El drama no es que quede vivo algún nazi de los de antes, es que nazcan nazis nuevos.
Benjamín Prado
GETAFE/Todas las banderas rotas (22/05/2024) – Durante el siglo XX se desarrollaron en Europa dos guerras que se llamaron mundiales porque tomaron parte en ellas países de varios continentes. El número de muertos en la primera se estima entre 15 y 22 millones; en la segunda, los cálculos van de 45 a 100 millones de víctimas. Tales masacres removieron las conciencias de algunos intelectuales humanistas que, siguiendo los pasos de Víctor Hugo (Congreso de la paz, 1849), empezaron a plantear la necesidad de que Francia y Alemania, que tradicionalmente habían estado en el origen de casi todos los conflictos, establecieran algún tipo de unión que llevara al resto de los países libres de Europa a acompañarles en un objetivo común: la paz. Fueron el italiano Altiero Spinelli con su idea federalista fundamentada en el diálogo y en la relación de complementariedad de los poderes locales, regionales, nacionales y europeos; y el francés Jean Monet que defendía un proyecto funcionalista basado en la progresiva delegación de parcelas de soberanía desde el ámbito nacional al comunitario, quienes sentaron las bases de lo que habría de ser una organización que alejara la guerra del continente. Robert Schuman, francés de origen alemán nacido en Luxemburgo, por entonces ministro de Asuntos Exteriores de Francia, fue quien, finalmente, presentó a Konrad Adenauer, Canciller alemán, el proyecto que fue el origen de lo que primero se llamó Comunidad Europea del Carbón y del Acero, luego Comunidad Económica Europea y, finalmente, Unión Europea.
Con este preámbulo (que desarrollé más ampliamente aquí en otros artículos) quiero dejar claro que la Unión Europea nació como reacción, primero, ante las terribles consecuencias de las guerras y, en segundo lugar, contra los regímenes nazi-fascistas que las habían provocado. Aquellos visionarios estaban convencidos de que así ni las guerras ni los regímenes nazi-fascistas volverían a Europa.
El problema al que actualmente nos estamos enfrentando los europeos es que la violencia y el fascismo están volviendo a aparecer en los países que forman la Unión Europea y en otros. De los actuales 27 Estados miembros de la UE, 14 tienen gobiernos de derecha o centro derecha (CIDOB, 9/04/2024), y, de estos, cinco –Italia, Hungría, Finlandia, Polonia, y Letonia- son, con más o menos matices, de ultraderecha; en Suecia el gobierno actual recibe su apoyo parlamentario. En 22 países de los 27 tiene representación parlamentaria, de modo que solo hay cinco en que no hay partidos de ultraderecha ni en el gobierno ni en el parlamento: Croacia, Irlanda, Lituania, Luxemburgo y Malta.
El caso de Eslovaquia merece un comentario aparte ya que el país ha sido llevado por su último gobierno hacia el populismo y el nacionalismo extremo con claros signos de ultraderecha; a raíz del intento de asesinato de su primer ministro conviene hablar, aunque solo sea con un par de datos, de la violencia política que recorre Europa.
En Alemania la violencia hacia políticos de diverso signo está aumentando de forma alarmante: según su Ministerio del Interior, en 2023 hubo 2.790 ataques verbales o físicos (un 53% más que el año anterior). Desde principios de este año se han producido 22 ataques. En Francia, durante el año 2022 se produjeron 2.265 denuncias, un aumento del 32% respecto al año anterior y 2.387 en el 2023.
Es urgente hacer un análisis muy serio de este fenómeno, el de la violencia en torno a la política y los políticos: ¿viene provocada desde fuera o son algunos políticos los que consideran que conviene a sus fines? Esta violencia, ¿es causa o consecuencia del alejamiento de muchos ciudadanos de la política? ¿No es hora de que los partidos de izquierda dejen de pelearse entre sí y ejerzan una auténtica labor pedagógica para explicar a la ciudadanía lo mucho que está en juego, por ejemplo, en las próximas elecciones al Parlamento Europeo?
En aras de esa pedagogía, es obligatorio aclarar lo que tantas veces se ha dicho: el partido nazi llegó al poder democráticamente, pero no después de ganar unas elecciones como a menudo se dice, aunque sí legítimamente, por decisiones del Presidente de la República Paul von Hindenburg, que nombró canciller a Hitler, y del Parlamento Alemán que aprobó la ley del Poder –por la que pudo gobernar el régimen nazi- con 444 votos a favor y 94 en contra, suponiendo que así se aplacarían: la historia nos ha demostrado que se equivocaron. Como se equivocan los que se alían con Vox pensando que así podrán controlarle. Acabamos de ver una reunión de la ultraderecha europea en Madrid invitados por Vox: en ella se ha aplaudido a Milei cuando ha dicho que la doctrina de la justicia social atenta directamente contra la libertad y es injusta; eso es lo que nos espera si triunfan los que aplauden.
No pretendo ser catastrofista ni meter miedo, el miedo nunca es buen consejero, se trata de constatar que el peligro es real y que debemos actuar sin tardanza para que no se repita la tragedia que ya hemos conocido; también se ha repetido mucho que conseguir los derechos y las libertades lleva muchísimo tiempo, pero se pueden perder con suma facilidad.
Porque las encuestas están diciendo que la ultraderecha sacará muy buenos resultados en las próximas elecciones europeas del día 9 de junio. Estamos a tiempo de evitarlo pero eso solo ocurrirá si la gente de izquierdas se convence de que puede conseguirlo si sale a votar en masa; y si los dirigentes de los partidos de izquierda aciertan en el objetivo a conseguir que no es sacar más votos que este o aquel, sino vencer a la ultraderecha con las herramientas que tiene a su alcance: ofrecer, unidos, políticas que beneficien a los más débiles, más derechos democráticos y ampliación de los existentes y pedagogía exhaustiva sobre las consecuencias de que gane la ultraderecha en la Unión Europea.
Hay un principio comunitario por el cual la legislación de la UE tiene preferencia sobre la de los Estados miembros o, lo que es lo mismo, cualquier disposición comunitaria (desde los Tratados hasta las Directivas), se impone a toda la legislación nacional de cualquier Estado miembro; así lo dispuso una sentencia del Tribunal de Justicia Europeo de 15 de julio de 1964 porque, mediante ese principio de precedencia o supremacía del Derecho de la Unión sobre los nacionales, se garantiza la protección de manera uniforme a todos los ciudadanos en toda la UE.
En este punto reside la importancia de que el Parlamento Europeo no esté dominado por la ultraderecha o la derecha extrema: si elegimos parlamentarios europeos de ultraderecha o de la derecha que confraterniza con ella, no podremos quejarnos de las leyes que más adelante nos lleguen de Bruselas.