GETAFE/Reportaje (12/07/2022) – HAN DEDICADO SU VIDA A LOS NIÑOS Y A LOS JÓVENES; A FORMAR Y EDUCAR NO SOLO EN CONTENIDOS, SINO TAMBIÉN EN VALORES. Su carrera activa toca a su fin, pero detrás dejan miles de nombres, de caras, de rostros que han ido creciendo y que seguro que hoy les recuerdan. El Ayuntamiento de Getafe homenajeó a los profesores que se jubilaban este año y en las páginas de GETAFE CAPITAL queremos contar la historia de tres de ellos: Nieves González, Luis Braojos e Isabel Gómez. Una muestra de lo grande que es la educación pública, de los inmensos formadores que esconde detrás.
«En la siesta, en la comida, cuando se le cambia el pañal. Todo es educativo. No se aprende de 9 a 13 h., se aprende siempre”. Nieves González entró en el sistema educativo cuando “aún no se hablaba de Educación Infantil”, cuando se debatía incluso “qué ministerio tenía que hacerse cargo de ella”. Tras unas incursiones en Primaria “en un concertado, donde me llevé la primera bofetada, porque pensé que tenía cierta libertad”, entró en el Prado Acedinos. “Una apuesta del alcalde Jesús Prieto”, allá por el año 80. Se partía de cero, estaba todo por hacer. “La única referencia era con la Casa de Niños”, pero no era educación reglada. La demanda social era inmensa, pero también la falta de infraestructuras.
“Los principios fueron muy ilusionantes y tirábamos del carro como fuera”. Las rutas en autobús, siempre una odisea, la cocina en un prefabricado con un carrito “que pesaba horrores para llevar la comida” de módulo en módulo. De aquella época recuerda también los primeros pasos que se dieron “con los planes experimentales de integración de niños con dificultades. Hasta entonces las asociaciones de padres se organizaban para habilitar centros, pero de forma privada. Y quiero romper una lanza porque fueron valientes desde el Ayuntamiento al apostar por una educación pública”. Ese modelo 0-6 por el que se puso toda la carne en el asador, hoy está en liquidación por parte de la Comunidad de Madrid. Nieves lo ha visto nacer, crecer… y ahora casi morir.
Tras el Prado Acedinos, se creó la Escuela Infantil Mafalda, a donde fue a trabajar en el 89. “Estaba en la bolsa de sustituciones, pero al año siguiente hubo oposiciones y las aprobé”. Con Justo, con Isabel Pizarro, y luego con ella en la dirección durante los últimos ocho años de su carrera, “siempre ha sido una escuela muy reivindicativa”. Han cambiado mucho los tiempos. Y recuerda aquellos años en los que hacían no solo una labor educativa, sino también asistencial. “Las cartillas de vacunación ni estaban al día; al médico se iba cuando el niño estaba malo, no había prevención ni revisiones. La escuela hacía trabajos hasta de quitar piojos, porque su familia no se lo iba a hacer”. En ese trabajo global, aprendió mucho de “Visitación García, la psicóloga de atención temprana. Nos hacía pensar mucho y fue una figura determinante”.
Ha pasado por todas las leyes educativas, con la LOGSE como punto de inflexión “donde se reconoció como periodo educativo”, al “boom de los documentos”, de dejar por escrito todo aquello que en un principio hacían por intuición. En Mafalda “la cosa estaba más rodada: la programación anual, la memoria… es lo que define nuestra identidad. Pero hemos aprendido mucho de los niños”. Y se emociona al ver cómo se está destrozando el modelo 0-6. “¿Quién piensa en los derechos de los niños? Se tienen que tragar la institución. El aprendizaje es global. Es dolorosísimo”. La subida de ratios, el cambio de modelo de gestión… Y una reivindicación: “No puede ser que la edad de jubilación sean los 65 años. ¿Nadie ha pensado lo que implica tener a 20 niños de 2 años con una ‘abuela’ de 64?”. Reivindica una segunda actividad, o poder jubilarse a los 60, como otros sectores públicos.
