GETAFE/Reportaje (23/11/2024) – El 29 de octubre todos los ojos se viraron hacia Valencia. Primero con estupor por la cantidad de agua que bajaba por los cauces, luego con asombro por las personas, viviendas y vehículos afectados y por último con horror por las víctimas que comenzaron a sumarse. Y en medio de esas sensaciones, la solidaridad de la gente, que comenzó a gestarse desde todos los puntos del país. Getafe no podía ser menos.
En las mentes de Isidro, de Alberto y de Demetrio, como en la de tantos otros comenzó a nacer la necesidad de ir a ayudar, de colaborar en lo que se pudiera. El Ayuntamiento de Getafe se movió rápido y avaló que Protección Civil, Policía Local y LYMA se desplazaran a las localidades más afectadas, centralizando también la salida de otras policías locales de Madrid.
Se han recogido donaciones de ropa, alimentos y material de limpieza; y también se han recaudado fondos y promocionado que se hagan aportaciones a Cruz Roja, con la cultura como punta de lanza. Getafe ha puesto su corazón en Valencia y trata de paliar los efectos de la devastación.
“He llorado mucho”, pero Isidro Fernández, jefe de personal de Protección Civil de Getafe, no duda que volvería a echar una mano en Valencia. “El mismo día 29 de octubre ya vimos que algo complicado se avecinaba”. Las imágenes, que no hacen justicia a lo vivido, eran dantescas. Y desde la unidad de Getafe se pusieron en alerta desde el primer momento. “La solicitud nos viene a través de ANAV, la asociación de agrupaciones de voluntarios de Protección Civil de toda España”, de la que además es presidente el mismo que dirige el cuerpo de Getafe, Arturo Fuentes.
Salieron apenas dos días después de la catástrofe nueve voluntarios hacia la zona cero, con suministros para hacer frente a los días allí, tiendas de campaña, lo necesario para ir casi, casi, a un territorio de guerra. Hacia Chiva ya comienzan a verlo todo negro. Se acabaron las risas y “te entra la depresión. Madre mía lo que estaba pasando. Te choca mucho ver gente que no tiene para comer, gente que ha perdido todo, gente llorándote”. Casi cuatro décadas en la unidad no le habían preparado para lo que vivió en Valencia. “Me caí abajo. Me caí, mis compañeros igual. Curramos, tragamos saliva para adentro, tirábamos de pala, tirábamos del cepillo, retirábamos barro como podíamos, porque no había medios pesados en el lugar en ese momento, y ayudamos en lo que pudimos”.
Y luego al llegar la noche al polideportivo trataban de sacarse una sonrisa entre ellos. “Dar las gracias porque estamos aquí, estamos ayudando en lo que podemos”. Los primeros días fueron Paiporta y Benetúser, luego ya se unieron al resto del convoy getafense en Picanya. Isidro no ve las noticias. No puede. “Me vienen los recuerdos de lo que he pasado. Me emociono”.
Le vienen imágenes de las historias de la gente. Como la de una señora que no dejaba de mirarle cuando estaba repartiendo comida. “Me acerqué a ella para preguntarle si le pasaba algo. Y llorando me dijo que no tenía comida en casa, que no tenía nada. Y que no se había acercado porque no le gusta pedir. Le preparamos cuatro bolsas de comida y no te puedes hacer una idea: la mujer llorando, nosotros llorando, agarrados ahí unos con otros. Una emoción tremenda”. O unos niños de siete u ocho años que se acercaron a él buscando a su perrito “marrón, pequeñito. Son cosas muy emocionantes. O entrar en un bar a sacar barro con palas, que había más de un metro”.
Llegó a quitarse sus propias botas para dárselas a un señor que “lo único que pedía era un calzado para seguir quitando barro. Me quedo sin botas, me da igual. Me pongo los zapatos, me rompo la otra bota, no lo sé, pero este señor no se queda sin botas”.
Y allí la gente le daba lo que no tenía. Un termo de café, unos bocadillos en algún momento. Y vuelta al barro, a seguir haciendo lo que se podía, porque “no había camiones, no había contenedores, no había máquinas, no había nada. Te buscabas la vida como podías”. Con la ambulancia atendían las incidencias que se presentaban: “cortes sobre todo, pero también tuvimos que trasladar a una embarazada al hospital porque estaba a punto de dar a luz”. Isidro da las gracias al Ayuntamiento “que nos ha amparado y apoyado en todo”. Y “si el pueblo lo necesita, allí voy a estar”. En Valencia dejaron todo el equipo que llevaban: cepillos, guantes, botas, comida… todo lo que pudiera ser de utilidad. “No sabes la cantidad de lloros que hubo en ese momento”.
