GETAFE/Todas las banderas rotas (26/05/2021) – El 15 de mayo de 2011 se convocaron manifestaciones en 58 ciudades españolas. La de Madrid terminó acampando en la Puerta del Sol, dando así origen a lo que más tarde se llamó el movimiento 15-M. En principio, era una protesta por las consecuencias de la crisis económica iniciada en 2008 que había puesto al desnudo los tremendos efectos de las políticas neoliberales.
No fueron solo los jóvenes, pero sí principalmente estos, los que se percataron de que la sociedad en la que vivían estaba presa en una cultura que reducía al ciudadano a mero sujeto económico. Por eso, aquellas movilizaciones pronto derivaron en protesta contra la crisis global, más allá de la pura cuestión económica.
Los poderes institucionales de entonces observaban aquello con cierta condescendencia, sin atribuirle importancia, convencidos de que era una fiebre juvenil que pasaría. Pero eso cambió pronto; cuando se daba casi por muerto al 15-M, algunos de los grupos que salieron de las movilizaciones de aquel mayo decidieron disputar el poder presentando su candidatura a las elecciones europeas de 2014 y, contra lo que esperaban aquellos poderes –y casi todo el mundo-, llegó Podemos y obtuvo cinco escaños en el Parlamento Europeo (¿Recuerdan la canción “…llegó el comandante y mandó a parar”?)… pues eso.
A partir de entonces el 15-M marcó el paso de los partidos que, desde ese momento, empezaron a llamarse “tradicionales”, y la izquierda hasta entonces existente (PSOE e IU) tuvo que empezar a pensar, sin dejar de observar con recelo a los recién llegados, que el escenario había cambiado y ya no se podría actuar como venían haciéndolo. Podemos empezó a acercarse al poder mientras el PP se ahogaba con sus innumerables casos de corrupción y el PSOE entraba en una crisis generacional –pero no solo generacional-. En realidad, tanto en los cuadros dirigentes del PP como en los del PSOE, vino a instalarse un concepto de democracia muy poco democrático, permítaseme el retruécano; en el PP se sabe desde siempre que consideran el poder como algo de su propiedad, en el PSOE se vio en la lucha por el poder interno en aquel malhadado Comité Federal en que se expulsó a Pedro Sánchez de la Secretaría General. De este modo, la democracia pierde su cualidad inclusiva, acogedora de opiniones diversas, amante del debate entre ideas distintas, para negar el pan y la sal a todo el que pretenda confrontar con “el poder establecido”; desde la simpleza de intereses de los tiempos del capitalismo industrial hemos llegado a una enorme complejidad social, pero los detentadores del poder –sea este cual sea, político, económico, partidario- prefieren la simplificación.
Desgraciadamente, desde sus comienzos, Podemos, aunque de distinta forma, pareció que repetía la dinámica de la que hablo en el párrafo anterior; se presentó ante la sociedad como el portador de una “nueva buena nueva”, con ínfulas adanistas y mesiánicas: nada de lo anterior es válido, todo lo hecho hasta aquí debe ser derribado (la Constitución y, en particular, la llamada Transición que no es que tuviera defectos, es que de ella no se podía salvar absolutamente nada); los que hasta ahora han gobernado o forman parte de alguna institución son “casta” a la que hay que sustituir; pero tranquilos, nosotros traemos todas las soluciones. Recuerdo el artículo “Claro que podemos” publicado en octubre de 2014 y firmado por Juan Carlos Monedero y Jesús Montero en el que, refiriéndose al siglo XX, decían que era “un siglo tirado por la borda”. Entonces escribí que, mientras ahora disfrutaban de la libertad de criticar a los poderes públicos y podían ocupar la Puerta del Sol, en los años 50, 60 ó 70 de aquel siglo, según ellos tirado por la borda, en España las reuniones del 15-M probablemente hubieran sido disueltas a porrazos o a tiros, y Podemos hubiera tenido que funcionar en las catacumbas y en la cárcel como tuvieron que hacerlo el PCE, el PSOE, UGT, CCOO y otras muchas organizaciones que, aún así, lucharon con mucho riesgo por la libertad de todos. Iñaki Gabilondo, en aquel 2014 resumió la Transición con una frase a la que me adhiero: “Se hizo lo que se pudo y me alegro de haber participado de ello”.
