norte y ella estaba en la residencia Los Ángeles. Yo venía de trabajar, bajaba del tren, pasaba a verla o mi hijo iba a entrenar al polideportivo Juan de la Cierva y pasaba un rato con la abuela. Estábamos prácticamente todos los días allí con ella un rato. Llevaba menos de un año y nos pilla la pandemia. Cierran las residencias y habíamos estado con ella el domingo anterior, nos la habíamos llevado a comer, a casa, habíamos estado paseando, habíamos ido luego a tomar café a La Cibelina… Y cierran las residencias el lunes. A los pocos días ya nos encierran a todos”.
¿Y cambia la situación?
“Cambió totalmente. Al principio sí que debían estar compartiendo los lugares comunes, pero llega un momento que les encierran en las habitaciones y ya no salen de allí. Y sí que notamos un deterioro cognitivo en mi madre tremendo. Ya no sabía qué día de la semana era. Hablábamos con ella, pero era un show, porque solo podías llamar a la residencia de cuatro a seis. La familia nos poníamos de acuerdo para llamar solo uno para no colapsar la línea”.
¿Y cómo la encontráis?
“Se enfadaba porque decía ‘No venís a verme, me habéis abandonado aquí’. Fue muy duro. Llamaba todos los días y de repente un día por la mañana suena el teléfono en casa y era la doctora de la residencia. Nos dice que probablemente tenga Covid, que no lo sabe porque no tiene test para hacerle, pero que el cuadro es fiebre alta, mucha tos, ya no saturaba bien y nos dice que la va a dejar en la habitación sola y que nos irá contando a ver cómo evoluciona. No consigo recordar bien si eso fue el día 5 o el día 6 de abril. Y ya no volvemos a hablar con mi madre, ya es imposible. Cuando hablamos con la doctora nos dice que no puede hablar, que ya está en un estado terminal. Pero estuvo así seis días”.
¿Y cuál fue tu reacción?
“Lo primero que pregunto es si ya está en el hospital, si la ha recogido la ambulancia. Y de primeras, la doctora no nos decía nada. A ella no la culpo. Yo reconozco que perdí un poco los papeles, y ya me dijo: ‘Es que no podemos derivarla al hospital. Las ambulancias no vienen’. Y quise ir yo con el coche y llevarla al hospital pero me dijeron que no podía sacarla de allí. En ese momento te bloqueas, no entiendes nada. Cuando volví a hablar con la doctora tres días más tarde, nos decía lo mismo: que no salía nadie de la residencia a los hospitales, que tenían orden de no derivar a los hospitales, que lo tenían prohibido y que no podían llevarla”.
Maite Rodríguez tiene que contener la emoción al recordar esos momentos, presentes cada vez que intentaba dormir, pero también desdibujados en un momento en el que todo un país estaba en shock. La duda de lo que pasó en esos últimos días de su madre la ha acompañado en los últimos años. “La doctora en la residencia nos dijo tres días antes de fallecer que sí que le habían puesto mórficos para que estuviera tranquila”, pero después de hablar con muchas residencias es consciente de que allí no tenían esos medicamentos. “No había de nada”. Preguntó por si tenía ayuda, si la residencia se había medicalizado porque “se suponía que los médicos y enfermeros de Primaria iban a ir a las residencias, pero la doctora nos reconoce que están haciendo lo que pueden con lo poco que tienen y que tienen un porcentaje de la plantilla altísimo de baja”.
El personal de las residencias “antes, durante y ahora, es precario: los trabajos feminizados son más precarios que los demás. El panorama fue demoledor, la verdad”. Y recibes la llamada fatídica. “Me llaman el 12 de abril para decirme que ha fallecido y que ya me llamarán para darnos las cenizas y para devolvernos sus pertenencias. A mí en ese momento me importaban un pito las cenizas, las pertenencias y todo lo demás: no conseguí que nadie me dijera cómo había muerto mi madre. ¿Estaba en su habitación? ¿Cómo les vais a tener aislados si las habitaciones son de dos? No me contestó. Llamé varias veces a la directora a la residencia, que también estuvo de baja: cuando conseguías que te cogieran el teléfono, nadie daba respuesta”.
Los datos dicen que uno de cada cinco residentes falleció. “Es como jugar con una ruleta rusa. Con el tiempo y con las estadísticas que se han hecho después, se sabe que aquellas personas que vivían en residencia y que sí que les llevaron a hospitales o recibieron ayuda, se salvaron el 65%. De esas 7.291 víctimas de los protocolos se podían haber salvado 4.000. Es que es horrible. Son unas cifras de guerra. La magnitud de todo esto nos sobrepasa y me parece tremendo que a día de hoy la justicia esté desaparecida”.
¿En qué punto judicial estáis los familiares?
