A diferencia de cualquier otro régimen, la democracia solo ofrece promesas limitadas: no el paraíso terrenal, ni la gloria del Pueblo por fin liberado de sus enemigos, sino cambios graduales que pueden mejorar las vidas del mayor número de personas posible, pero que son difíciles de mantener y muy fáciles de descuidar.
Antonio Muñoz Molina
GETAFE/Todas las banderas rotas (17/06/2024) – Cristina Monge, politóloga de prestigio, cuenta que entre los de su profesión se comenta desde hace tiempo que los partidos que han nacido en, aproximadamente, los últimos veinte años, ninguno lleva la palabra “partido” en su nombre; directamente se llaman Ciudadanos, Podemos, Sumar…, o se consideran plataformas, frentes, mesas, etc., huyendo como de la peste de la palabra “partido”.
Hace mucho tiempo que se viene hablando sobre esta cuestión, que el modelo de partidos, como intermediarios entre el poder y los ciudadanos, ya no funciona; por eso es extremadamente ingenuo pensar que haciendo desaparecer el término en el nombre se resuelve el problema; o quizá no se trate de ingenuidad sino de que quien lo hace, mediante el conocido sistema gatopardiano, solo pretenda eso, aparentar que cambia todo para que todo siga igual.
Por eso yo agradezco a Yolanda Díaz dos cosas: primero que dimita porque es algo muy inusual entre los políticos y, segundo, que, con su dimisión, me dé la ocasión de opinar sobre las funciones y la situación de los partidos políticos.
Empecemos por responder a la siguiente pregunta: ¿Sabemos de qué ha dimitido Yolanda Díaz? Porque cuando hablamos de Sumar puede que estemos hablando de: a) quien está gobernando en coalición con el PSOE donde están Más Madrid, IU, Comuns…; b) el grupo parlamentario que salió de las elecciones del 23J formado por Sumar, Compromis, Comuns…; c) lo que podríamos llamar propiamente “partido Sumar”, antes de llegar a ningún acuerdo con otros partidos; d) finalmente, lo que Yolanda Díaz pretendía montar como una confederación de partidos. La confusión comienza cuando cada uno de estos “entes” se llama Sumar con lo cual es muy difícil saber de cual estamos hablando en cada ocasión. La dimisión, por tanto, se circunscribe a c), lo que sería el partido cuya dirección –o, más exactamente, coordinación- abandona Yolanda Díaz sin dejar la Ejecutiva; una derivada de lo anterior es que d), lógicamente, desaparece antes de nacer, es un órgano nonato.
Así tenemos en Sumar un buen ejemplo de lo dicho en los primeros párrafos, de esa huida del término pero, en mi opinión, sin cambios en lo esencial. Porque Yolanda Díaz, supongo que sin quererlo, ha caído en los mismos vicios y errores cometidos históricamente por otros: personalismo, escasez de participación, centralismo… Si echamos la vista atrás o hacemos memoria, comprobaremos que los movimientos, frentes o como quieran llamarse basados en líderes carismáticos, rara vez han tenido éxito; ¿no nos recuerda la actual situación de Sumar, con todas las salvedades que se quieran hacer, a la historia (concentrada) de Podemos?
La frustración que ha supuesto Podemos –no evitada a pesar de haber sido reiteradamente anunciada- parece que se repite con Sumar, eso sí, con una variante: Sumar ha durado mucho menos. De verdad, ¿no era posible, no ya la unión de los dos -¡vade retro!-, sino colaborar, entenderse, establecer una unidad de acción al estilo de CCOO y UGT manteniendo la idiosincrasia de cada uno? Han prevalecido los egos. ¿Llegará a convertirse Sumar en Restar como Podemos se ha convertido en Pudimos?
Observando la situación política actual, veremos que el bipartidismo se mantiene aunque ahora en forma de “bibloquismo” –discúlpenme el palabro-. Ahora cada uno de los dos partidos clásicos se mantiene como único con posibilidad de gobernar, pero forman un bloque inestable con sus satélites que, eso sí, hacen más difícil que antes la gobernabilidad por parte de cualquiera de los dos.
No sé –lo he escrito más veces- si los partidos pueden ser sustituidos por otra cosa que, me parece a mí, aún no se ha inventado, pero sí sé que no es cuestión de nombres o de retoques estéticos, sino de reformas muy profundas en su ser y en su forma de funcionamiento. Sostengo desde hace mucho tiempo que los partidos –poco importa el nombre que se les dé- además de tener como objetivo alcanzar el poder para que la sociedad funcione de acuerdo a su ideología, han de servir de vehículo de participación social a todos los niveles. Mientras los líderes se rodeen de un pequeño núcleo duro que toma todas las decisiones tanto las más nimias del día a día, como las más importantes de la política general y concreta, la gente no las considerará como suyas y se irá apartando; ya son muchos los que no aceptan que se les llame a votar cada cuatro años para olvidarles durante los cuatro años siguientes.
Pongamos un par de ejemplos. El PP debería tener claro si su propia militancia o sus votantes están de acuerdo en el estilo de oposición bronca e insultante que mantiene este partido, o en la persistencia en la negativa a renovar el Consejo General del Poder Judicial. Por su parte, el PSOE debería reconocer como error grave haber cambiado su posición respecto al pueblo saharaui sin explicar a su militancia y votantes cuáles han sido las presiones recibidas o, incluso, preguntarles si cabía otra forma de actuar.
La reunión de los militantes de base de los partidos –llámese como se llame en cada caso- debería tener las siguientes funciones básicas: conocer y debatir sobre todas las cuestiones sobre las que el partido deba tomar decisión en cualquier nivel; hacer llegar a los órganos de dirección su posición sobre cada una de esas cuestiones; recibir de dichos órganos respuesta sobre el curso dado a sus propuestas; es decir, establecer un diálogo bidireccional permanente. Si las direcciones de los partidos no tienen interés en conocer lo que piensan sus militantes o votantes sobre asuntos clave de la vida política, no debería extrañarles que se pasen a la abstención o a los partidos de ultraderecha. Estos les ofrecen soluciones muy simples a problemas muy complejos: les dicen que hay que meter en la cárcel a todos los mangantes que les están engañando, que lo importante es ondear la bandera, que la libertad consiste en beberse una cerveza siempre que te apetezca, que los pobres lo son porque no se esfuerzan lo suficiente, que el Estado es innecesario y los impuestos un robo… De democracia no dicen nada.
Es la lucha contra esta ultraderecha que se extiende por el mundo, lo que debería ocupar a los demócratas en España y en todas partes. No sé cómo acabará lo que está ocurriendo en Francia, pero siento verdadera envidia.