GETAFE/Entrevista (28/11/2020) – De la noche a la mañana nos encerraron en nuestra casa, prohibieron salir a los niños, muchos tuvieron que teletrabajar y otros muchos perdieron su empleo y los que podían salir lo hacían con miedo… El coronavirus volvió patas arriba el mundo que conocemos. ¿Y cómo lo hemos afrontado? ¿Qué secuelas mentales nos han quedado? Mónica Ureta, psicóloga de la Asociación de Esclerosis Múltiple de Getafe, hace un repaso de la situación mental colectiva que ha dejado la pandemia.
Es ahora cuando realmente está saliendo el trauma. Hasta ahora hemos estado como en un momento de shock ante una situación que no esperábamos. Ahora es cuando empiezan a salir los estados emocionales. ¿Cómo estamos? Bastante sensibles y bastante irascibles. Cuando empezamos a ver a las personas enfadadas sería bueno que les preguntáramos por qué están tristes. El enfado es lo que envuelve la tristeza. La gente no es capaz de expresar la tristeza y está muy irascible.
La tristeza es un cúmulo de todo. Una de los fundamentos es la incertidumbre: nos movemos en un momento en el que no nos dan respuestas. Al principio todo era como un juego, todo muy nuevo. Pero van pasando los meses y seguimos sin obtener ninguna respuesta. No sabes dónde colocarte, es una huella interna: teníamos una vida controlada, con nuestro trabajo, los niños en el cole y de repente no sé si teletrabajo, si tengo que volver a la empresa; hoy me dicen que la vacuna va a estar mañana pero luego los datos sanitarios son completamente diferentes… es un cúmulo de cosas donde prima la incertidumbre.
Sí, estamos viendo en consultas despertares de brotes psicóticos. No de gente que estuviera bien sino que lo tenía como dormido, latente: cuando entras en un momento de mucha tensión se te dispara. Nos estamos encontrando con muchas depresiones y con muchos trastornos de ansiedad que está provocando problemas de insomnio, trastornos de alimentación, ataques de pánico…
Se acude a terapia y a los servicios de psicología cuando ya está el problema y no antes, y ahora mismo están desbordados. ¿Cómo se afronta? La gente está utilizando sus propias herramientas, sus propios recursos. Cuando empieza a darse cuenta que esos recursos ya no le sirven es cuando vienen a los servicios de psicología. Con todos estos trastornos de irascibilidad, hay mucho cuadro en el que parece que estás bien y me levanto y tengo una bronca descomunal en casa. El camino para llegar al servicio de psicología es a través de psiquiatría y los médicos de cabecera están muy concienciados de que ya no solamente sirve un antidepresivo. Pero hasta que llegan a nosotros, pueden pasar meses, por lo que lo hacen con cuadros avanzados y recurriendo a productos antidepresivos.
Cada uno utiliza el sistema de afrontamiento con el que cuenta. Cuando vivimos un trauma pasamos por determinadas etapas. Una de esas etapas es la negación: esto no está pasando, esto se va a pasar en dos días… eso es una válvula de escape que en nuestra sociedad, en la española, que somos gente muy hacia fuera, fue como una tapadera. El pensar que nos va a hacer mejores personas ha servido, ha tenido un buen uso durante el tiempo que ha durado. Pero lo que nos daba miedo a los psicólogos eran las consecuencias de esto: cuando enmascaras algo lo cubres y le das la vuelta y no sale realmente lo que hay dentro.
En realidad es todo un duelo. Pasamos de la negación al enfado, y luego está el proceso de aceptación. Hay mucha incertidumbre y no se termina de cerrar, por eso estamos tan descolocados. Intentas hacer este cierre y entrar en la otra etapa y de repente te hacen volver atrás; no hay un proceso natural. Desde la psicología estamos intentando reubicar a la gente para que no se descentre: intentamos ponerles en el aquí y en el ahora. Cuando vivimos en el pasado es cuando nos brotan todos los síndromes depresivos (“cualquier vida pasada fue mejor, el año pasado estaba en esta etapa…”). Si estoy mucho en el futuro (“en Navidades esto va estar bien, o en febrero, o cuando se termine el otoño…”) genera incertidumbre y provoca mucha ansiedad porque no tenemos la certeza. ¿En qué tenemos la certeza? En el aquí y el ahora, en el presente. ¿Y qué es lo que aquí y ahora puedo hacer? Generar rutinas y estrategias para vivir aquí y ahora. Es un ejercicio de autoconocimiento diario desde que me levanto hasta que me acuesto.