“Punto uno: la Fiscalía de Madrid no ha actuado de oficio; punto dos, las primeras querellas que se presentan, se archivan, y ahora, en esta última denuncia, que somos 109 familias y se presentó en octubre del año pasado, la Fiscalía lo ha estado alargando, nos ha repartido entre las diferentes fiscalías de Madrid después de haberlo tenido un montón de tiempo retenido, porque el tiempo corre en su favor: esto prescribe a los cinco años. Tenemos que esperar a ver cuántas de ellas se judicializan, y a ver luego cuál es la reacción de los jueces. Con una que se judicialice y se admita, tenemos seis meses más de prórroga, que es un pequeño respiro, al ser denuncia conjunta. Estamos con los dedos cruzados esperando una jueza como la de Catarroja, que sea valiente y que se atreva a seguir. Nos sentimos como David, pequeñitos contra Goliat, que es la administración que tiene todos medios para todo”.
¿Tuviste claro desde el principio que ibas a denunciar?
“De primeras, la verdad es que me quedé en shock. No supe reaccionar. Estuve cuatro meses con psicólogas que se ofrecían voluntarias cuando todavía estábamos encerrados. Mi problema era la culpabilidad, el sentir que podía haber hecho algo más: cómo no cogí el coche, me fui a la residencia y la saqué de allí y me pegué con quien fuera. Mi primera batalla fue contra mí misma. Cuando consigo que eso deje de doler y puedo volver a dormir, estoy mucho tiempo que no quiero leer nada del tema, que no quiero saber nada, no me encuentro fuerte”.
¿Y entonces llega el libro de Alberto Reyero?
“El libro de Reyero, los protocolos de Infolibre, toda la movilización de esa primera fase de investigación que sí que se abre en la Asamblea de Madrid. Ahí ya me empieza a hervir la sangre, y tengo claro que a mi madre no la mata el Covid, tengo claro que son los protocolos de la vergüenza los que han matado a mi madre y a otras 7.290 personas. Entré a formar parte de 7.291: Verdad y justicia. Es lo mejor que pude hacer, me ha ayudado mucho. Este no es un problema de las familias, este es un problema de la sociedad. Ha sido el vehículo para canalizar mi rabia y hacer algo, lo que se pueda”.
No había excusas en aquellos días de marzo y abril. “Había otras medidas: no me vale con que los hospitales estuvieran llenos, porque las residencias se podían haber medicalizado o el personal de Primaria podía haber ido a las residencias, o haberles llevado a IFEMA, pero entonces las estadísticas del hospital milagro no hubieran sido las que son; o haberles derivado a hospitales privados, donde quedan camas libres; o llevarles a hoteles medicalizados… les estás firmando una pena de muerte cruel y agónica. Las trabajadoras de residencias cuentan en el documental cómo morían aferrados a las barras intentando respirar”.
Le duele que pongan en duda su testimonio, su experiencia. “¿Cómo puedes tener la desfachatez de decir a las familias que todo es mentira, que estamos manipulados, que somos peleles, que no tenemos conocimiento y que estamos manipulados por los partidos de izquierda?”. Se ha documentado que “es la primera vez que hay una discriminación por el lugar de residencia: si mi madre hubiera estado en casa, la hubiéramos podido llevar al hospital. Se les discrimina por edadismo, porque, obviamente, las residencias eran personas mayores; por capacitismo, porque en los protocolos se reconocía que las personas que estaban en silla de ruedas, como mi madre, no podían ser llevados a hospitales. Y si a nivel cognitivo también tenían un deterioro, en unas escalas concretas, tampoco se les derivaba. Y también se les discrimina por pura aporofobia, porque si mi madre hubiera tenido un seguro médico privado, una ambulancia privada la hubiera recogido. Me parece patético que cinco años después tengamos que seguir aguantando insultos y humillaciones, mentiras de las personas que provocaron esta situación. Y no son otras que el equipo de Isabel Díaz Ayuso y toda su corte”.
Maite se siente fuerte para seguir luchando. “A mi madre ya me la han matado, eso no lo voy a recuperar, pero, por lo menos, tener la certeza de que se hace justicia, de que podamos cerrar nuestro duelo. Y siento esa responsabilidad de que algo tenemos que hacer para que esto no vuelva a pasar”.
A pesar de todo, Maite se siente agradecida. “Hacia esas trabajadoras de residencias que todos los días, y a pesar de todo, están ahí currando, que las ves cómo se acercan y les acarician y siempre tienen un mimo. A gente como Reyero, que dio la cara, que se plantó: ojalá hubiera más políticos así. Estoy muy agradecida a los periodistas que nos estáis dando la oportunidad de contar nuestra parte de la historia. Al abogado que tenemos, Manuel Rico, que está haciendo esto de forma totalmente altruista y no habría dinero para pagarle. Y a Juanjo Castro, que era un documentalista, un director de cine, que lee el libro de Reyero y decide investigar y hacer un documental como 7.291, donde lo único que hace es dar voz”.
