GETAFE/Tribuna con acento (22/03/2021) – ¿Por qué se empeñan determinados dirigentes políticos de nuestro ruedo ibérico, cuando intervienen, en corromper y crispar las la relaciones de convivencia como único método válido para exponer sus planteamientos?
¿Es ésta una acción conscientemente diseñada en los laboratorios propagandísticos de los grupos que les sostienen o, por el contrario, una falta de cultura democrática que pretenden, en ambos casos, imponer el “todo vale” con tal , exclusivamente, de machacar al de enfrente para conseguir sus metas?
Asistimos atónitos a una evidente y progresiva degradación barriobajera en el comportamiento de una parte de quienes, curiosamente, son nuestros representantes en la cosa pública. Asusta y entristece a cuantos aún mantenemos una fe ciega en esta forma de gobierno y administración, conquistada a una dictadura que los negaba por activa y por pasiva, observar que este estilo de hacer política se pueda ir normalizando sin que nadie lo remedie.
Desmoraliza comprobar que determinadas conductas minoritarias negativas conducen, inevitablemente, a equiparar a todos los dirigentes políticos en el mismo plano de decepción ante la opinión pública. Y el resultado es una sensación de ineficacia, desconfianza y alejamiento de la ciudadanía hacia sus elegidos, que ve cómo estos no buscan ni dan solución a la mayoría de los problemas cotidianos que les agobian y preocupan.
Teniendo la suerte de vivir bajo este paraguas democrático que poseemos, susceptible de mejorar cada vez que aparezcan goteras, las ideas, sustentadas y construidas con argumentos verídicos y honestos, se pueden presentar sin estridencias y, a la vez, con la contundencia de quienes las defienden, porque, se supone, que una vez discutidas son las que van a beneficiar a la mayoría de la colectividad.
No caben por tanto, en el debate, ni los insultos ni las mentiras ni los falsos testimonios. Es más, tendría que haber mecanismos de expulsión inmediata para quienes, desde esta conducta, pretenden únicamente conseguir una forma de poder totalitario o establecer como verdades universales propias las fabricadas a través de la difusión cotidiana de una serie de falacias, alejándose, por tanto, de lograr los verdaderos objetivos por los que realmente han sido elegidos.
Es fundamental devolver a la ciudadanía, cuanto antes mejor, la confianza de buena praxis por parte del colectivo que esta elige, democráticamente, cada cierto período de tiempo. Es necesaria la reconducción que implique una mayor participación de la ciudadanía en los asuntos públicos que le afecta cada día.
Estas responsabilidades que deberían, o deben, participar ambas partes, se hacen necesarias hoy más que nunca. Sobre todo antes de que el barco, en el que navegamos todos y todas hacia la consecución de una sociedad más justa e igualitaria, haga aguas y comiencen a aparecer los “salvapatrias de turno” que, con la excusa de vendernos la salvación, su salvación, aprovechen la ocasión para ahogarnos del todo.