La patria son mis hermanos que están labrando la tierra…
Rafael Sánchez Ferlosio
GETAFE/Todas las banderas rotas (01/11/2022) – Cada vez que veo sobre la puerta de los cuarteles la leyenda “Todo por la patria” siento desasosiego e inquietud por el alcance de ese “todo”. A los militares se les enseña en las Academias que deben estar dispuestos a dar hasta la última gota de su sangre en la defensa de la patria, pero, ¿qué entienden por patria? ¿Qué entendemos cada uno de nosotros por patria?
Los militares que hace aproximadamente dos años firmaban una carta en que afirmaban que era necesario “fusilar a 26 millones de españoles” se consideran patriotas; ¿hasta ahí llega el “todo” del lema de los cuarteles? Si es así, creo que mi desasosiego y mi inquietud están suficientemente justificados.
Porque los que estén de acuerdo con el planteamiento de los militares que pretenden demostrar su amor a la patria matando a millones de compatriotas, tienen, en mi opinión, un concepto erróneo de la patria y el patriotismo. Tampoco son patriotas los que ponen banderas españolas en las ventanas y en sus muñecas si, al mismo tiempo, eluden la obligación que todos tenemos de contribuir al bien común pagando los impuestos que en cada caso nos corresponda. Estas personas conciben la patria como un territorio delimitado por fronteras, alambradas o muros que hay que defender de los extraños, si llega el caso con la violencia; incluso piensan que hay que defender las esencias patrias –lo que ellos definen como tales- contra los que, habiendo nacido en el interior de ese territorio, no comparten sus opiniones al respecto; también por medio de la violencia si ellos consideran que es preciso: ahí está la Historia.
Por eso, los españoles, hombres o mujeres, que van a un comedor social para poder tomar algo caliente o que hacen cola ante el local de una ONG para recoger una bolsa de comida con la que alimentar a sus hijos, se parecen mucho entre sí, tienen intereses, expectativas, opiniones muy parecidas, al margen de si habitan en la Cañada Real de Madrid, en las 3.000 Viviendas de Sevilla, en los cerros Pachacámac o Villa María del Triunfo que rodean Lima, en la favela Rocinha de Río de Janeiro o en Escobares, la ciudad más pobre de Estados Unidos. Con quien no tienen ningún punto de contacto –en el más amplio sentido de la palabra: físico, social, económico, ideológico…-, a pesar de que también son españoles, es con Amancio Ortega, ex presidente de Inditex, que tiene una fortuna de 56.000 millones de dólares; o con Juan Roig, fundador, presidente y máximo accionista de Mercadona con 4.200 millones; o con Miquel Fluxà Rosselló, presidente del grupo Iberostar, que el año pasado tenía 1.600 millones pero este año –de crisis para todos menos para él- ha llegado a acumular 3.900 millones ¡en solo doce meses!
Yo no sé –no es nada fácil saberlo- cuanto pagan a la Hacienda española esas personas que cuentan sus fortunas por miles de millones; lo que todos sabemos es que los que cobran un salario han de cuidar de no equivocarse al hacer la declaración de la renta: la Agencia Tributaria les exigirá hasta el último céntimo con intereses y multa. Mientras, los que figuran en la lista Forbes –la que relaciona las personas más ricas del mundo- no han de preocuparse porque cuentan con abogados, economistas y todo tipo de profesionales que justifican su salario buscando, imaginando o inventando mil y una formas –legales o no tanto- de pagar lo menos posible.
Actualmente utilizar este lenguaje en que se habla de ricos y pobres no está bien visto, es como si resucitáramos la vieja lucha de clases… En cambio a mí me parece que es la mejor manera de que nos entendamos todos; si no que se lo pregunten a Warren Buffet (tercero en la lista de los más ricos del mundo con 82.500 millones de dólares) que hace unos años nos hizo saber: “Existe una guerra de clases y la estamos ganando nosotros (los ricos)”. Pero Rajoy dijo hace unos días en el Foro de La Toja –y lo han repetido con las mismas u otras palabras otros neoliberales-: “Resucitar el debate ricos y pobres es muy peligroso”. Claro, es mejor no sacar a relucir un debate que, con toda probabilidad, dejaría sus vergüenzas al aire. Porque el pacto social que se estableció a partir de la segunda guerra mundial consistió básicamente en que los ricos contribuirían de forma justa para, entre todos, mantener la paz social; cuando el pacto fue roto por los neoliberales, implantando una economía no productiva y puramente especulativa, una de las armas que emplearon fue la no contribución a la bolsa común mediante la creación de un sistema de empresas pantalla, paraísos fiscales, redes complejísimas donde el dinero se mueve de forma virtual haciendo imposible saber dónde está y, por consiguiente, dónde ha de tributar.
Puestas así las cosas, teniendo en cuenta –como ya todos debemos saber- que patriotismo es que los impuestos han de servir para que todos dispongamos de los servicios a los que no podríamos acceder con nuestros propios recursos y para que los más pobres puedan subsistir con un mínimo de dignidad, ¿se puede llamar patriota a quien procura que su aportación por impuestos no sea la que le corresponde por su riqueza, sino la menor posible? ¿Se puede considerar un buen patriota a quien se lleva sus ganancias a un paraíso fiscal? ¿Cómo podemos decir que son patriotas los políticos que dicen a sus votantes que les bajarán los impuestos porque el dinero está mejor en sus bolsillos? ¿Son patriotas esos políticos cuando dicen eso pero callan que habrá que pagar la sanidad, la educación, la residencia de los viejos, etc. y habrá muchos que no podrán hacerlo?
Por todo esto es por lo que la patria no puede ser un concepto cerrado, circunscrito a un territorio sujeto a la ley del más fuerte. La patria solo será en tanto que personas que conviven ponen a disposición de sus compatriotas su dinero, su trabajo, su saber, lo que sean sus riquezas individuales para que todos puedan tener una vida lo más plena posible.
Pero que nadie se asuste, no estoy proponiendo ninguna clase de colectivismo. Solo se trata de poner la solidaridad y la fraternidad por delante de la codicia y el egoísmo, de considerar compatriotas a todos los que viven –conviven- a nuestro alrededor sin hacer distinciones entre los que nacieron en un país o en otro, entre los que tienen más y los que tienen menos… Y son los dirigentes políticos los responsables de que esto sea así, los ciudadanos no deberíamos seguir permitiendo que se nos gobierne de otra manera; no deberíamos poner nuestra confianza en partidos que defienden al 1% de la población (los ricos) y olvidan –más bien engañan- al resto.