Hay otra transición, la que han tenido que hacer aquellos que ocuparon la Puerta del Sol y otras muchas plazas por toda España. Algunos de los que entonces exigían “democracia real, ya” y gritaban “no nos representan” hoy ocupan escaños en el Congreso. También los hay que tienen cargos en gobiernos municipales, e, incluso, en el de la nación. Esa transición les ha hecho reconocer que los cielos no pueden tomarse por asalto. Han comprobado que no basta con desear algo tremendamente justo y necesario para que se haga realidad. Han entendido que la democracia real a la que aspiraban se encuentra día a día con obstáculos que, a veces, son insuperables. Y han descubierto que entre los que llamaban casta hay mucha gente honesta trabajando duro por sus conciudadanos.
Pero para algunos que, desde una tradición de militancia enfrentada al poder, hicieron el 15-M no ha sido fácil esa transición, incluso algunos quizá no hayan conseguido hacerla y consideren que el movimiento ha fracasado. Lo expresa muy bien en una entrevista Miguel Urbán, presente desde la primera hora en el 15-M y en la fundación de Podemos: “Cuando nació Podemos siempre dijimos que el 15-M era irrepresentable por ningún partido, tampoco por nosotros. Quien pretenda decir que un partido encarna todo eso, se equivoca”. Y, un poco después, hace una amarga confesión a la que los pesimistas como yo no podemos más que sumarnos: “Se han cambiado muchas cosas en este país gracias al 15-M y a Podemos, pero el fracaso es que se ha cambiado mucho la política y poco la vida de la gente. Eso es un fracaso colectivo”.
Aunque Podemos no es el heredero del 15-M, es innegable que representó bastante de lo que fue el movimiento. Su sola existencia sirvió para oxigenar y revitalizar algunas instituciones, estructuras e, incluso, personas que estaban oxidadas y/o corrompidas; también puso a gran parte de la sociedad en marcha y le insufló nueva fuerza y ganas para participar en política. Aunque solo fuera ese su mérito, ya sería bastante.
Lo malo es que muchos encontraron en Podemos (o creyeron encontrar) la herramienta necesaria para arrumbar al “régimen del 78”, porque pensaban lo contrario que Miguel Urbán, que Podemos representaba todos los valores del 15-M, pero ahora que Podemos es uno más en la nómina de los partidos tradicionales, que ven la Puerta del Sol ocupada por una muchedumbre que no pide “democracia real, ya”, sino libertad para tomar cañas y, a pesar de ello, siguen creyendo (¡todavía!) que es posible hacer política, a la vez, desde las instituciones y desde la calle… quizá estos se han sentido frustrados, decepcionados y, quizá, traicionados.
Soy pesimista, sí, pero no hasta el punto de no reconocer, en línea con lo dicho por Miguel Urbán, que la política ha cambiado mucho aunque ello no se traduzca en beneficios concretos para la gente. Significó el despertar de una generación a la que le habían contado aquello del fin de la Historia. Supuso una toma de conciencia de muchos jóvenes, y de otros muchos no tan jóvenes, que decidieron que la política no podía seguir estando en manos de los de siempre, que era posible participar, intervenir y hasta influir. Muchos descubrieron que dos partidos grandes y una economía basada en la propiedad privada, el beneficio ante todo y la explotación de los trabajadores no era el único sistema posible. Sostengo que el 15-M fue más que sus resultados actuales, sería injusto decir que no tuvo consecuencias.
En 1968, ¡hace ya 53 años! ocurrió lo que se llamó el “mayo francés”. Desde entonces ha sido materia de estudio, libros y tesis doctorales… ¿Seguiremos (seguirán) hablando del 15-M, de lo que pudo ser y no fue, dentro de veinte, treinta, cincuenta años?