“Tengo la nacionalidad saharaui por nacimiento y la nacionalidad española por origen, Sánchez me acaba de despojar de ambas al decir que lo más ideal para los saharauis es ser ‘una autonomía de Marruecos’”
Opinión de un saharaui en redes sociales.
GETAFE/Todas las banderas rotas (22/03/2022) – Ha sido Marruecos –la casa real marroquí y su gobierno- quien ha publicado antes que nadie el acuerdo alcanzado con el Gobierno español. Acuerdo negociado de tapadillo, ya que no se ha sabido de él hasta que no ha estado concluido, algo que es normal para un régimen dictatorial como el marroquí pero que resulta escandaloso para un Estado democrático como es, pese a quien pese, el español.
El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, fue llamado para esto, para “normalizar las relaciones” con el vecino del sur lo que habría de redundar en la estabilidad política que los negocios necesitan y reclamaban todos; y el ministro, que mantiene muy buenas amistades en Francia –a su vez aliada de Marruecos-, era el mejor para llevar a cabo esta operación (ahora se puede ver con mayor claridad si cabe).
Habrá quien se pregunte por qué, precisamente ahora, se hace público este acuerdo en medio de una crisis como la actual en que Europa está envuelta en una guerra y, como consecuencia (también como causa, al menos en parte), la energía procedente del gas y el petróleo ha pasado a ser determinante. La respuesta salta a la vista: porque todos ganan. Veamos, con algo de detalle, lo que gana, o piensa que puede ganar, cada cual.
España gana sosiego y tranquilidad en el espinoso asunto de la inmigración; ahora contará con un vigilante en la frontera sur que actuará sin las trabas que los estados democráticos tienen con zarandajas tales como el respeto a los derechos humanos y a las leyes y acuerdos internacionales. Lo que se ha llamado “normalizar las relaciones” se traduce en esto y en restablecer el tráfico de pasajeros a través del estrecho que Marruecos había suspendido hace más de dos años; se reabrirán las fronteras de Ceuta y Melilla cuyo cierre es muy perjudicial para los dos lados, pero sobre todo para los marroquíes; en fin, se reducirá la inmigración que procede del sur porque Marruecos podrá controlar mucho mejor esos territorios alejados del Mediterráneo de donde procede la mayor parte.
También se solucionará probablemente, quizá no de inmediato, el problema de la pesca en aguas saharauis; habrá un reparto entre Marruecos y la UE en el que España seguramente saldrá muy beneficiada.
Para España, además, la reivindicación de Ceuta y Melilla por parte de Marruecos queda, al menos, en suspenso; dudo que las ansias expansionistas marroquíes se acaben en el sur –no creo yo que todo esté “atado y bien atado”-, pero, por el momento, parece que habrá un tiempo de respiro en cuanto a estas ciudades que siguen siendo reclamadas por Marruecos, así como con Canarias y sus aguas territoriales. Porque el acuerdo, tengámoslo presente, no es solo “sobre el Sahara”.
Finalmente, España, al hacer el balance de esta operación, gana estabilidad. Seguramente tendrá que lidiar con las protestas de Podemos, pero, teniendo en cuenta la muy débil situación en que se encuentra, este partido no hará nada que pueda poner en peligro su estatus en el gobierno, así que no creo que suponga un gran problema. La derecha, por su parte, hará los aspavientos a que nos tiene acostumbrados, pero no se negará a algo con lo que está de acuerdo.
En cuanto a Marruecos, ahora se ve el nuevo camino que el propio rey marroquí, Mohamed VI, señaló el mes de agosto pasado cuando llamó a una “nueva etapa en las relaciones con España”. Supongo que ahí está el principio de esta operación que sitúa a Marruecos en una posición de privilegio ante Estados Unidos, Israel y Europa al convertirse en el policía de una zona muy problemática actualmente por la creciente amenaza que sobre el Sahel ejercen los grupos yihadistas afines a Al-Quaeda y al DAESH; Marruecos se configura así, con el beneplácito y apoyo internacional, en una potente barrera que impedirá que esa amenaza vaya más al norte. Y, por supuesto, ya nadie le discutirá el control y aprovechamiento de los fosfatos, la pesca y demás riquezas del territorio saharaui.
