GETAFE/Todas las banderas rotas (09/01/2023) – Quiero cerrar esta serie de artículos con unos comentarios sobre los asuntos que a mí me parecen más importantes o sensibles entre los que he contemplado como posible objeto de reforma. Y una reflexión final.
El primero de esos asuntos, no solo porque esté en el artículo 1, es el de la forma de Estado. Ya di tres razones por las que yo pienso que debe cambiarse; ahora diré alguna más.
Podría extenderme en cuanto al origen franquista de la institución; podría repetirme sobre la historia de los Borbones, para nada ejemplar; o sobre el ignominioso comportamiento del rey emérito tan poco digno de orgullo y satisfacción; podría también referirme a las dudas que en muchos ha sembrado el actual rey respecto al conocimiento que pudiera tener sobre las actividades de su padre y sobre su herencia o sobre su falta de imparcialidad respecto a Cataluña… No lo haré porque se me podría responder con razón que un posible presidente de República no está libre de cometer alguna de esas acciones u otras igualmente reprobables o delictivas; pero la diferencia entre uno y otro es que, al fin del tiempo tasado de su mandato, podríamos sustituir al presidente, incluso habría un procedimiento para expulsarle del cargo antes si la gravedad de los hechos así lo exigiera. En cambio, ahora tenemos dos reyes, no sabemos qué hacer con uno de ellos, ha habido que inventar sobre la marcha una “solución” que no ha solucionado lo importante y no tenemos garantía alguna de que no vuelva a ocurrir en el futuro una situación semejante.
Pero, además, hay otra cuestión que entiendo esencial y por encima de las anteriores: en una democracia, todos los cargos representativos han de ser elegidos por el pueblo, con más motivo el que ocupa la cúspide del sistema. Sostengo que en una democracia es una aberración que alguien ocupe un cargo representativo y/o de responsabilidad por ser hijo de su padre o por haber nacido en una determinada familia. Eso es cosa del pasado.
Por todo ello concluyo que si la Constitución ha de ser democrática debe cambiarse la forma política del Estado.
Otro punto importantísimo es la separación entre la Iglesia y el Estado, y respecto a eso dije casi todo lo que tenía que decir en mi primer artículo. Añadiré ahora algo similar a lo dicho para la monarquía: que no es democrático que una institución, sea cual sea su origen o actividad, disfrute de privilegios. En la futura Constitución debe quedar clarísimo que ninguna confesión religiosa tendrá más exenciones fiscales que las que las leyes determinen en pie de igualdad con las demás instituciones o ciudadanos, no por ser quien es, por su pasado o por cualquier otro motivo; ni podrá haber ninguna confesión que tenga influencia o ventajas de ningún tipo en el sistema educativo público. En definitiva, la futura Constitución debe fijar con toda rotundidad que el Estado español será laico, no sujeto a la influencia de ninguna iglesia.
Cuando la derecha gobierna, los servicios públicos sufren mucho, son maltratados, reducidos y fagocitados por la iniciativa privada (el PP lo llama externalización o cooperación público-privada). Sostengo que una de las obligaciones principales –si no la que más- de cualquier Estado de derecho es la prestación a los ciudadanos, en las mejores condiciones posibles, de los servicios públicos, a cambio de los impuestos que ellos pagan. Y también que, entre esos servicios, hay un número de ellos que, por ser esenciales, en el orden de prioridades en que consiste la política han de figurar por delante de los demás en cualquier texto constitucional: educación, vivienda, sanidad, servicios sociales, atención a la dependencia, en fin, los que van directamente a sostener la vida diaria de las personas.
El sistema tributario en una sociedad se asemeja al sistema circulatorio en el cuerpo humano: si la sangre no llega a algún rincón del organismo, ese lugar se gangrena y muere; de la misma forma, la sociedad no puede funcionar sin un sistema tributario justo, igualitario y progresivo porque serán los más débiles los más perjudicados. Por eso los insolidarios que sacan del sistema parte de la sangre que necesita han de ser castigados de forma ejemplar.
Una Constitución que tenga a los ancianos como personas dignas del reconocimiento de todos sus conciudadanos, que prohibiera el maltrato hacia ellos y que los considerara, de manera concreta, como depositarios de sabiduría, demostraría que pertenece a una nación justa y fraterna.
Además de tener a la república como la forma de Estado menos mala de las que se conocen, considero al federalismo como la mejor manera de organizar una sociedad. No hay ningún sistema perfecto, si alguna certeza tenemos es que los seres humanos no seremos capaces de comportarnos bien siempre y en todos los casos; la injusticia, la desigualdad, la corrupción y otros muchos males nos van a seguir acompañando sea cual sea la forma en que nos organicemos pero, precisamente por eso, hemos de elegir el sistema que ponga más dificultades a la injusticia, a la desigualdad y a la corrupción. Esta es la obligación en primer lugar de los dirigentes políticos, pero no escapamos ninguno, todos tenemos la responsabilidad de trabajar en nuestro ámbito con todas nuestras fuerzas por construir una sociedad donde todos podamos vivir con libertad, igualdad y fraternidad. Disponer de una Constitución que contenga todos esos valores no es la solución, es solo un primer paso necesario para alcanzarla.
Es verdad que viendo actuar a los que dirigen el país más bien parece que vamos en la dirección equivocada. Tal como actúan las más altas jerarquías judiciales –Tribunal Constitucional y Consejo General del Poder Judicial- me hacen pensar en los llamados kamikazes, esos conductores que, bien porque se han equivocado, porque están cargados de alcohol u otras drogas, porque tienen muy mermadas las necesarias condiciones para conducir o por otras razones menos confesables, conducen en sentido contrario y, la mayor parte de las veces, provocan una tragedia en la que se ven perjudicados conductores inocentes. ¿Cómo es posible que quienes, teóricamente, merecerían el mayor respeto social se comporten con tanto desprecio a su propio prestigio?
Por su parte, el gobierno y la oposición están permanentemente enzarzados en peleas, unas veces de colegio, otras de taberna, que no les permiten dedicar todo su tiempo y empeño a lo que a la gente le interesa y necesita: solucionar los múltiples problemas que tenemos.
Así que no esperemos que ni unos ni otros piensen un solo minuto en la necesaria reforma de la Constitución. Cada vez estoy más convencido de que mi generación no la verá.