De sus años de experiencia ha visto el cambio sobre todo en las familias, que se han ido alejando. “Son familias potentes académicamente pero con poca intuición en la maternidad. Los límites, el ejercicio de autoridad, la incapacidad para abordar una rabieta…”. Nieves ha disfrutado de su carrera. “Es un trabajo apasionante, gratificante. A ver qué niño te alegra el día cuando estás de bajón, deprimida y te dicen “¿estás triste?”. Los últimos ocho años los ha pasado en la dirección. “Un trabajo versátil y amplio: de personal, con las familias, y el menos grato que es con las instituciones. Consume una cantidad de energía brutal”. Pero está satisfecha de lo conseguido. A sus espaldas, cientos de niños que la tienen como referencia de sus primeros años de vida.
Getafe le eligió. Natural de Mora de Toledo, Luis Braojos empezó en el mundo de la arqueología, pero la enseñanza fue finalmente el camino que le marcó. Inició su camino en las aulas, en Toledo y en su pueblo natal. Pero su destino final le llevaría a Getafe. “Estuve en el Silverio Lanza, en el Manuel Azaña y luego cinco años en Aranjuez”. Y en el 96 llegó al Matemático Puig Adams, de donde ya no se movió. “Los chicos ahora están más protegidos que en aquella época, son menos autónomos”.
Cuando Luis empezó con la enseñanza, aún no se había producido el cambio de la LOGSE. Vio la ampliación de los institutos que comenzaron a los 12 y también la evolución tecnológica que se ha producido. “Puedo decir que he visto el paso de la tiza al ratón”. Aunque con un matiz que a veces se olvida: “El ordenador no va a sustituir al profesor”, aunque seguro que “hay profesores que casi no sabrían dar una clase sin la pizarra digital”. Ha cambiado la forma de dar clase, y el salto definitivo se produjo durante la pandemia y el confinamiento. “Fue el salto definitivo”. Tuvieron que improvisar, que atender a las necesidades particulares de cada estudiante, que en ocasiones tenían que compartir ordenador con hermanos, o que solo podían conectarse en el móvil. La parte positiva de haber forzado ese salto digital, tiene su cara negativa: “Se ve una dependencia de las redes sociales. Les observo por las mañanas y veo grupos de chicos, que antes iban empujándose y ahora cada uno va mirando el móvil. Han cambiado las relaciones sociales. Quizá no de manera positiva”.
Tres décadas después recuerda ese primer día que le llamaron para dar clase “en Toledo y el reto enfrentarte a los alumnos. Ponerte en su lugar. Motivarles. Que los chicos quieran aprender. Ahora tenemos un problema: han pasado de querer aprender a querer aprobar. Puede llegar a ser una profesión muy gratificante, pero también frustrante, si no tienes esa pasión o esa entrega”. En sus años como profesor de Historia fundamentalmente, pero también de Geografía, Arte, Economía, Cultura Clásica… “no he tenido flaqueza. He podido tener cursos malos, alumnos imposibles, pero que han reconducido su postura. El mérito es coger a un grupo que no funciona y sacarlo adelante”.
En estos años los libros de texto, confiesa, “han cambiado poco. La forma de dar clase sí, por las nuevas tecnologías”. El momento de ruptura, el que más le ha marcado ha sido la pandemia. “Fue un golpe duro. Hubo que tirar de coraje, de decisión, en un trabajo que no era muy evidente, que no estaba de cara al exterior. Se salió adelante por el compromiso, también, de los chavales y de las familias”.
Pasea por la calle Madrid y los exalumnos “te paran y te cuentan cómo van. Es gratificante”. En los muchos años de tutor que ha pasado, ha podido ahondar en la vida de sus alumnos “y conocer cosas que muchas veces no sospechas. Ves los problemas, las familias que responden y las que no”. A pesar de los buenos años pasados, tenía ganas de jubilarse. “Tengo muchos proyectos, investigaciones; quiero viajar y ver yacimientos; digitalizar la tesina… Esta profesión te absorbe mucho”.
