Un refugiado-no refugiado


En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.
Artículo 14.1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos

GETAFE/Todas las banderas rotas (08/06/2021) – Otras veces he escrito aquí sobre inmigrantes y refugiados pero lo he hecho observando el asunto en general, haciendo consideraciones sobre el drama en su dimensión universal; en un artículo, hace unos años, daba el dato de que eran unos 50 millones las víctimas de desplazamientos forzosos en todo el mundo contabilizadas por ACNUR, la agencia de las Naciones Unidas para los refugiados, cantidad en la que se incluyen no solo refugiados, sino también solicitantes de asilo, apátridas y desplazados internos; si hoy entramos en la página web de esa agencia, veremos que los cifra es de 79,5 millones.
Pero ahora quiero bajar al terreno y explicar el drama de los refugiados y desplazados en una persona concreta, en alguien que intenta vivir entre nosotros, en Getafe, de la que, naturalmente, no daré el nombre.
Sé de él que tiene 73 ó 74 años, que es ingeniero y que, en su país y en Emiratos Árabes Unidos, ejerció como tal y también como docente. Este no refugiado que intenta sobrevivir en Getafe salió de Alepo, en Siria, porque la guerra –que continúa, no lo olvidemos- acabó con varios miembros de su familia y destruyó su casa. Y, después de haber vivido durante un tiempo en Marruecos, llegó en 2017 a Melilla donde presentó una solicitud de protección internacional que se le denegó porque su situación no está incluida específicamente en los supuestos contemplados en la ley 12/2009 reguladora del derecho de asilo y de la protección subsidiaria.
Hasta aquí los hechos que afectan a esa persona. Explicaré ahora por qué le llamo “refugiado-no refugiado”.
Decía más arriba que intenta vivir, pero la verdad es que solo consigue sobrevivir porque se lo ponemos muy difícil. Existen organizaciones internacionales y nacionales, así como disposiciones legales también en los ámbitos internacional y nacional para, en teoría, asistir y proteger a los solicitantes de asilo y refugio, es decir, a todas aquellas personas que, por una u otra razón, se vieron obligadas a salir de su tierra en contra de su voluntad.
Yo no soy jurista, no sé si la persona de la que vengo hablando tiene o no derecho a ser acogido en nuestro país como refugiado de acuerdo con las leyes nacionales y las normas de las organizaciones creadas para atenderlos. Lo que sé es que está en España, concretamente en Getafe; que –sin entrar en problemas de salud, que los padece- tiene una edad que no le permite encontrar un trabajo; que, aunque durante algún tiempo ha sido asistido económicamente de forma esporádica por CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado) y por el Ayuntamiento, ahora está viviendo de la solidaridad de algunas personas porque ha consumido los plazos para recibir apoyo económico regular de algún tipo; y, además, tengo la convicción de que una persona de 72 ó 73 años, que salió de su casa destruida por la guerra, que dejó atrás a familiares muertos y huyó de su país para que no le ocurriera lo mismo a él, a su mujer y a sus hijos, que alguien que lleva tal carga de sufrimiento encima, merecería que la sociedad se ocupara de él a pesar de que las leyes nacionales y las normas de las organizaciones digan que este refugiado no es un refugiado.
Y sostengo que eso solo será posible si nuestra sociedad es realmente acogedora –como estoy sobre el terreno, ahora no estoy hablando en general, me refiero a la sociedad de Getafe y sus instituciones-, si la sociedad getafense está fundamentada en los valores de la solidaridad, la empatía y la fraternidad. Porque, más allá de las necesarias leyes y normas, es preciso que las instituciones tengan previsto que, a pesar de que se salga de las normas, ningún ser humano que lo necesite debe ser desatendido por las instituciones, simplemente porque es propio de los seres humanos no abandonar a su suerte a un semejante, porque atenderle responde a lo que llamamos humanidad y no hacerlo es inhumano.
Por ejemplo, a la persona de la que vengo hablando –pero sin olvidar que no es la única, hay muchas más-, cuando llega a CEAR, a los servicios sociales municipales o a cualquier otra institución encargada de atender a los más desprotegidos, de acuerdo a las leyes y las normas se le responde: “Lo siento, no cumple usted las condiciones”, o “vaya, se ha pasado el plazo”, o “no, nosotros no atendemos casos como el suyo”… Quizá hay otra forma de abordar la cuestión: después de comprobar que no cumple las condiciones, que se han pasado los plazos, o que no es la institución que puede atender su caso, se le podría responder: “a pesar de todo, vamos a ver qué podemos hacer para que usted pueda vivir con un mínimo de dignidad entre nosotros”.
Ya, ya sé, a eso le llaman buenísimo porque no tiene en cuenta los condicionantes de una sociedad capitalista que, irremediablemente, está sujeta a las leyes del mercado que expulsa a los que no pueden cumplir todas las normas, no tienen todos los papeles, etc. También me acusarán de buenista si digo que, en mi opinión, la tenencia de un papel, por muy oficial que sea, no hace que una persona sea legal, de la misma forma que su ausencia tampoco puede hacerla ilegal.
Sostengo que, en la sociedad en la que vivimos, las personas aún podemos elegir entre cumplir rígidamente lo que está establecido o, sin incumplir la ley, ser solidarios con los que no tienen casi nada, con los que dejaron su tierra por la razón que sea, con los que nos piden ayuda para poder vivir con nosotros, como nosotros.
Y también sostengo que, igual que podemos hacer eso las personas individualmente, las instituciones que existen para que la sociedad funcione, para que las personas podamos resolver en común las dificultades que cada uno por sí mismo no podría superar, deberían plantearse que deben encontrar formas de atender a las personas que están en la parte más baja de la pirámide social: los sin techo, los indigentes, los refugiados…; aunque no tengan papeles, aunque no cumplan todas las normas, aunque lleguen fuera de plazo…
De lo que se trata, tal como yo lo entiendo, es que las instituciones procuren tener una visión más abierta, que vayan más allá de los límites que les marcan las normas que, sin ninguna duda, deben cumplir. Porque nadie puede exigir que las incumplan sino que, con un enfoque más dirigido a la fraternidad que al legalismo, encuentren la manera de acoger en nuestra tierra a los que no tienen más culpa que haber tenido que escapar de la guerra y la muerte, a los que fueron expulsados de su casa y de su tierra, sea cual sea su situación administrativa.
Como le pasa a la persona que me ha inspirado este artículo y a tantas otras.

1 Comment

  1. Rosa Blanca

    18 junio, 2021 at 17:38

    Esta situación tendrá la solución que podrá definir la calidad de sus instituciones y/o de la solidaridad de un pueblo.