También obtiene Marruecos, como España, estabilidad política y social. Es muy posible que España ejerza un efecto de arrastre o imitación, de forma que otros países se unirán a la posición marroquí lo que, sin remedio, supondrá un debilitamiento del Frente Polisario que irá perdiendo apoyos; de ello, indefectiblemente, se beneficiará el régimen dictatorial marroquí.
Finalmente, Marruecos consigue que el actor más significativo que estaba en contra de sus intereses expansionistas se ponga de su parte, es decir, se deshace de uno de los impedimentos más importantes, si no el que más, para llevar adelante sus planes.
Argelia lo tiene más difícil. Al eterno enemigo de Marruecos, le conviene esta maniobra española, porque pasaría de ser el primer suministrador de gas a España a serlo de Europa. También en esto saldría ganando España porque será por nuestro país por donde pase el gas argelino camino de las capitales europeas. Siguiendo con Argelia, no se puede olvidar que cerca del 90% de su PIB, las dos terceras partes de sus ingresos fiscales y el 97% de sus exportaciones dependen del gas y del petróleo lo que, lógicamente, hace que también dependa de todo ello su estabilidad sociopolítica. Lo que es evidente es que a Argelia le resultará muy difícil explicar a su población y a los saharauis cualquier cambio en su política, pero cualquier asociación estratégica de España con Argelia será vista por todos, en el actual contexto de guerra en Ucrania y la inestabilidad en toda Europa que dicha guerra produce, como un valor que conviene cuidar, sobre todo porque el gas argelino sustituirá, a mejor precio, al ruso. Y Argelia conseguiría las condiciones necesarias para la paz con su vecino y para su propio desarrollo y enriquecimiento.
Y Estados Unidos y la UE seguro que han respirado aliviados al ver, precisamente ahora que toda la comunidad internacional está enfrentada a Rusia, que se despeja un frente económico y geoestratégico hasta ahora en disputa con ese país y con China.
Después de esta decisión del gobierno español quedan muchas preguntas que debería responder. La primera, ¿debemos hablar de una decisión del gobierno o del PSOE? La segunda, ¿qué valor tienen las resoluciones de los Congresos del PSOE que, hasta ahora, defendían otra cosa muy distinta? La tercera: los refugiados saharauis –muchos de ellos con DNI español-, cuya tierra es ocupada ilegalmente por Marruecos, ¿recibirán el mismo trato que los refugiados ucranianos cuya tierra está siendo ocupada ilegalmente por Rusia? La cuarta, ¿en qué quedan las Resoluciones de las Naciones Unidas y del Tribunal Internacional de Justicia orientadas siempre en la dirección opuesta? La quinta, ¿cómo afecta esta decisión al estatus de España como potencia administradora y a sus obligaciones como tal, decisión legal de las NNUU que, hoy por hoy, aún no ha sido revocada? Y hay más.
Así que volvamos al principio: todos ganan menos el pueblo saharaui que es sacrificado en pro de la sagrada causa del mercado y de la economía ultraliberal. Otra vez, como tantas otras, como siempre, los intereses económicos prevalecen sobre los de los pueblos y las personas. No cuentan para nada los muertos, los desterrados, los sufrimientos de todos los saharauis que, a lo largo de 47 años, han guerreado y han aguantado enormes penalidades en la hamada, un desierto de piedra, árido y duro como pocos, con la sola esperanza de volver a su tierra que les robaron.
Les robaron muchas vidas, les robaron su tierra y, ahora, España les ha robado también lo único que les sostenía: la esperanza.