En Gaza muere un niño cada quince minutos.
Save the ChildrenIsrael puede tener la tierra o la paz, pero no ambos.
Abu Jaber, ministro de Asuntos Exteriores jordano. Conferencia de Paz. Madrid, 1991
GETAFE/Todas las banderas rotas (22/10/2023) – En el año 1020 aC llegó al territorio que hoy conocemos como Palestina un grupo de israelitas que estableció allí lo que llamó ‘Reino unido de Israel’. Pero no eran los primeros en llegar; hay pruebas de que en el Pleistoceno, hace aproximadamente un millón y medio de años, esa zona ya estaba habitada. Desde entonces pasaron por allí muchas civilizaciones: Mesopotámica, Fenicia, Minoica, Egipcia, Árabe, Turca y otros pueblos; unos pasaron de largo, algunos permanecieron durante más o menos tiempo y otros se quedaron hasta hoy.
La llegada de ese grupo de israelitas –uno más de entre todos los anteriores- es el argumento que el actual Estado de Israel esgrime para legitimar su derecho a la tierra de Palestina, apoyándolo además, en lo que la Biblia (que escribieron sus antecesores) dice respecto a que el pueblo hebreo es el «pueblo elegido de Dios» e Israel su «tierra prometida«.
En tanto, los palestinos fundamentan su derecho en los casi trece siglos de dominación musulmana (638-1920) sobre la región de Palestina y su permanencia en el lugar desde entonces. Además, argumentan que la presencia judía en la región se basa principalmente en la inmigración masiva de judíos durante finales del siglo XIX y todo el siglo XX, a raíz de la popularización del sionismo, así como en la expulsión de más de 700.000 palestinos antes, durante y después de la guerra árabe-israelí de 1948, en un fenómeno conocido como la Nakba, y de otros muchos palestinos y musulmanes en general desde el inicio del conflicto. Por último, basan también su reivindicación histórica en que son descendientes de los filisteos que ya estaban allí en el año 1020 aC.
Resumidas las razones en las que cada una de las partes basa sus reclamaciones territoriales históricas, veamos, también en resumen, la evolución de la situación a partir del final de la segunda Guerra Mundial.
La Asamblea General de las Naciones Unidas, en su sesión de 29 de noviembre de 1947, aprobó la Resolución 181 que establece un plan que divide el territorio en dos Estados, uno judío y otro árabe-palestino, con un área (Jerusalén y Belén) bajo control internacional. Los árabes rechazaron el plan porque al nuevo Estado judío se le adjudicaba el 54% del territorio cuando su población era el 33% y la árabe el 67%. La consecuencia fue el inicio de la primera guerra árabe-israelí y la guerra intermitente durante los siguientes 15 meses, al fin de las cuales Israel se había anexionado un 26% más de lo establecido en el plan de la ONU.
A partir de aquí las sucesivas guerras (Suez 1946, de los Seis Días 1967, Yon Kipur 1973…) supusieron nuevas anexiones de territorio palestino por parte de Israel que no han cesado hasta hoy. En el territorio ocupado se han ido instalando colonos judíos mediante la previa expulsión de los palestinos que hasta entonces lo habitaban lo que ha supuesto enfrentamientos constantes entre las organizaciones palestinas y el ejército y los colonos judíos provocando muertos, heridos y destrucción.
Hasta aquí datos, nada más que datos, que me parecían necesarios para llegar al 7 de octubre de 2023.
Ese día grupos armados de la organización terrorista Hamás –que tiene como objetivo la expulsión de los judíos de Palestina- cruzó la frontera de Gaza con Israel y lanzó un ataque salvaje e indiscriminado contra la población judía de las localidades cercanas, matando a todo el que encontraban en su camino y destruyendo sus propiedades. Israel respondió con bombardeos constantes, día y noche, sobre núcleos de población sin hacer distinción entre objetivos militares y edificios civiles, incluso hospitales, escuelas de la UNRWA (Agencia de la ONU para los refugiados palestinos), y otros refugios. Además, ha cortado el suministro a toda la franja de Gaza de alimentos, agua, medicamentos y energía eléctrica.