No es un colegio fácil, pero Isabel Gómez se sintió cautivada por el CEIP Las Margaritas cuando llegó primero como profesora de Música, luego de Primaria, más tarde jefa de estudios y los últimos seis años como directora. En total 26 años, en los que ha visto la “evolución del barrio y del colegio”.
A finales del siglo pasado, “eran familias de origen emigrante español: andaluces, extremeños…”. Un colegio en el que había 3 y 4 clases por curso. Esas familias crecieron y fueron buscando piso en zonas nuevas. Ahora en el centro, que tiene una antigüedad de 50 años, “tenemos 30 nacionalidades diferentes. Es rico en culturas, en vivencias, es un colegio multicultural, donde no hay problemas de convivencia, donde todos los profesores vamos a una trabajando la integración y la multiculturalidad. Es un colegio en el que la mayoría de alumnos tiene una situación de desventaja social”. Desde hace 17 años cuentan con Aula de enlace para ayudar en la integración con el idioma. En este curso son dos, una solo de niños ucranianos.
De los 330 alumnos con los que cuentan, la mitad tiene becas de comedor o ayuda de estudios. “Hay muchas carencias, pero yo, que no vivo en Getafe, es un colegio que me ha cautivado; ha sido un reto desde el principio”. También psicóloga y con la carrera de piano, “tengo el corazón muy repartido porque me encanta la enseñanza, pero la psicología me ha sido muy útil”. Las reuniones con padres en ocasiones acaban siendo casi terapias. “Me ha gustado mi profesión, nunca me he arrepentido, nunca he pensado dejarlo. Podía haberme dedicado a la música, a la psicología… entre los tres ha primado la enseñanza”.
En aquellos inicios sí que confiesa que “las familias eran diferentes. No tanto los métodos, que van innatos en la filosofía del profesor: al que le gusta ser creativo lo era hace 26 años y ahora. Las nuevas formas de aprendizaje etiquetan lo que ya se venía haciendo. Yo creo que no hay nada nuevo bajo el sol”. Pero sí hay profesores que se encasillan, que no evolucionan. Isabel siempre ha sido inquieta, se presentó a proyectos de innovación, y ha trabajado a fondo la inclusión. “Tuvimos una niña ciega e hicimos un curso de integración con la ONCE. La persona que tiene ganas de trabajar, trabaja. Ahora ves que los padres, desgraciadamente, pasan de la educación de los hijos, no se preocupan por ellos, recriminan al profesor”. La figura que aún sigue teniendo peso es la de la directora: “todavía es un punto de referencia”.
Le marcan las historias de los alumnos, pero “intento no llevármelas a casa. Este año hemos tenido un incremento de niños con intentos de suicidio: dos o tres casos”. Situaciones límite en las familias a las que los más pequeños no deberían tener que enfrentarse. Muchas veces “solo necesitan que les abraces, que les digas que no pasa nada. Este es un centro muy especial. Ves lo más genuino”. Podía haber concursado, cambiar a otro centro más ‘cómodo’ pero “esta situación me ha atrapado: no puedo cambiar mucho de esta sociedad, pero es importante dar más atención a estos niños. Es algo que me ha atraído”. Cada día ha sido un reto. “Es un colegio muy divertido y muy enriquecedor. Me ha servido muchísimo para agudizar mi capacidad de resolver conflictos”.
El final ha sido duro y difícil para Isabel que además se ha encontrado con bajas en el equipo directivo. Ahora ya piensa en su nieto de 9 meses, en su hija que vive en Belfast, en “aprender a conducir por la izquierda. Mi objetivo es no hacer nada. Voy a disfrutar de la vida, de mi familia, de mis nietos. He tenido una vida bastante activa y estos últimos años han sido duros. Este colegio ha sido duro”. Podía haber seguido algún año más. Pero lo tiene claro. A los 65 años, “un profesor si ha llevado una vida comprometida y lo ha dado todo, se queda sin nada”
Charocracia
13 julio, 2022 at 19:06
“Las cartillas de vacunación ni estaban al día; al médico se iba cuando el niño estaba malo, no había prevención ni revisiones».
La nostalgia politizada, creando un mundo de Vecna, aprieta demasiado fuerte en este personal.
Cosa más casposa.