GETAFE/Todas las banderas rotas (13/01/2022) – Si los estadounidenses tienen, según el relator sobre pobreza extrema y derechos humanos de la ONU, Philip G. Alston, más de un 20% de su población en la pobreza, nosotros tenemos a los habitantes de la Cañada Real sin luz desde hace meses, y ahora, por segundo año consecutivo, soportando las bajas temperaturas propias del invierno, pero, a pesar de ello, ningún gobierno, sea central, regional o local asume responsabilidad alguna ante esas personas, independientemente de las competencias legales de cada institución. También tuvimos nuestro intento de golpe de estado en 1981 y tenemos todavía a militares de alta graduación –retirados o no- que pretenden dar otro y/o añoran la dictadura franquista…
En fin, nada que envidiar o aprender de los Estados Unidos que se quitó la careta y nos demostró que no es verdad que sea la democracia más perfecta del mundo ni es el país de las oportunidades, no es ese lugar donde se puede llegar a la cima de la riqueza y el poder desde lo más bajo; es cierto que ha habido casos excepcionales que lo han conseguido, pero son eso, excepciones. Porque no menos cierto es que la pobreza es el medio en el que, de manera natural, se desenvuelven muchos millones de estadounidenses: según datos recientes, unos 40 millones viven en condiciones de pobreza, 18,5 en pobreza extrema y 5,3 millones en una situación similar a la que se vive en el tercer mundo. Y lo que es peor, el ya citado, Philip G. Alston, de quien provienen esos datos, dice que «En un país rico como Estados Unidos, la persistencia de la pobreza extrema es una decisión política adoptada por quienes están en el poder. Con voluntad política podría ser fácilmente eliminada«. Yo añadiría que esa frase es aplicable a todos los países del planeta, incluido el nuestro.
En estos días se cumple un año del intento de golpe de Estado en EEUU –hay suficientes indicios para llamarlo así, ya no cabe aquí el lenguaje políticamente correcto-, que no surgió de la nada, el trumpismo no fue la causa, solo el desencadenante. Los Estados Unidos nacieron violentamente, en lucha a muerte con los habitantes del territorio que conquistaban los fundadores. En el origen de ese país cada cual se procuraba un pedazo de tierra mediante una única ley: la del más fuerte; luego había que ir ampliando ese pedazo todo lo posible y eso solo podía hacerse disputándoselo a los demás por la fuerza de las armas y defendiendo el que ya era propio de la misma forma. Y en esa lucha a muerte por acumular tierras y riquezas, muchísimos se fueron quedando por el camino, unos perdieron la vida, otros perdieron sus medios de subsistencia. Por mucho que las películas nos quieran contar una épica historia de conquista contra los “pieles rojas”, la realidad fue mucho más prosaica: los “indios” no fueron un enemigo importante porque eran pocos, estaban dispersos y enfrentadas unas tribus con otras, además de que carecían del armamento con que contaban los “blancos”; la verdadera guerra, desde el inicio, es la que mantenían entre sí los recién llegados por el dominio de las tierras que conquistaban y, además, por la imposición de un determinado modo de entender cómo habría de ser el futuro país, lo que desembocó en la guerra de Secesión que más bien habría que llamarla de modos de entender la vida: con esclavos o con libertad tal como la entiende Ayuso.
Porque junto con la desigualdad, pobreza y falta de solidaridad que he intentado describir, en el origen de lo que es ese país también está la instauración de la esclavitud, el sometimiento esclavo de enormes cantidades de seres humanos de raza negra trasladados a la fuerza desde África para trabajar las inmensas extensiones de tierras que habían sido arrebatadas a los nativos. Es verdad que no es el único país en el que ha existido la esclavitud, pero es muy difícil de aceptar que hoy día pretenda mostrarse al mundo como modelo democrático mientras persisten las condiciones terribles de desigualdad entre pobres y ricos como en todas partes, y, entre blancos y negros, la secuela de la esclavitud, como en ningún otro sitio.
Bien, pues esto es lo que, en mi opinión, estalló hace un año ante el Capitolio. Por una parte, los negros, hartos de ser maltratados y asesinados por la policía, de ser considerados ¡todavía! ciudadanos de segunda o de tercera, llevaban meses protestando, exigiendo sus derechos y muriendo en la calle; por otra, esa enorme cantidad de blancos pobres, olvidados por el sistema montado por y para los ricos, encontraron alguien a quien seguir, un personajillo que les prometió acabar con su situación, les dijo que iba a poner a los blancos -a ellos-, por delante de los negros, de los inmigrantes, de los hispanos, que los demócratas eran comunistas que querían destruir su país… Para provocar un incendio no son necesarios muchos pirómanos, basta con uno si utiliza suficiente material inflamable.
Traigo todo esto a cuento porque el trumpismo dio alas a la ultraderecha que, ante la inacción de algunos demócratas y, sobre todo, de muchos que se llaman así pero no lo son, está ocupando el espacio político en muchos países del mundo, de Europa y, por supuesto, también de España. Es bien cierto que no es nada nuevo, que los partidos ultraderechistas existen desde siempre, pero han ascendido al rebufo de lo que estaba ocurriendo en EEUU. En España ocurrió así: Vox fue fundado en 2013 y se presentó a elecciones europeas en 2014 (1,57% de los votos, ningún escaño); en 2015 a las autonómicas andaluzas (0,45% de los votos, ningún escaño); también en 2015 a las generales (0,23% de los votos, ningún escaño). En 2017 Trump inició su mandato como presidente de los EEUU, y, a partir de entonces, empezó el ascenso de Vox: en 2018 obtuvo en las elecciones andaluzas el 11% de los votos y 12 escaños; en abril de 2019 consiguió el 10% de los votos y 24 diputados en las elecciones generales; en ese mismo año obtuvo tres eurodiputados y, en el Congreso, 52 diputados con el 15% de los votos.
Hemos de concluir que el mensaje que Trump vendió en EEUU fue traducido por Vox en España con muchas mentiras como les había enseñado Trump: el PSOE y Podemos son comunistas que quieren entregar España a los separatistas y a los etarras, van a implantar el feminismo para acabar con la familia, el 8M fue la causa de la muerte de millones de españoles, el gobierno de Pedro Sánchez es ilegítimo porque se funda en un fraude electoral… Y este mensaje lo han comprado muchos millones de españoles porque es lo que esperaban: identificar a un culpable causante de sus males y un redentor que les ofreciera milagros para remediarlos.
Los partidos que dicen que la ultraderecha no es el remedio de los problemas sociales de las mayorías, deberían no tanto combatir a los partidos de esa ideología –que también- sino, sobre todo, ofrecer a los ciudadanos alternativas que den respuesta real a dichos problemas. Y esas respuestas no pueden ser meros eslóganes electoralistas, sino propuestas que vayan a la raíz de esos problemas, compromisos con vocación de ser cumplidos. Los partidos de izquierda deben esforzarse en recuperar, antes que el poder, la confianza de la ciudadanía castigada y desengañada por tanta promesa incumplida.