No voy a detallar quién ha matado a más personas. No voy a entrar en quién es más culpable. Centraré mi reflexión en la diferencia que hay entre las partes que actúan en esta inmensa tragedia porque no están en pie de igualdad.
Primero están los habitantes de la zona atacada por Hamás y los habitantes de la Franja de Gaza. Los primeros han sufrido un ataque terrorista brutal y salvaje con el resultado de muchísimos muertos y heridos y unas doscientas personas secuestradas por la organización terrorista; los segundos están sufriendo desde el día 7 una represalia igualmente brutal y salvaje que se dirige a todos los que viven en Gaza, sin importar si son responsables o no del ataque terrorista.
Después tenemos a una organización terrorista, Hamás, que, por su propia naturaleza, no podemos equiparar con un Estado ya que no se sujeta a las normas que definen a estos y no hay forma de exigir que las cumpla.
Finalmente, está el Estado de Israel que pretende llamarse democrático y, como tal, debe someterse a la legislación del derecho internacional y no lo hace.
Por tanto, lo verdaderamente importante es que la población judía sufre las consecuencias de los actos terroristas de una organización que no sigue más normas que las de su voluntad asesina; y la población palestina sufre la represalia de un Estado que no se somete a las normas de derecho internacional que está obligado a cumplir.
Y es en este último punto donde me interesa detenerme, en el incumplimiento por parte del Estado de Israel de la legislación internacional que, si pretende llamarse democrático, está obligado a respetar. Porque hemos de condenar sin ningún tipo de reserva los actos terroristas dirigidos a poblaciones indefensas pero sin caer en el ridículo de exigir a una organización terrorista que respete las leyes nacionales o internacionales; y, al mismo tiempo, hemos de manifestar nuestro rechazo más contundente a las actuaciones de un Estado que masacra a la población civil de un determinado territorio incumpliendo, conscientemente, la normativa internacional.
Eso es lo que viene haciendo Israel desde 1947 ya que, al ocupar territorios que no le fueron asignados por el plan de partición de la ONU, incumplió la resolución 181 de ese año que establece dicho plan. A partir de entonces, ha ignorado sistemáticamente todas –TODAS- las resoluciones tomadas por la ONU. Igualmente, en la actual represalia contra Gaza, incumple el IV Convenio de Ginebra –firmado por Israel- relativo a la protección debida a las personas civiles en tiempo de guerra, cuyo artículo 3, entre otras cosas, establece que las personas que no participen directamente en las hostilidades, deben ser respetadas y tratadas con humanidad.
En resumen, el crimen salvaje cometido por Hamás contra la población judía debe ser condenado sin paliativos y sus autores e inductores sometidos a juicio. Y la comunidad internacional debe dejar de inmediato de defender la posición de Israel ya que, aunque es cierto que tiene derecho a defenderse de cualquier ataque terrorista, no menos cierto es que la represalia emprendida contra toda la población de Gaza es una venganza que rebasa toda proporcionalidad, incumple la legalidad internacional y pone al Estado de Israel al mismo nivel de la organización terrorista.
La guerra de los Balcanes de los años noventa del siglo pasado acabó con Ratko Mladic y Radovan Karadzic sometidos a juicio y condenados a cadena perpetua por el Tribunal Penal Internacional; el ataque de Rusia contra Ucrania ha supuesto la intervención de muchos países occidentales –incluso de la OTAN- en defensa de este último país y la imposición a Rusia de sanciones. De la misma forma, la comunidad internacional –muy especialmente Estados Unidos- debería en este caso asumir sus propias responsabilidades y obligar a Israel a cumplir la legislación internacional humanitaria y, en caso de no hacerlo, aplicar al Estado de Israel las sanciones correspondientes.