GETAFE/Todas las banderas rotas (27/04/2021) – Se está utilizando con mucha ligereza la palabra LIBERTAD. Estos son tiempos de confusión y hay quien pretende que nos equivoquemos y tomemos la palabra por lo que a ellos les conviene; por ejemplo, llamar LIBERTAD a la posibilidad de sentarse en una terraza a tomar una cerveza, sin importar las consecuencias de ese acto para otros ciudadanos en tiempo de pandemia, es desnaturalizar el concepto y lo que significa, es despojar a la palabra de su significado. LIBERTAD es un concepto que ha de ir acompañado siempre de otros dos: responsabilidad e igualdad.
Es enorme la responsabilidad de Isabel Díaz Ayuso y de quienes la siguen al manipular una palabra que tiene tras sí siglos de lucha, muchísimo sufrimiento, mucha sangre derramada y millones de muertos. Sobre todo, si abren la puerta al fascismo, serán responsables de acabar así con la auténtica LIBERTAD.
Actualmente Vox está en el parlamento español y en otras instituciones democráticas con plena legitimidad porque, en elecciones democráticas, ha obtenido los votos necesarios; esa es la grandeza de la democracia: permite que participen con total LIBERTAD, y en pie de igualdad, incluso los que lo hacen con intención de acabar con ellas, con la democracia y con la LIBERTAD. Los demócratas hemos de respetar la norma democrática que permite que los fascistas ocupen los lugares que las urnas les han adjudicado, pero no debemos ir ni un paso más allá, no hemos de consentirles el insulto, la amenaza y el menosprecio de los derechos humanos y, por supuesto, con la ley, la justicia y el voto, que son los mecanismos que la democracia pone a nuestro alcance, hemos de expulsarles de las instituciones que, a pesar de lo mucho que nos ha costado construir, ellos quieren derribar.
Vivimos desde hace muchos meses envueltos en una atmósfera de odio pero, como decía hace poco Íñigo Errejón, el odio no está ahí sin más, el odio lo fabrican. Y lo fabrican los fascistas mediante la mentira más descarada, porque ellos saben que mienten. Intentan convencer a gentes machacadas por la crisis económica y social, esa gente que, porque pasa hambre –solo porque pasa hambre, no por otra cosa-, ha de hacer cola ante oenegés y asociaciones diversas para poder dar de comer a su familia; les dicen que los culpables de su situación son “los políticos”, refiriéndose solo a los de izquierda como si ellos no lo fueran; y les dicen que sus problemas acabarán si les votan a ellos… No les dicen como lo harán, su programa político no pasa de un par de cuartillas, pero eso no importa, les dicen que basta con que odien a todos los que no sean ellos mismos: extranjeros, negros, rojos, maricas, feministas… Todo trufado con mentiras y datos manifiestamente falsos.
Hemos de recordar que no hace muchos meses unos cuantos militares llamaban a fusilar a 26 millones de españoles y los responsables de Vox dijeron públicamente que esos militares eran de los suyos; de momento, están diciendo a los que no son de los suyos que se vayan de España pero supongo que ese es solo el plan A, si no funciona, ¿tendrán previsto un plan B? No me extraña que muchos españoles, alejados de la política pero que confiaban en que vivían en una sociedad relativamente segura, estén poseídos por una permanente sensación de angustia y miedo. El miedo, no lo olvidemos, es una herramienta empleada por el fascismo, desde siempre, para conseguir sus fines; una vez que consiguen instalar el miedo en buen número de ciudadanos, les cuentan –mentira tras mentira- que les traerán la seguridad y la LIBERTAD que los demócratas les han quitado… ¡vivan las cadenas!
Ante esta situación la izquierda ha de despertar, debería empezar por revisar cómo han sido sus políticas de unos años a esta parte. Tanto en España, como en Europa y en el resto del mundo, si la ultraderecha primero y el fascismo después se han instalado en barrios y ciudades antes pobladas por gentes que votaban a partidos de izquierda, algo mal habrá hecho esta. Inmediatamente, para que nadie se equivoque, diré que la izquierda no es responsable del odio que siembra el fascismo, digo que ha practicado una política acomodaticia y blanda, dejando a merced de sus mentiras a amplios grupos de población.
Espero que los partidos auténticamente demócratas –aquí no solo deberían estar los de izquierda, sino los que se llaman de centro o, incluso de derecha democrática como hay tantos en Europa- hayan entendido, a la luz de lo que está pasando no solo en estos días y no solo en nuestro país, que a la ultraderecha no se la combate cediendo, primero un poquito, luego un poco más, y así ¿hasta dónde? ¿Hasta cuándo? Al fascismo no se le combate con remiendos a las políticas neoliberales de la ultraderecha, sino con mucha más democracia. Si dejamos que, primero la ultraderecha y después el fascismo, vayan ocupando espacios que los demócratas les dejamos libres, como en el cuento del lobo, cuando este llegue, ya no habrá tiempo de reaccionar, ya habrán ocupado todo. Por eso ya no es posible la equidistancia, la falsedad del centrismo.
Sostengo que nuestro voto no debe servir para que estén en las instituciones democráticas aquellos que justifican a los que pretenden fusilar a millones de españoles; o llaman a expulsar a menores perseguidos por el hambre y otras desgracias por el solo hecho de que son extranjeros; o animan a los que no piensan como ellos a que se vayan de España; o manipulan el concepto de LIBERTAD para servirse de ella; o están de acuerdo –puesto que no lo condenan- con el método de enviar balas y amenazas a sus adversarios políticos…
El PP ya no puede mantener la ambigüedad representada por Díaz Ayuso que no quiere reconocer que pactará el gobierno de la Comunidad con Vox si lo precisa; y tampoco la agresividad de su portavoz nacional Martínez Almeida que reconoce que le va muy bien su alianza con la ultraderecha en el Ayuntamiento por lo que, en consecuencia, esa alianza debería repetirse en la Comunidad.
El PP debería meditar muy seriamente sobre la posición que, vistos los sobres con balas y la reacción de Vox al respecto, quiere mantener en adelante: se le presenta una magnífica oportunidad de romper definitivamente con el franquismo y separarse de manera efectiva de Vox, dejándole solo en el territorio ultra; así seguiría el ejemplo de la inmensa mayoría de los estados de la UE, con cuyos partidos gobernantes el PP forma grupo en el Parlamento europeo, que se han negado a compartir el poder con los partidos ultraderechistas de sus respectivos países.
Bien es cierto que esa elección, además de un compromiso real con la democracia, significaría, muy probablemente, un fracaso electoral en lo inmediato y una travesía del desierto más o menos larga, pero, en mi opinión, es la única manera que tiene de redimirse de su origen y de su pasado. Porque, desde el final de la segunda guerra mundial, desde que se conocieron los crímenes del nazismo, ser demócrata en Europa, implica, independientemente de la ideología, ser antifascista.
Bien sea por cabreo o por indignación, por ilusión o por deseo de cambio, por la razón que a cada cual le parezca suficiente, entre todos los demócratas hemos de cerrar el paso al fascismo. Porque, no nos dejemos engañar de nuevo, la elección no está entre comunismo (socialismo) o LIBERTAD, sino entre fascismo o LIBERTAD.