GETAFE/Tribuna con acento (05/04/2021) – La actual sociedad neoliberal, entre otros fenómenos, se caracteriza por haber desarrollado una economía competitiva que lleva implícito debilitar los sujetos comunitarios, las redes sociales y los sistemas públicos. Está imbuida de valores que animan el consumo y la adquisición de productos de -usar y tirar- con fuertes sensaciones de satisfacción individual. Esta principio neoliberal de «cada uno a lo suyo» desvinculándose de las condiciones de vida los demás, nos conduce directamente a vaciar de sentido la democracia.
Estamos ante cambios que se venían labrando de manera sigilosa en el tiempo, y tuvo su máxima expresión en la crisis del 2008, transfiriendo las responsabilidades a las personas y hogares con la frase aquella «que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades». Acto seguido se debilitaron los bienes públicos en defensa de las entidades financieras y transnacionales. Importa destacar que no fue solamente una crisis económica, sino que produjo una honda desconfianza entre una parte significativa de la población hacia el sistema democrático institucional y las elites económicas, políticas, judiciales que lo controlan. Esto ha creado una gran bolsa de sentimiento antidemocrático, caldo de cultivo para el caladero de votos de corrientes autoritarias que practican el odio, la xenofobia y la polarización social.
Las organizaciones empresariales se fragmentaron en cadenas sucesivas de subcontrataciones, aumentaron las externalizaciones y las relaciones de explotación se hicieron progresivamente más duras. Basta recordar el Real-Decreto Ley, Reforma Laboral vigente desde el 13 de febrero de 2012. Contempla entre otras modificaciones: el abaratamiento de los despidos, la eliminación de las negociaciones colectivas entre sindicatos y patronales, la consolidación de la precariedad en el empleo y la confirmación de los recortes en las políticas sociales. Instituciones centrales como las educativas, los medios de comunicación o incluso la cultura se han vaciado de compromisos reales con la creación pensamiento colectivo de carácter crítico. La vivienda, junto con el suelo, se convirtió en objeto de mercado entregados a fondos especulativos que operan más allá de nuestras fronteras.
Se hizo necesario que los legisladores contribuyeran de manera significativa a penalizar el activismo social, acallando todos los movimientos de contestación al sistema. Ejemplo de ello lo constituye La ley mordaza que entró en vigor el 1/07/2015 empeorando el ejercicio de los derechos de reunión pacífica, expresión e información, aumentado el margen de discrecionalidad de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Al mismo tiempo se hace posible que multitud de corruptos políticos, empresarios y familias reales, cuentan con innumerables medios para eludir la acción de la justicia.
Se han fragilizado las relaciones humanas en todos los niveles. Se han hecho más vulnerables las corresponsabilidades en las parejas, familias, entre padres-madres e hijos y dentro de las comunidades humanas, como el barrio, la ciudad, las regiones o la nación, -véase la distribución de las vacunas a escala internacional-. Incluso los Presupuestos Participativos cada vez aumentan con la tecla de «me gusta» sin que medie diálogo alguno acerca de las prioridades.
La nueva normalidad – coronavirus, confinamiento, teletrabajo, semipresencialidad- sustituye el contacto por la distancia social. El virus nos ha colocado a muchos frente a las pantallas. Se ha impuesto entre nosotros un comportamiento de alejamiento de los demás. Nos vemos y hablamos sin tocarnos. Eso nos aísla, nos deshumaniza. La calle, símbolo de encuentro y manifestación pública -por respeto a la salud-, ha dejado de ser el espacio reivindicativo de mejoras sociales. Pero la paradoja es que viene siendo ocupada por grupos «negacionistas», cargados de símbolos de un pasado nostálgico de águilas, flechas y banderas al viento.
La enorme concentración de poder que rige el capitalismo digital fortalece la burocracia, succiona la democracia y desintegra la comunidad humana. Por ello, cada vez que se producen crisis sistémicas las desigualdades sociales se acrecientan, se destruye la naturaleza y se pone en peligro nuestra convivencia. La tecnología deja de ser un medio y se convierte en un fin.
Es necesario, tras el confinamiento, rediseñar un puerta a puerta vecinal, compartiendo información de proximidad y tejiendo redes de cercanía cargadas sentidos cooperantes. Por eso, una sociedad es más rica cuánto mayor es la acumulación de vínculos generosos. Fortalecer redes -como se ha demostrado en esta crisis- que no solo reparten alimentos. Son muchas las iniciativas sociales que centran su trabajo en el acompañamiento a personas mayores, llevan comida a domicilio, escuchan, rompen las soledades y el aislamiento de los hogares vulnerables. Han abierto una línea telefónica de atención psicológica y emocional a las personas mayores y dependientes. Han desplegado sus identidades y destrezas en el bien común «para que nadie quede atrás». Han hecho propuestas para que los fondos estructurales europeos no vayan a parar «a los mismos de siempre» y se redistribuyan con equidad según necesidades de la población.
Las politicas antisociales que están fomentando los partidos de la derecha extrema de debilitar los sitemas comunitarios es una puntilla para la comunidad humana: negar el cambio climático, odiar al inmigrante, concebir la educación como elemento de adoctrinamiento, orientar los recursos en las comunidades donde gobiernan hacia entidades de lucro privadas… Esta es la verdadera epidemia que debilita la cultura democrática y la convivencia, al mismo tiempo que nos alerta de que los valores de libertad, igualdad, fraternidad «bien común», hay que recrearlos cada día, como una obra de arte colectiva.