Son los primeros en llegar cuando hay una urgencia de limpieza en Getafe. El servicio de Selur, con Alberto Blanco al frente, tenía claro que en Valencia podían ayudar, y fueron los primeros que se unieron al convoy que se organizó desde el Ayuntamiento y que salió unos días después de la catástrofe. “Ya lo hicimos con Filomena y en este caso pedimos voluntarios. Se ofreció todo el mundo”.
Hasta Valencia trasladaron “dos grúas grandes, dos portacontenedores, uno de ellos con grúa para coger leña y enseres. Y luego llevábamos unas pickups para podernos mover porque no sabíamos las circunstancias del suelo ni nada. Aparte, unas hidrolimpiadoras y vehículos pequeños”. Además de material como palas, cepillos, rastrillos, mascarillas, en un furgón, e incluso una miniexcavadora.
26 compañeros de LYMA de Selur, RSU y limpieza viaria colaboraron en la limpieza en Picanya. Con el asesoramiento de un arquitecto municipal del lugar comenzaron a trabajar “calle por calle: era una zona con casas bajas. Luego nos pusimos en una avenida, que era una zona de mucho tránsito y necesitaban evacuar todo lo que pudiéramos”. Allí muchas vidas sobre el barro, coches unos sobre otros. “Ver toda una vida en la calle es duro”, pero había que hacerse coraza y ayudar en lo posible.
“Había mucho lodo, muchas cosas, zonas en las que olía un poquito raro…”. La respuesta de la gente ha sido “incalculable. Salían y te abrazaban como si fueras un hijo suyo o un hermano o un padre: te daban agua, te daban café, te sacaban un sándwich”. El agradecimiento mutuo era la constante. “Habéis venido a salvarnos”, les decían. Entre la tristeza, como la de un hombre de 80 años que había perdido su coche. “Estaba esperando que nos lo lleváramos y decía: ‘Por favor, tratádmelo bien’. Me da mucha pena, aunque vaya para el desguace”. Lágrimas por doquier.
Y un vecino contando las horas que estuvo aguantando en el agua agarrado hasta que bajó el nivel del cauce. Al día movían casi un centenar de coches y otras 20 cajas de unos 20.000 kilos cada una de enseres. “Allí no paraba la excavadora”. También recogían la basura que ya comenzaba a generar olores. Dormían en el polideportivo, comían un bocadillo y seguían con la labor. “Hambre no se pasaba”. Cada cuatro días han cambiado el equipo allí, que acaba desfondando, física y mentalmente con jornadas de 10 horas de trabajo. La generosidad del Ayuntamiento de Getafe y de la ciudad “que ha prestado sus servicios, es de tener mucho corazón”.
La Policía Local de Getafe fue el otro polo que armó en el convoy para ayudar a Valencia en los efectos de la DANA. Demetrio Martin, responsable de la Unidad de Medioambiente de la Policía Local de Getafe, explica que “esperamos a tener ese respaldo legal para poder acudir allí: la mejor manera de ayudar es estando organizado”. Un Decreto de Alcaldía les permite ejercer “uniformados” sus funciones allí con coordinación de las policías local.
Demetrio llegó de avanzadilla del convoy a Xirivella, el domingo. En Picanya comenzaron a organizarse. “Era increíble cómo estaba aquello”. Un pequeño puesto de mando que se había montado les organizó para facilitar la movilidad de vehículos y de personas y también para coordinar la zona del banco de alimentos. Hasta allí se desplazaron 12 policías que atendieron también labores en Paiporta.
“Los que manejaban maquinaria pesada agradecieron muchísimo nuestra labor, porque decían que si no era imposible”. Organizar el flujo de gente, de vehículos, de voluntarios que “a veces deambulaban por cualquier sitio”. Estando allí “se localizó también un cadáver en un garaje. El oficial que venía conmigo se tuvo que quedar allí custodiando y los compañeros ayudaron a sacar el cadáver”. Un trago.
De sol a sol trabajando, con problemas en las comunicaciones. “Pasabas malos ratos, con impotencia, porque no podías hacer nada”. Para Demetrio poco distaba de “una zona de guerra. En uno de los pueblos, de cinco puentes solo había quedado uno. Era una desolación, una tristeza… y por otro lado veías también a la gente como hormiguitas tratando de ayudar. La cantidad de vida y de recuerdos que hay aquí, que ya no se van a poder recuperar”. Las imágenes no reflejan todo lo vivido. “Es una locura el agua que tuvo que venir: debió ser como un tsunami. No te lo imaginas, de verdad: coches enterrados en el cauce, que solo ves el techo…”. En toda desgracia hay una visión de esperanza: “todo el mundo arrima el hombro”.