GETAFE/Todas las banderas rotas (23/01/2025) – El comienzo del alto el fuego en Gaza ha supuesto un ‘chute’ de alegría y optimismo en ambas partes: en Israel, entre los familiares de los que aún están secuestrados por Hamás porque acaba su angustiosa espera; entre los palestinos porque van a dejar de recibir la ración diaria de bombas y podrán volver a donde estaban sus casas. Evidentemente hay diferencias entre ambas partes: en el ataque del 7 de octubre de 2023 murieron unos 1.200 israelíes; en la venganza posterior desencadenada por el Estado de Israel, han muerto hasta el 13 de enero de este año, según las autoridades gazatíes, 46.565 personas, entre ellas 17.492 niños y, además, se estima que hay más de 11.000 cuerpos bajo los escombros. Pero The Lancet (la más prestigiosa revista médica británica) calculó, a mediados de julio de 2024, que la cifra real estaría entonces en torno a las 186.000 personas (el 8% de la población total de la Franja) teniendo en cuenta la destrucción del sistema sanitario, la concentración de población civil en zonas sin las más mínimas condiciones de higiene y la falta de agua potable y de alimentos, que ha ocasionado una hambruna en toda la región a lo que se ha añadido últimamente el frio y las negativas condiciones climáticas, circunstancias todas estas, que se han cebado, principalmente, en los niños.
Cuando se declara una tregua en cualquier conflicto armado es normal que haya un sentimiento de alivio en las dos partes como ocurre en esta ocasión. Pero también en esto hay diferencias: los judíos podrán abrazar a los rehenes que aún estén vivos o podrán dar sepultura a sus muertos con todos los honores; entre los palestinos habrá muy pocos que no tengan algún familiar muerto, volverán a un país destrozado hasta los cimientos y su día a día será el de antes: la ocupación y las violaciones de todos sus derechos, sin bombas pero también sin país.
A partir de ahora –si el pacto sale adelante en su integridad, lo que aún está por ver- no se puede esperar el fin del conflicto; como hemos visto en otras ocasiones, seguirá una tregua intermitente o, de manera más precisa, una guerra intermitente porque el problema sigue ahí, la injusticia histórica no se ha resuelto. Lo grave es que no hay esperanza de que se resuelva nunca porque el Estado israelí es un Estado imperialista y, por tanto, expansionista, que tiene como objetivo expulsar a los palestinos de lo que considera la ‘tierra prometida’ por su dios.
Puede esperarse que, con mayores o menores dificultades, se cumpla la primera fase del acuerdo pero no creo que se complete, que llegue más allá de una retirada parcial del ejército israelí hasta donde ellos consideren que sirve a sus intereses defensivos y el intercambio de los rehenes judíos por presos palestinos. Seguramente entrará una mayor cantidad de ayuda humanitaria por el paso de Rafah, y poco más. Sin un plan de paz justo, con apoyo serio de la comunidad internacional volverá a reproducirse la situación anterior, y no parece probable que eso vaya a ocurrir teniendo en cuenta que quien gobierna Estados Unidos es Donald Trump que está absolutamente alineado con Netanyahu y los miembros más intransigentes del gobierno de Israel.
Claro que está muy bien el acuerdo porque, al menos durante un tiempo, no habrá bombas y podrá entrar la ayuda humanitaria pero una paz temporal y débil no es lo mismo que el derecho a vivir libre en la propia tierra; como dice la periodista gazatí Afaf Al Najjar, “Los altos el fuego no son paz, son momentos de tranquilidad en una tormenta sin fin», si no llegan «la justicia, la dignidad y la igualdad». Es decir, nadie puede pensar que se ha llegado al fin del conflicto; es una bocanada de aire fresco, un momento de esperanza, pero el problema seguirá en pie mientras persista la injusticia histórica que Israel y la comunidad internacional vienen cometiendo con Palestina desde que la ONU aprobó la Resolución 181 el 29 de noviembre de 1947 y esta resultó tan incumplida como todas las que vinieron después.
A partir de aquí, lo que puede pasar es que la situación se congele, con la población de Gaza dependiendo nuevamente de la ayuda humanitaria y con la mayoría de los gazatíes que hoy están desplazados sin lugar donde volver porque sus casas están destruidas, así como las infraestructuras necesarias: centrales eléctricas, hospitales, escuelas, carreteras…
Otro problema esencial es quien gobernará Gaza de aquí en adelante. Evidentemente, Israel pretende mantener el control y no permitirá que gobierne Hamás como hasta ahora; tampoco quiere que lo haga la Autoridad Palestina, al menos en tanto no se reforme de manera que responda a sus intereses. Por otra parte, Hamás sospecha que, una vez que Israel haya recuperado a los rehenes (que serán devueltos en la primera fase del plan), reanudará las hostilidades. Es decir, si antes de poner en marcha el plan, ya despunta la desconfianza mutua, no es fácil confiar en su éxito.
La buena noticia es que durante un tiempo dejarán de caer bombas y de sonar los disparos y, en una pequeña medida, el dolor se mitigará. Pero, ¿de qué ha servido todo este tiempo de sufrimiento? Quizá el conflicto haya adquirido unas condiciones que haga mucho más difícil su solución, especialmente la de los dos estados. Como he leído en algún sitio, este acuerdo “es el principio de casi nada”.
De lo que estoy seguro es que la industria de las armas ha ganado muchos millones con esta guerra. Y no me cabe ninguna duda de que en Nueva York, Londres, Moscú, Pekín y otras capitales ya hay potentes grupos financieros que estarán calculando los beneficios que sacarán de la reconstrucción de Gaza.