GETAFE/Todas las banderas rotas (08/12/2023) – No es nadie externo a Podemos quien va a escribir ese epitafio, lo están haciendo sus dirigentes desde hace tiempo, despacio pero concienzudamente.
En mayo de 2021 escribí aquí mismo otro artículo que terminaba así: “En 1968, ¡hace ya 53 años! ocurrió lo que se llamó el “mayo francés”. Desde entonces ha sido materia de estudio, libros y tesis doctorales… ¿Seguiremos (seguirán) hablando del 15-M, de lo que pudo ser y no fue, dentro de veinte, treinta, cincuenta años?”. Mi opinión hoy es que sí, que seguirán hablando dentro de unos años como hablamos ahora del mayo francés: una experiencia con muchos aspectos positivos pero que no encontró la forma de encajar en la sociedad para mejorarla y beneficiar a sus miembros… y murió.
No hay una sola razón por la que Podemos esté en esa situación, daré algunas de las que a mí me parecen más importantes.
En sus inicios, en 2014, la aparición de Podemos supuso, para la política de entonces, la oxigenación y revitalización de algunas viejas estructuras que estaban oxidadas y/o corrompidas, una gran bocanada de aire fresco que a la sociedad le hacía muchísima falta y, por eso, fue recibida con gran esperanza. Muchas de las personas que protestaban y se indignaban pero no daban con la forma de responder, encontraron (o creyeron encontrar) en Podemos la herramienta necesaria. Por todo esto, por haber imbuido a la sociedad nueva fuerza para participar en política y cambiar lo que estaba obsoleto o podrido, los demócratas dimos la bienvenida a Podemos.
El problema es que muy pronto dio las primeras señales de lo que era un mal presagio. El lenguaje y las formas de expresión, esas frases tajantes, estudiadas como para una campaña publicitaria (“hay que acabar con la casta”, “vamos a asaltar los cielos”), el desprecio por todo lo hecho anteriormente (la lucha antifranquista, la transición especialmente). Todo ello significaba ponerse en una posición de superioridad, adoptar un adanismo excluyente. Veamos solo un ejemplo: el 17 de octubre de 2014, Juan Carlos Monedero y Jesús Montero, ambos miembros destacados de la cúpula de Podemos, publican un artículo titulado “Claro que podemos” en el que puede leerse lo siguiente: “Hemos venido para remoralizar la vida pública, democratizar los poderes y recuperar el deseo de felicidad que como pueblo y como personas nos merecemos”. Me suena grandilocuente, arrogante. Tiene, incluso, un claro tono evangélico, algo así como que el Mesías vuelve para traernos la “nueva buena nueva” a los pobres mortales. Dicho de otra forma, se colocan en un plano superior, se consideran portadores de la verdad (del dogma) y eso, a partir de la experiencia que tenemos la gente de mi generación y anteriores, da un poco de miedo; así que entonces me quedé con una terrible duda: ¿es que la cuestión estriba en sustituir a una casta por otra? Adanismo y mesianismo no me parecen buenas tarjetas de presentación para empezar a actuar en política.
Otra cuestión que se vio muy pronto fue la tendencia a la desunión. Podemos debió aprender de la “casta” a la que pretendía desbancar que cualquier partido logra su supervivencia siempre que se mantenga unido, pero no lo hizo; Vistalegre 2 fue la primera manifestación de división, empezaron a oírse las primeras voces que se enfrentaban al personalismo de Pablo Iglesias Turrión. Errejón fue el primero en irse pero enseguida le siguieron Carolina Bescansa, Miguel Urbán, Luis Alegre, Teresa Rodríguez, Rita Maestre y otros muchos nombres menos conocidos. En estos días se han dado de baja otras personas con puestos de responsabilidad. De la foto fundacional del primer Vistalegre celebrado en el otoño de 2014, finalmente solo quedó Pablo Iglesias Turrión que ahora sigue actuando como dirigente pero desde la sombra.
Unido a esto –o quizá es lo que verdaderamente hay detrás de esto- los egos de muchos y el ego mayúsculo de Pablo Iglesias Turrión. Son varios los dirigentes de Podemos (sobre todo y por encima de todos el llamado “macho alfa”) que se han creído sin ningún género de dudas que personificaban ese mesianismo al que me referí unas líneas más arriba.
