La democracia es la peor forma de gobierno a excepción de todas las demás.
Winston Churchill
GETAFE/Todas las banderas rotas (23/06/2021) – Desde que se instauró la democracia, se repetía unánimemente un comentario: en España no existe la ultraderecha. Cuando llegó Vox y se colocó tercero en el Parlamento, muchos se echaron las manos a la cabeza, no se lo podían creer, decían: ¿de dónde han salido, dónde estaban? Otros muchos explicaban: estaban en el PP, son la parte del PP más radical que, al ver que a la izquierda del PSOE surgía Podemos –fuerza política que esa derecha radicalizada considera de extrema izquierda-, entendieron que el PP no era suficiente para combatirla, era la “derechita cobarde” a la que había que sustituir para plantar cara, de manera eficaz, a los comunistas aliados con los separatistas que venían, según decían ellos, dispuestos a destruir España.
Es cierto que, antes de que esa parte del PP reunida en torno a Vox, asomara su cabeza, había organizaciones y grupos que exhibían su radicalidad ultra porque no querían formar parte de la estructura democrática del Estado, pero eran poco representativos porque, a pesar de su mucha parafernalia, no tenían fuerza, principalmente porque no contaban con el apoyo de los poderes económicos que estaban muy satisfechos con la labor que, en su favor, hacía el PP.
En la antigua Alianza Popular y en el PP anterior a esos hechos, los que añoraban la dictadura franquista se encontraban muy cómodos, no necesitaban salir a la inclemencia exterior porque dentro tenían todo lo que necesitaban; podían manifestarse en periódicos, televisiones e, incluso, en la calle sin ser molestados y, sobre todo, sin necesidad de identificarse como partícipes de una ideología defensora de la dictadura franquista, porque eso ya lo hacía muy bien el PP desde la legalidad democrática.
Desde el fin de la segunda guerra mundial en las democracias europeas surgidas de la victoria se repudia todo lo que pueda recordar los crímenes y la falta de libertades propias de aquellos sistemas derrotados; en esas democracias se prohíben y castigan la manifestación de ideas y exhibición de símbolos propios del fascismo y el nazismo. Por ejemplo, en Alemania es ilegal hacer el saludo hitleriano en público, la exhibición de la esvástica o el canto del himno del partido nazi.
Pero en España tenemos un panorama muy distinto: hasta hace muy poco se ha mantenido a Franco en un mausoleo de Estado; en la calle se manifiestan grupos que cantan el “Cara al sol” con el brazo en alto y exhiben banderas y símbolos franquistas; permanecen válidos los títulos nobiliarios repartidos por el dictador entre sus amigos y colaboradores en la guerra civil y la dictadura; continúa, como en tiempos de Franco, la consideración de la Iglesia Católica como una organización superior a cualquier otra, hasta el punto de que se la exime de impuestos, se autorizan las inmatriculaciones y se le da entrada con honores en determinados actos de Estado; se ha condecorado a torturadores reconocidos y se les ha mantenido en sus puestos con sueldos públicos; por parte del Poder judicial se reconoce como derecho de expresión la exaltación y defensa del dictador a los miembros de una fundación que tiene precisamente ese objetivo; podríamos seguir, pero a cada cual le pueden venir a la memoria más circunstancias similares.
En Europa hace muchos años que diversos partidos ultraderechistas participan en el juego político –Jean-Marie Le Pen, primer líder del Front National (hoy Rassemblement National dirigido por su hija) se presentó por primera vez a las elecciones francesas en 1974-, algunos, como en Polonia y Hungría, desde el poder y la mayoría desde la oposición como la ya nombrada Agrupación Nacional en Francia, Alternativa por Alemania, Amanecer Dorado en Grecia, Interés Flamenco en Bélgica, Partido por la Libertad o Foro por la Democracia en Países Bajos, etc.
Así que deberíamos poder responder a la siguiente pregunta: ¿por qué, desde que murió el dictador en 1975 hasta que Vox ha dado la cara, no ha habido ultraderecha en España? Un poco más arriba he dicho que estaban agazapados cómodamente en el PP y no soy el único que mantiene esa idea. Pero hay que ir más allá, hay que preguntarse por qué no necesitaban actuar a cara descubierta. Mi respuesta es que, mientras en Europa el nazismo y el fascismo perdieron la guerra, en España la ganó el franquismo. Mientras en Europa esos regímenes fueron derrotados y pudo instaurarse la democracia, en España la dictadura franquista se mantuvo durante cuarenta años. Mientras Hitler y Mussolini murieron de forma ignominiosa, Franco murió en la cama y se le rindió un homenaje de Estado en su entierro.
También porque, además de que en algunos países –Francia es, otra vez, un ejemplo- muchos conservadores formaron parte, de la resistencia al invasor nazi, al acabar la guerra, la derecha europea participó hombro con hombro con sus compatriotas demócratas de cualquier ideología, en la reconstrucción, tanto económica como democrática, del continente. España, en cambio, vivió los siguientes cuarenta años después de la guerra como prolongación de esta, celebrando no una victoria, sino una venganza, con un régimen aislado del resto del continente, practicando una autarquía que prolongó inmisericorde los años del hambre.
Por si eso no bastara, en Europa, se castigó a los responsables de la guerra y los crímenes pero no a la población que, desde uno u otro bando, sufrió las consecuencias de la una y los otros. En España, mientras tanto, se ensalzaba y premiaba a los vencedores sin distinguir entre ellos a los que habían cometido crímenes, a la vez que se practicaba una venganza indiscriminada, castigando con muerte, cárcel, exilio y pobreza a las familias que tuvieran un solo miembro entre los luchadores del bando contrario o manifestaran algún rechazo por mínimo que fuera al régimen. Nunca debería olvidar nadie en España que la matanza de los abogados de Atocha por ultraderechistas instalados en el régimen franquista, fue llevada a cabo en 1977, dos años después de la muerte de Franco.
Por tanto, a la sociedad toda, desde la escuela a la fábrica, desde los templos a las salas de cine, se la inculcó durante cuarenta años que los rojos eran culpables de la guerra y de todas las desgracias, que lo que hizo Franco fue traer la paz, que gracias al régimen había trabajo y prosperidad. Naturalmente, para convencer de esa gran mentira, para retorcer la historia hasta ese punto, además de la propaganda -¡qué gran labor hizo el NODO y los “partes” de Radio Nacional!-, era necesario ocultar que existían enormes bolsas de pobreza, que la mortalidad infantil igualaba a la del tercer mundo, que los trabajadores españoles debían emigrar por millones a otros países europeos y americanos para poder mantener a su familia, y, sobre todo, la enorme y violenta represión.
Uniendo así la ignorancia y el miedo, las dictaduras tienen, sobre las democracias, gran ventaja: los ciudadanos no tienen que esforzarse, les basta con obedecer, no oponer resistencia. Una vez que la propaganda ha cumplido su misión, desconfiarán de la política, se dejarán llevar sin oposición, aceptarán la falsa seguridad que el régimen les ofrece sin plantearse –o sin darse cuenta- de que es a costa de perder la libertad.
En fin, el franquismo no necesitaba a la ultraderecha, cumplía con creces su papel.
Sostengo que estas han sido las condiciones para que la derecha española haya prosperado sin necesitar a la ultraderecha hasta fechas recientes. Con estos antecedentes, ¿podemos esperar que la derecha española llegue a asemejarse a la derecha democrática europea? Me temo que no será posible porque, tanto el PP como Vox se parecen demasiado, al fin y al cabo son hijos del mismo padre. Y no parece que estén dispuestos a renegar de él.