La democracia solo se da cuando los pobres tienen el poder.
Aristóteles
GETAFE/Todas las banderas rotas (20/02/2025) – Los nazis, antes de su llegada al poder en Alemania en 1933, ya preparaban lo que ellos llamaban la “solución final”, que, en 1940, consistía en trasladar a los judíos a Madagascar pero, al fracasar ese plan, decidieron proceder a su envío a campos de concentración donde, metódica y masivamente, casi los exterminan.
¿Lo que el Estado de Israel está haciendo con los palestinos (y lo que pretende hacer con la ayuda de Trump) es una respuesta a esa historia de sistemática masacre? ¿Es el ojo por ojo? Alguien debería de advertir a los judíos que esa venganza –en cabeza ajena porque no fueron los palestinos los que les llevaron a los campos de exterminio- no hace más que justificar toda esa negra historia porque el mensaje que nos transmiten es que, cuando un país tiene la fuerza para masacrar a todo un pueblo, no solo puede hacerlo, sino que está bien que lo haga: por eso Alemania, gobernada por los nazis, lo hizo con los judíos, e Israel, gobernada por una ultraderecha fanática, lo está haciendo ahora con los palestinos; no encuentro diferencia.
Esto se deriva de que Trump no es un loco como pretenden algunos, sino un necio, emborrachado de poder, que entiende la relación entre países, es decir, la política internacional, como el juego que se establece entre empresas en el que la que más puede más beneficio obtiene y en el que vale todo para alcanzar ese objetivo: el mayor beneficio posible. Por eso, su empresa (Estados Unidos) pretende convertir Gaza en una especie de nueva Miami Beach donde hará grandes negocios turísticos y cualquier otro que se cruce en su camino.
Es verdad que ese territorio no le pertenece; también es cierto que antes tendría que desalojar a los gazatíes que aún sobreviven a la guerra provocada por su amigo Netanyahu (igual que cualquier fondo buitre hace con los inquilinos de un edificio en el que quiere instalar apartamentos turísticos); no menos cierto es que no les ha preguntado a esos mismos gazatíes si quieren abandonar su tierra y emigrar forzadamente a otro país; quizá olvida (o, más bien, no le importa) que ese plan sea radicalmente contrario a toda legalidad internacional… Bueno, pero (pensará él) estas cosas son los inconvenientes normales que cualquier empresario encuentra cuando emprende un negocio importante que, si le sale bien, le proporcionará grandes beneficios y ese es el único objetivo a tener en cuenta: obtener beneficios, cuantos más, mejor. Es decir, esos inconvenientes no son motivo para dejar de hacer lo que le interesa.
Muchos dirigentes políticos de países y partidos, así como de organizaciones internacionales se han echado las manos a la cabeza y, con más o menos vehemencia, han protestado y dicen que esto no puede tolerarse, que Trump se está cargando el orden internacional, que hay que pararle los pies… Lo que no se ve es como piensan pararle o si tienen una voluntad real de hacerlo.
Porque, además, hay más cosas de las que preocuparse. Es ese mismo Trump el que dijo antes, durante y después de la campaña electoral que ganó, que inmediatamente obtenida su victoria, acabaría con la guerra de Ucrania provocada por Putin, otro amigo suyo. Así que las empresas (Estados Unidos y Rusia) de estos dos personajes están negociando la manera en que el final de esa guerra beneficie más a cada uno de ellos. También hay aquí algunos inconvenientes “normales” para el negocio: que la guerra se desarrolla en Europa y es engorroso tener que contar con la Unión Europea que es una organización que dice estar más de acuerdo con Ucrania que con Rusia; que incluso la propia Ucrania que está poniendo el territorio y los muertos quiere participar en esas negociaciones, y esto es otro engorro; que, como en el caso de Gaza, algunos puristas recuerdan que una guerra de agresión como es esta va en contra del derecho internacional…
Bueno, ambos amigos están pensando que quizá tendrán que hacer alguna concesión pero parecen decididos a seguir adelante con sus planes porque los beneficios se adivinan muy jugosos. Ellos lo tienen claro: los amos de la empresa no tienen ninguna obligación de contar con los afectados (tampoco ninguna necesidad).
Estados Unidos no tiene ninguna duda de que el poder lo ejerce quien tiene el dinero; así ocurrió cuando, en julio de 1944, se adoptaron los acuerdos de Bretton Woods, momento en que la producción industrial de EEUU era más del doble de la producción anual del período 1935-1939 y se concentraba en ese país cerca del 50 % del PIB mundial con menos del 7 % de la población; además, por entonces, EEUU producía la mitad del carbón mundial, dos tercios del petróleo, más de la mitad de la electricidad e inmensas cantidades de barcos, coches, armamento, maquinaria, etc. Por eso aquellos acuerdos se hicieron a la medida de lo que convenía entonces a EEUU.
Acabada la segunda Guerra Mundial, con la Conferencia de Yalta, los acuerdos de Bretton Woods, la creación de las Naciones Unidas y de la Unión Europea se originó un nuevo orden, un sistema imperfecto y con muchas dificultades, pero que permitió que la llamada sociedad occidental viviera una larga época de paz y bienestar basada en principios democráticos. En estos días estamos asistiendo al derribo de todo eso y al nacimiento de otro “nuevo orden” pero, esta vez, sin el componente democrático de aquel.
Así que actualmente, piensan Trump y sus amigos, hay demasiada regulación internacional, demasiado multilateralismo, demasiadas organizaciones y convenios en los que todos los países, independientemente de su potencia económica, tienen el mismo poder de decisión, aquel sistema se había alterado en su perjuicio. El actual es un modo de entender las relaciones internacionales que está en las antípodas de lo que Trump entiende que deben ser, así que llegó, pegó un puñetazo en la mesa y, decidido a alterar las reglas del juego mediante la imposición de aranceles y otras “cosas”, prometió a sus conciudadanos volver a aquellos buenos viejos tiempos; otras “cosas” como dar por buena la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania, la apropiación de un buen pedazo de ese país y la prohibición de que pueda unirse a la OTAN en el futuro, siempre que Estados Unidos se apropie de las tierras raras ucranianas y otras ventajas estratégicas y económicas. Y todo esto lo están negociando ambas empresas (EEUU y Rusia) sin la presencia de Ucrania ni Europa en la mesa de negociación. Con la conversión de Gaza en un enorme resort para disfrute de las grandes fortunas, el panorama está completo.
Estados Unidos, hasta ahora aliado de Europa, con la llegada de Trump ha devenido en adversario. ¿Cuál habría de ser la reacción de la UE en este contexto? Si sigue mostrando la misma debilidad, la misma desunión y la misma falta de claridad y firmeza en la defensa de sus intereses y principios, estará coadyuvando a que se cumplan los planes de Trump y Putin. Por tanto, solo la unión y la firmeza en la defensa de la democracia y la paz, que es lo que originó su nacimiento, dará a los demócratas –sean de izquierda o de derecha- alguna esperanza.
En algún momento deberemos hablar de ética y humanidad, de cómo entienden Trump y sus amigos esos conceptos. Y de democracia: ¿alguien sabe en qué lugar de sus negocios ponen Trump y sus amigos a la democracia? O, más directamente: ¿la democracia tiene algún lugar en sus negocios?