GETAFE/Todas las banderas rotas (11/05/2021) – Lo habitual después de unas elecciones es que haya un ganador pero ningún perdedor, por aquello de que la victoria tiene muchos padres y la derrota es huérfana. Todos los partidos suelen encontrar la manera de explicar que, aunque no hayan ganado tampoco han perdido, llegando, en ocasiones, al absurdo e, incluso, al ridículo. No puede ocurrir lo mismo con las elecciones del 4 de mayo en Madrid: El PP ha ganado sin posibilidad de que nadie pueda discutirlo mínimamente; Ciudadanos ha perdido sin que puedan poner excusa ninguna, al cero no se le pueden poner peros. Y también ha perdido, sean cuales sean las explicaciones que se quieran buscar, el PSOE; digo el PSOE, no el PSM, que también.
En la oscurísima época del franquismo, cuando la iglesia católica compartía el poder con el dictador, para perdonarnos los pecados se nos exigía, entre otras cosas, examen de conciencia y propósito de enmienda; hoy, en democracia, lo hemos sustituido por autocrítica, rendición de cuentas y reparación del daño causado.
¿Alguno –político individual o partido- hará autocrítica, rendirá cuentas y reparará el daño causado? De momento, Pablo Iglesias Turrión lo ha hecho inmediatamente y eso le honra. Nunca ha sido santo de mi devoción, le he reconocido algunas virtudes y muchos errores, creo que se ha equivocado en planteamientos y cuestiones muy importantes pero, de la misma forma que se han de criticar los fallos, se le deben reconocer los logros (que los ha habido, e importantes) porque, tanto unos como otros, han configurado nuestro panorama político en los últimos tiempos; y en esta ocasión, al retirarse con la dignidad que lo ha hecho, se deben olvidar sus culpas y poner en valor sus méritos, independientemente de la mejor o peor oportunidad del momento elegido.
También, por parte del PSOE, ha dimitido José Manuel Franco –hasta ahora Secretario General del PSM- y Ángel Gabilondo ha anunciado que no recogerá su acta de diputado a la Asamblea de Madrid. Un poco más arriba hacía la distinción entre PSOE y PSM, y en este punto también hay que hacerla porque en las elecciones del 4 de mayo ha perdido el Partido Socialista de Madrid, claro, pero también, y sobre todo, ha perdido el Partido Socialista a nivel federal a pesar de lo cual solo pagan dos dirigentes madrileños. La estrategia (si es que puede llamarse así) de campaña se diseñó y dirigió desde Moncloa y desde el nivel federal, como en los viejos tiempos del guerrismo; el responsable, de forma casi absoluta, de la campaña del PSM fue Iván Redondo, jefe de gabinete de Pedro Sánchez; lo honrado y coherente es que asumiera algún tipo de responsabilidad. ¿Quiere esto decir que José Manuel Franco y Ángel Gabilondo no han de asumir su cuota? No, porque aceptaron ser dirigidos por Moncloa y Ferraz; lo que digo es que la mayor responsabilidad por el fracaso corresponde a quienes lo diseñaron y dirigieron y, en consecuencia, deberían responder de la parte que les toque. Dice Ábalos, secretario de Organización, que los socialistas «asumen colectivamente todas las responsabilidades”…, una forma de que nadie las asuma.
En el camino de la recuperación, haría bien el PSOE en meditar sobre la forma de recuperar los votos que, habiendo sido suyos en elecciones anteriores, emigraron a otros partidos en las del día 4, empezando por la autocrítica y la rendición de cuentas de los responsables reales; la reparación del daño causado no parece ya posible. Sin ánimo de dar lecciones, con toda humildad, creo que es hora de, sin renunciar a los principios ideológicos, pero sin esgrimirlos como bandera, volver a trabajar duro por lo cotidiano, por lo que la gente necesita en el día a día: trabajo, salarios dignos, servicios públicos de calidad, justicia fiscal, libertad de la de verdad, igualdad real, participación en la política, en fin, lo que siempre debió acompañar al socialismo.
No es decente hacer leña del árbol caído, por eso no haré comentarios sobre el fracaso de Ciudadanos, pero no me resisto a decir que, en mi opinión, al camino hacia su final que inició hace ya tiempo le queda poquísimo recorrido.