Hay muchísimas herramientas y estrategias: tenemos que elegir las que van con cada uno. Apostamos mucho por la lentitud del tiempo, por tomar consciencia: me levanto por las mañanas, me escucho como estoy, me pego una ducha pero no voy corriendo, siento el agua, desayuno y hago ese ritual de preparación en el desayuno… Hay otras personas que necesitan una rutina de activación y para ellos salir a correr cuando se levantan es muy bueno fisiológicamente. Hay otras personas que utilizan técnicas de mindfulness, meditación… Eso sería durante la mañana. Y luego distraerse con cosas que te aporten: todo va de la mano con el conocimiento de mí mismo. Es importante tener rutinas en el día para que no se nos vaya el centro. Utilizamos mucho la arteterapia, manualidades, pintura, trabajo con voz, o por ejemplo el baile. Y estamos olvidando mucho la parte social: tenemos que empezar a investigar de qué formas nos podemos seguir relacionando con la gente. Estamos viendo mucho en consulta a gente que se ha acostumbrado tanto en el confinamiento a estar solos que ahora tienen pánico de estar con la gente.
No por el virus: no saben cómo relacionarse con las personas, tienen pánico. Estamos tan irascibles que no sabemos cómo relacionarnos con los demás.
Sí, pero lo que le pasa a la gente mayor es que sus relaciones sociales son diferentes. La sabiduría del anciano es haber aprendido a vivir con él mismo. Una persona mayor está feliz en sus cosas, le encanta su comidita a la una de la tarde, sus series, si vienen los nietos fenomenal. Ellos tienen mucha más resistencia que nosotros, incluso físicamente. También hay una realidad que nos hemos encontrado: ¿Prefiero que mi papá muera de tristeza o prefiero que mi papá muera de Covid? Es una pregunta muy profunda, pero el ejercicio de introspección es preguntarnos qué estamos haciendo nosotros con nuestros mayores.
A los niños los equiparo mucho con los mayores: también tienen mucha resistencia, muchísima capacidad de adaptación. Eso se ve ahora mismo en los colegios. Para ellos ponerse mascarilla es un juego, los niños viven desde el juego. Luego está la realidad de puertas para dentro en una familia. No es igual tener seis hermanitos en casa dónde puedo seguir jugando, a estar sola con mi papá y mi papá está en un ordenador y tiene que trabajar sí o sí; no es igual una casa de 200 metros cuadrados, que una de 50; no es igual tener un ordenador para cada uno, que tener un dispositivo para toda una familia…
A nivel psicológico estamos viendo con los adolescentes no tanto la rebeldía, sino el aislamiento. Están muy acostumbrados a las tablets, a las redes sociales y hay muchos adolescentes que han podido estar 5 horas delante de un ordenador sin que les digan nada. Las consecuencias de esto: es verdad que muchos adolescentes quieren seguir viéndose con sus amigos pero hay otros a los que les está costando mucho volverse a relacionar, que te dicen que no quieren salir de casa. Nos hemos acostumbrado a una pregunta y una respuesta; a lo inminente: yo te llamo y me descuelgas el teléfono. La generación de antes no era así. Todo esto es un sistema psicológico social que está cambiando absolutamente y vuelvo otra vez a los mayores: nuestra inmediatez no la tienen los mayores que han vivido una generación donde si hoy no se podía comer pues mañana se comería. Es un momento digno de estudio que dará mucho de qué hablar.
Cuando hablamos de enfermedades neurodegenerativas donde tenemos unos sistemas inmunes muy, muy débiles, el pánico es tremendo. Hay pacientes que te dicen que no han salido de casa. Depende mucho de las estrategias de afrontamiento que tengas. Ha habido mucha diferencia entre pacientes que están en silla de ruedas, que ya tienen un deterioro mayor, a pacientes que son más jóvenes que con las medidas de precaución han querido continuar. Es muy de valorar saber cómo crece el sistema inmune: con una buena alimentación, con unos hábitos rutinarios sanos.
Yo puedo ser feliz viendo la tele hasta las dos de la mañana pero va a llegar un momento en el que me descontrole totalmente los horarios y todo esto afecta completamente a nuestro sistema inmunitario. Nos hemos puesto en la parte oscura: gente con enfermedades neurodegenerativas y con un sistema inmune dañado, por favor no salgáis: en realidad lo que tendríamos que hacer es apostar por reforzarlo. Estamos poniendo el foco en el lado contrario: lo estamos poniendo en la enfermedad en lugar de la salud. Hay que llegar a un término medio. Hay una sabiduría muy importante que es la interior tuya. Cuando hablaba del aquí y ahora, tú sabes lo que te viene bien: no hace falta que yo te diga que tener una rutina te viene bien; no hace falta que te diga lo que está bien y lo que está mal; hay que estar muy en ti para saber qué es lo que funciona.
No. Y lo tuve claro desde el minuto uno. Esa es la gran pregunta que nos hicimos al principio. Nada en el mundo nos hace mejores o peores personas: a ti no te hace ser mejor persona esto que ha pasado, a ti te hace ser mejor persona lo que tú quieres que a ti te haga sentir mejor persona. Esto desde que naces hasta que mueres: no necesitas que pase algo en el mundo para saber que si el otro necesita ayuda, tú le puedes ayudar; si el otro necesitaba una llamada de teléfono y escucharle, vas a estar ahí; si tu amiga se ha quedado sin trabajo, buscas opciones y posibilidades para acompañarla en el proceso. No necesitamos una pandemia para hacernos mejores personas.