También entonces el que habría de llegar a ser vicepresidente del gobierno dijo: “Somos de izquierdas, es obvio, pero no necesitamos refugiarnos en ninguna etiqueta ideológica (…) No queremos ser un partido, una coalición de partidos o una nueva oferta en el mercado electoral”. Y llegamos a la actualidad, cuando Podemos, que también aseguró que no lucharía nunca por los sillones, ha terminado siendo un partido al uso y, lo que es peor, con todos los defectos de los partidos clásicos que venía a combatir; por ejemplo, poniendo un nombre concreto sobre la mesa para que sea ministra y si no…, no jugamos.
Sostengo que el Podemos que se unió al primer gobierno de coalición de nuestra democracia, no supo estar en él, no hizo un buen paso de las calles a las instituciones. Y esta es otra de las razones de la situación que vengo comentando. Porque otra cosa que no entendió es que cualquier gobierno es un órgano colegiado, donde las decisiones que se toman son responsabilidad de todos. Aun sin tratarse de un gobierno de coalición, es fácil imaginar que en ocasiones los desacuerdos serán importantes, cuanto más si está formado por partidos distintos con enfoques diversos sobre muchas cuestiones. Pero, teniendo presente lo dicho poco más arriba –que se trata de un órgano colegiado en el que la responsabilidad es compartida-, una vez tomada una decisión, hacer públicos los conflictos o desacuerdos solo puede beneficiar a la oposición, no a quien los publica. Hay que huir del ruido en lugar de defenderlo.
Voy a finalizar este artículo de forma distinta a como pensaba cuando lo inicié. Porque mientras escribo llega la noticia de que los cinco diputados de Podemos abandonan el grupo parlamentario de Sumar para irse al grupo mixto.
Lo primero que cabe considerar es que en cualquier discusión o desacuerdo ninguna de las partes tiene la verdad o la razón en exclusiva. Es decir, en este caso Sumar debería hacérselo mirar, también tiene su propia responsabilidad; pero el objetivo de este artículo es el camino seguido por Podemos y su posible final, no las actuaciones de Sumar en su corta vida de las que quizá debamos hablar en otro momento.
Bien, pues este último episodio es algo paradigmático respecto a lo que venimos hablando: Podemos se yergue como contenedor de las esencias de la izquierda; es el autor de todo lo que el anterior gobierno de coalición consiguió; solo ellos van a hacer lo que nadie más hará; es la víctima de los que no quieren hacer políticas de progreso (recordemos que solo ellos las hacen)… En fin, solo ellos, como siempre, tienen todas las soluciones, son la auténtica izquierda.
Dicen que toman esta decisión porque no les permitían hacer política: no les dieron ningún ministerio, tampoco presidencias de portavocías en el Congreso, el grupo parlamentario no aceptó alguna de sus propuestas, pidieron que fuera Belarra quien diera la réplica al ministro Albares sobre Gaza y Sumar se lo negó… Pero adquirieron un compromiso, lo han roto, y se han ido a otro grupo en lugar de dejar su acta, algo que casa muy mal con sus pasados ataques al transfuguismo y que tendrán que explicar a sus afiliados; no sé si hay que llamar transfuguismo a esto pero sí es un fracaso.
Defienden el paso dado con el argumento de que así podrán desarrollar la política que Sumar les impedía hacer pero habrá que ver si lo consiguen. Porque en el grupo mixto gozarán de más visibilidad ya que tendrán la posibilidad de presentar propuestas, hacer preguntas al gobierno y acceso a la tribuna sin depender del “permiso” de Yolanda Díaz, pero, lo más probable, es que tales cosas tengan escaso recorrido y, en consecuencia, su política no será muy productiva. Evidentemente, no es esperable ver a Podemos votando junto al PP y Vox por lo que no parece que peligre la acción del gobierno en el Parlamento.
Por otra parte, ahora toca esperar al resultado de las próximas elecciones europeas (el próximo año) a las que Podemos se presentará en solitario; si consigue un buen resultado –cosa que, en mi opinión, es improbable- contará con más tiempo para examinar su acción pasada y las críticas recibidas –algo que nunca ha hecho-, corregir alguno de sus errores y, consecuentemente, ganar puntos para permanecer en la vida política.
Pero, si el resultado es malo, habrá puesto un clavo más en su ataúd.