GETAFE/Todas las banderas rotas (08/02/2023) – Hace unos días, en Algeciras, un musulmán mató al sacristán de una parroquia católica. Los medios se han ocupado profusamente de este asunto y los partidos políticos también; los de izquierdas junto a otras instituciones –entre ellas la Iglesia Católica y la Unión de Comunidades islámicas del Campo de Gibraltar- han expresado su dolor, su solidaridad con la familia del fallecido y su convencimiento de que no debe culpabilizarse a ningún colectivo nacional, racial o religioso. El PP se ha dividido: mientras diversos dirigentes destacados se han expresado en términos similares a los de los partidos de izquierda, su presidente, Alberto Núñez Feijóo, ha dicho: «Hay personas que matan en nombre de un dios o en nombre de una religión. Y, sin embargo, nosotros, desde hace muchos siglos, no verá usted a un católico o a un cristiano matar en nombre de su religión o de sus creencias. Y hay otros pueblos que tienen algunos ciudadanos que sí lo hacen”. El líder de Vox, Santiago Abascal, ha cargado contra el «islamismo» asegurando que «unos les abren las puertas, otros los financian y el pueblo los sufre».
Hasta aquí los hechos y las reacciones a los mismos. Veamos ahora algunos datos al respecto sin recurrir a los obispos españoles que, durante la guerra de 1936-1939, bendecían las armas destinadas a matar a los rojos.
Durante lo que se llamó el “conflicto norirlandés”, que duró 30 años -desde el 8 de octubre de 1968 hasta el 10 de abril de 1998-, se estima que murieron más de 3.500 personas; de ellas, aproximadamente el 60% eran católicas, el 30% protestantes y del 10% no consta su religión. Es decir, no hace “muchos siglos”, sino solo unos 25 años, en un país europeo habitado por cristianos, estos se estaban matando entre sí.
Líbano, entre 1975 y 1990, vivió una guerra civil entre cristianos maronitas que, hasta entonces, habían sido mayoritarios y, en consecuencia, detentadores del poder político, y los musulmanes que, a partir de la creación del Estado de Israel, en su huida se habían ido instalando en el país llegando a alterar el equilibrio demográfico y, en consecuencia, el poder político por el que enfrentaron y se mataron.
Entre 1991 y 2001, en el territorio de lo que fue Yugoslavia, se desarrolló la llamada guerra de los Balcanes, primero entre bosnios y croatas por el predominio en Bosnia-Herzegovina y, más tarde, entre serbios por un lado y albaneses, croatas y bosnios por otro. Esta guerra tuvo causas económicas, políticas y culturales pero todos los analistas reconocen que el conflicto antiguo entre cristianos y musulmanes por razones étnicas y religiosas estaba en el fondo del conflicto, sobre todo, de las grandes dosis de crueldad y matanzas que en él se vieron.
En la actual guerra de Ucrania, la cristiana Iglesia Ortodoxa Rusa se ha puesto de parte de Putin y su máximo representante, el patriarca Kirill, ha sostenido en un sermón que el sacrificio «en el cumplimiento del deber militar» en la guerra contra Ucrania «lava todos los pecados».
Podríamos seguir poniendo ejemplos pero dejémoslo aquí, es suficiente para demostrar dos cosas: una, la religión (y la católica de forma muy importante) ha sido causa de guerras, violencia y muerte a lo largo de la historia, no solo de la de siglos pasados, también de la historia reciente; y dos, es patente la falta de solidez intelectual del señor Núñez Feijóo.
Daré otro dato: según el Estudio Demográfico de la Población Musulmana, elaborado por la Unión de Comunidades Islámicas de España (UCIDE) y por el Observatorio Andalusí, que recoge datos a 31 de diciembre de 2019, el número de musulmanes residentes en España era entonces de 2.091.656, de los cuales el 58% son migrantes (1.213.160) y el 42% (878.495) son españoles. Siendo así las cosas, Vox debería explicar a quién se refiere cuando habla del “pueblo que los sufre”.
A la vista de este último dato, ¿está dispuesto el PP a dejar que su jefe siga sembrando cizaña entre los españoles por causa de la violencia y de la religión? Porque, según las encuestas, parece que en muchos sitios no podrán gobernar si no es con Vox, pero ¿se entregarán a los ultraderechistas con armas y bagajes, sin condiciones, como en Castilla y León? ¿Permitirán que la ultraderecha se instale en las instituciones, al revés de lo que hacen en el resto de Europa sus compañeros ideológicos?
Me interesa también analizar cómo se ve la violencia desde la izquierda, esta vez desde otro hecho muy relevante y actual: la guerra de Ucrania.
Nuestro gobierno, que gusta de llamarse progresista y de izquierdas, se ha unido a la OTAN sin apenas crítica –la parte socialista-. Cuando, en los comienzos del conflicto, algunos países confiaban en alcanzar una solución mediante las negociaciones, creo que el gobierno español perdió alguna oportunidad de encabezar iniciativas mediadoras. Actualmente, con la guerra ya totalmente instalada, la parte socialista del gobierno de coalición sigue en la misma posición mientras que los ministros de Podemos continúan manteniendo un pacifismo a ultranza que, en mi opinión, no es posible justificar; explicaré por qué digo esto.
La actitud de Podemos me ha hecho retrotraerme a 1936 y a la posición que adoptaron los países democráticos europeos –particularmente Francia con un gobierno de izquierdas amigo del gobierno republicano español- ante la rebelión franquista en España. Invocando un interesado pacifismo y el Tratado de No Intervención, abandonaron a su suerte a un país cuyo gobierno democrático era atacado por fuerzas rebeldes apoyadas por un régimen nazi y otro fascista que no encontraron ninguna dificultad en ignorar –ellos sí- el Tratado de No Intervención. Las consecuencias de ello las conocemos y las sufrimos los españoles a lo largo de más de cuarenta años. Hoy Ucrania está en una situación similar a la España republicana de 1936: la izquierda democrática no debería cometer el mismo error de entonces.
Seguimos escuchando, aún hoy, a miembros destacados de Podemos decir que no hay que enviar armas porque eso prolonga la guerra, que lo que hay que hacer es negociar. Creo que se equivocan, que, incluso desde una posición pacifista y no militarista, no queda más remedio que admitir que esa oportunidad ya pasó si es que alguna vez existió (dudo que Rusia haya tenido en algún momento ánimo de negociar). Puede que llegue otra vez pero, nos guste o no, la única posibilidad de que esa negociación tenga éxito para los “buenos” es que estén en una situación de mayor fuerza que los “malos”. Es decir, si en un determinado momento Rusia consigue sus objetivos y domina a Ucrania no admitirá ninguna negociación; si, por el contrario, los ucranianos, gracias a la ayuda de sus aliados, están en mejores condiciones militares, podrá imponer sus condiciones.
En conclusión, ni debemos aceptar la violencia que a la ultraderecha le gusta emplear para solucionar los problemas, ni la no violencia de la izquierda cuando están cayendo las bombas sobre la población civil. Los demócratas no hemos de iniciar conflictos bélicos pero tampoco hemos de renunciar a utilizar todos los medios precisos en legítima defensa.
Y lo que está en juego ahora no es solo la supervivencia de un país que ha sido atacado sin justificación, sino las consecuencias que ya se han producido y las que se pueden producir para toda la población del continente europeo.