Maite no había participado en entrevistas, pero cuando Évole propone un reportaje sobre la pandemia, se ofrece voluntaria. “Esto era una cosa que dolía mucho, pero el equipo lo pone muy fácil, son superagradables”. En su fuero interno se repetía “no llores, contrólate, acuérdate del yoga”. No sabía lo que se iba a utilizar para el programa, “era un bloque pequeñito en un programa sobre la pandemia”.
Quedó con su familia, “mi marido, mi hijo y la novia de mi hijo”, para sentarse frente a la televisión. “Era como un pequeño homenaje a mi madre. Los cuatro viendo el programa, en silencio, contenidos, llorando, sin llorar…”. “Cuando se acaba el programa ya empezamos a coger los teléfonos”. Cientos de mensajes y uno en mayúsculas que pone IMPORTANTE con el pantallazo del mensaje de Miguel Ángel Rodríguez, asesor de Isabel Díaz Ayuso: “Bien: ya tengo comprobado que la primera señora que sale en #lodesimon no tenia a su madre en ninguna residencia de la Comunidad de Madrid. Vamos a ver el resto”.
“Cuando lo leo, lo primero que pensé es qué cobarde. Qué cobarde, porque a ellos también les llamaron del programa. Estás usando una estrategia de guerra, estás deshumanizando al enemigo, a quien tienes enfrente. Da tus argumentos, di lo que consideres, a ser posible, que no sea mentira, que ya es mucho pedir, pero argumenta. ¿Por qué lo hiciste? Si ha sido un error, reconoce que ha sido un error. Si no ha sido un error, asume tus responsabilidades, que eres un cargo público. La Comunidad de Madrid no solamente aprueba estos protocolos, sino que hay cuatro documentos con cuatro fechas distintas. Esto no es un error. Y luego pienso que es muy miserable también. Es una actitud tremenda que una persona como él, con un cargo público y con todo el poder que tiene, se permita el lujo de a mí, que soy la más llorosa del programa, que luego me daba un pudor horroroso verme, me intente atacar, desprestigiarme”.
Al día siguiente, M.A.R. tuvo que rectificar. El abogado de la asociación a la que pertenece le sugirió emprender acciones legales contra él. Maite rechazó la idea. “Me parece que es hacerles el juego. Esto es una cortina de humo para que perdamos el foco en lo importante. Lo importante no es que a mí me insultes, lo importante es que a mi madre la has matado y la has matado porque no le has dado ninguna oportunidad de luchar por su vida. Y cuando ha llegado el momento fatal, no ha tenido ni unos cuidados paliativos para hacerle esos seis días más llevaderos”.
Sobre Miguel Ángel Rodríguez “sigo pensando que no se merece el puesto que tiene, ni cobrar un sueldo público. Han sido ellos los que han causado este dolor, si tuviera un ápice de dignidad, que no la tiene, hubiera dimitido hace mucho tiempo”.
Petra había nacido un 29 de junio de 1932, el día de san Pedro, y con tal patrón así recibió su nombre. “Mi pobre madre, como muchísimas personas de su generación, tuvo una vida muy complicada”. Nació en una familia humilde “en un pueblecito de Segovia, una pedanía de Riaza”, en los albores de la Guerra Civil. “Con ocho años la llevan a servir a una casa en Aranda de Duero”.
Cuidando niños, siendo ella apenas una niña y trabajando en el servicio doméstico como interna. Toda su vida ha limpiado en casas, por horas. “Ninguna de sus señoras cotizó por ella y apenas le queda una pensión de viudedad de unos 600 euros. A finales de los años 60, Petra y su marido vivían “en una casita cerca del edificio Philips de la M-30”.
Pero se hace el plan de la autovía de circunvalación y les desahucian, “les echan de allí, les desalojan y les envían aquí, a Getafe. Lo de Getafe fue pura carambola”. En el año 71 nacía Maite en el pisito de 50 metros de la calle Leganés, en La Alhóndiga en el que vivían. Sin ascensor. Y ese es un dato importante porque marca la razón por la que Petra tuvo que ir a una residencia. “Mi madre tenía un problema de artrosis severa, con las rodillas muy fastidiadas y, lo de subir y bajar escaleras ya se le hace imposible”. Primero estuvo en Pedrezuela, “que está lejísimos y que solo nos permite ir a verla los fines de semana”.
Tras un año pudo volver a Getafe, lo que le permitió visitarla prácticamente a diario… hasta que llegó la pandemia.