Así que, en la izquierda, solo queda Más Madrid. No porque el PSOE y Unidas Podemos hayan desaparecido, que no es así, sino porque es el único partido de la izquierda que ha respondido a las expectativas que se habían depositado en los tres. Por muy pocos votos, Mónica García lo ha colocado el primero de la izquierda porque, ante la opción liberticida de Ayuso, en lugar de entrar a su juego como han hecho los otros dos, ha entendido que la única opción era marcar su propio territorio, alejarse de la dicotomía libertad-comunismo y explicar a la gente que lo importante era acabar con la pandemia mientras se atiende a sus necesidades más perentorias.
¿Por qué ha ganado Ayuso? Otros más cualificados que yo han escrito ya mucho para responder a esa pregunta; lo que para mí está claro es que ha sabido señalar una salida a más de un año de pandemia marcado por el miedo, miedo no solo a la enfermedad sino a la falta de perspectivas económicas de una gran mayoría, y una salida al lógico cansancio por tener que soportar tantas restricciones. ¿Qué la forma en que lo ha hecho ha provocado más muertos y sufrimiento? ¿Qué su gestión de la pandemia ha sido nefasta? ¿Qué ha atendido a los que más tienen mucho más que a los que más necesitan? Todo eso es cierto pero el mensaje que ha trasladado a la gente, y que ha calado en la mayoría, es que lo importante no son los que quedan por el camino porque eso es inevitable y los muertos no votan, lo importante es que los vivos disfruten de la vida, que puedan, al final de un duro día de trabajo y a pesar de la pandemia, tomar una caña con los amigos en una terraza, que puedan gozar de la libertad que hay en Madrid, porque la libertad, en Madrid, es que cada cual haga lo que le dé la gana (Ayuso dixit). Y eso solo se lo puede ofrecer ella porque la izquierda socialcomunista lo que quiere es acabar con la libertad de todos, un mensaje tan potente que basta con escuchar la palabra libertad para que nadie se plantee lo que hay detrás. La mayoría lo ha interpretado como la vuelta a la normalidad que era, en definitiva, lo que deseaban por encima de todo. Ante una situación complejísima que consiste en como salir de una crisis doble, de salud y económica, plantea una solución simplista, paradigma del populismo: sálvese quien pueda, y todos se apuntan a esa tesis porque, lógicamente, todos quieren salvarse.
Y, una vez pasadas las elecciones y las celebraciones suicidas (¿tal vez asesinas?) de la calle Génova y de la Puerta del Sol, Martínez Almeida, alcalde de Madrid, nos dice que “vivimos en sociedad, hay un marco en el que nos tenemos que mover. La libertad no consiste en infringir las normas”; entonces, señor alcalde, eso de la libertad ¿era solo un eslogan? Porque habría que decir a los seguidores de Ayuso que, en la Puerta del Sol, gritaban libertad sin respeto a ninguna norma, que ni hemos venido a emborracharnos ni el resultado puede darnos igual.
¿Qué podemos esperar después de las elecciones? Ayuso se está dando prisa en explicárnoslo: bajada de impuestos de forma lineal, lo que significa menos carga fiscal a los ricos que a los que ingresan menos; continuar el desmantelamiento de los servicios públicos; contar con el apoyo de Vox siempre que le haga falta, lo que exigirá pagar dicho apoyo (¿llegaremos a ver el pin parental en Madrid?). Un camino, en fin, regresivo en cuanto a derechos, continuador en el vaciamiento de todo lo público y profundizador de la desigualdad.
Me gustaría terminar manifestando mi oposición a los que culpan a la gente de haberse equivocado al votar, a los que la acusan de haber votado mal. No, la gente no se ha equivocado, ha elegido una idea falsa porque Ayuso y los suyos han sabido venderla muy bien y, por el contrario, el PSOE y Podemos, con una campaña muy mal planteada y peor dirigida, no han sabido convencerles de que les estaban vendiendo una mentira.
Lo trágico es que, independientemente de la repercusión que pueda tener en el resto de España, en Madrid se va a producir un enorme destrozo en nuestra convivencia, en nuestro estado de bienestar y en nuestro sistema democrático, y revertir ese destrozo será enormemente costoso y precisará de mucho tiempo; recordemos a la señora Thatcher y al señor Reagan: los efectos de sus políticas, iniciadas al comienzo de los años ochenta del siglo pasado, los sufrimos todavía hoy.