La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y de alma quieta,
ha de tener su mármol y su día,
su infalible mañana y su poeta.
Antonio Machado
GETAFE/Todas las banderas rotas (09/02/2022) – Utilicé en la primera parte de este artículo la palabra circo como calificativo de lo que ocurrió en el parlamento desviándome algo de mi pretendida neutralidad; pero, al contrario de lo que se nos ofrece en el circo que es sinónimo de alegría y diversión, siento realmente tristeza y pena; desde que ocurrió no dejo de pensar que es un gran ejemplo de la España de charanga y pandereta machadiana: “Esa España inferior que ora y bosteza,/vieja y tahúr, zaragatera y triste;/esa España inferior que ora y embiste,/cuando se digna usar de la cabeza”. Porque la mayoría de nuestros ilustres representantes, sus señorías, han dado ejemplo de eso, se han dedicado a embestirse. Lo triste es que no es excepcional, esta no ha sido la primera vez que ha ocurrido ni será la última, desgraciadamente. ¿Es necesario poner por escrito que somos muchos los que sentimos una enorme vergüenza por lo que vimos el pasado día 3 y vemos habitualmente en el parlamento español?
El gobierno ha cometido varios errores. No ha dialogado con los grupos parlamentarios igual que lo ha hecho con los agentes sociales y ha dado por ganado lo que requería mucho debate, mimo y escucha. Han sido muy evidentes las diferencias entre las dos partes de la coalición, no han sabido –o no han querido- ponerse de acuerdo fuera de los focos, han sacado su pelea a la calle. Quizá por algún interés al margen de lo que estaba sobre la mesa, es decir, ajeno a la reforma laboral.
Los diputados de UPN intentan vender su acción como la más digna de las actitudes: dicen que responde a lo que quieren sus votantes a los que se deben, que eso es lo único que les importa. Pero mienten, no han podido ocultar que mintieron al servicio del PP porque, si fuera como dicen, habrían expuesto su posición en la tribuna antes de la votación, eso hubiera sido actuar con dignidad. Sin entrar en más detalles y sin pretensión de ejercer de profeta: si el PP, a diferencia de Roma, paga a traidores, es muy probable que los veamos en sus listas cuando se convoquen las próximas elecciones. Todos recordamos lo ocurrido en Murcia no hace tanto.
Hay quien ha calificado todo esto como un segundo tamayazo. Y es que la impronta del PP y la alargada sombra de su aprendiz de Rasputín, Teodoro, han quedado descubiertas en esta operación. El PP (y se supone que Vox) sabían lo que iba a ocurrir en la votación porque lo tenían todo atado y bien atado, ellos sí sabían lo que realmente iban a votar los dos diputados de UPN; lo que no tenían controlado era el error de uno de los suyos. El PP ha demostrado que está dispuesto a todo, incluso a actuar ilegalmente o, en todo caso, con maneras muy alejadas de la ética, si con ello consiguen lo que pretenden. No hace falta poner ejemplos.
La reforma laboral es mala para ERC, Bildu y otros porque la votan partidos de derecha nos dicen, así que no ven necesario entrar en el fondo de la propuesta. Prefieren renunciar a evidentes mejoras para los trabajadores –antes o después deberán explicárselo- porque lo que importa a Bildu es su pelea con el PNV en el País Vasco y a ERC situarse bien en las encuestas de cara a unas futuras elecciones en Cataluña, así como mostrarse como más catalanista que nadie cuando se convoque la futura mesa de negociación con el gobierno, aunque estén impidiendo o torpedeando un progreso real en los derechos de los trabajadores, por muy parcial o incompleto que este sea. Los partidos nacionalistas, sean vascos, navarros o catalanes, miran solo a su parroquia, difícilmente apoyarán una cuestión de ámbito nacional si perjudica sus intereses localistas.
Nadie con dos dedos de frente puede pensar que el apoyo de UPN al PSOE pudiera ser gratis; en secreto, ambos partidos negociaron y acordaron que el segundo no reprobaría al alcalde de Pamplona si los dos diputados del primero votaban a favor de la reforma laboral en el Congreso. La reprobación tenía su causa en que el alcalde pamplonés había hecho unas declaraciones xenófobas relacionando inmigración y delincuencia, pero al PSOE le compensa retirar la censura al alcalde de Pamplona. Habrá quien opine que la negociación del PSOE con UPN entra en los usos y costumbres políticas normales, que no hay motivo alguno de reproche, que París bien vale una misa. Otros, entre los que me cuento, pensamos que en política, como en la vida, hay que ser honesto y parecerlo; que si un día el partido está dispuesto a reprobar a un alcalde porque lo considera xenófobo y, por tanto, indigno de ocupar ese cargo, no es posible, sin abdicar de la honestidad que debe acompañar a la ideología, que al día siguiente cambie de opinión por lo que sea. Naturalmente, muchos pensarán que esta es una posición demasiado estricta. Es verdad, lo es. Pero cualquier otra, en mi opinión, es antidemocrática.
Tradicionalmente los sindicatos y la patronal están enfrentados porque así lo exige el papel que cada uno de esos colectivos juega en la sociedad, pero, a pesar de ello, han sido capaces de pactar, es decir, ceder en parte de sus posiciones para llegar a un acuerdo; en cambio, sus señorías han dado todo un ejemplo de lo que no se debe hacer en un parlamento, lo han convertido en la cancha de una pelea de gallos permanente, han olvidado que su función no puede ser otra que procurar ponerse de acuerdo lo que exige, como norma fundamental, estar dispuesto a ceder, no a imponer. Y hay algo que tampoco debería olvidar ninguno de los grupos políticos que se sientan allí: son los ciudadanos los que han puesto a unos en el gobierno y a otros en la oposición; los primeros deben actuar con generosidad, dialogando, y los segundos deben aceptar que el gobierno salido de unas elecciones democráticas es absolutamente legítimo y merece ser reconocido con respeto.
El problema, por tanto, está en que mientras los políticos consideren que la política es su particular campo de juego donde solo ellos ponen las reglas que cambiarán de acuerdo a los intereses de sus partidos, mientras sigan hablando exclusivamente para sí mismos, con su propia jerga, no podrán culpar a los ciudadanos de que no se interesan por la política porque no son los ciudadanos los que se alejan, sino los políticos quienes les expulsan de ella. Los que sigan con su propio juego, olvidando lo que es el interés común, con gritos, insultos, ataques personales y mentiras, deberían estar atentos: puede que, finalmente, sean los ciudadanos quienes les expulsen a ellos.