De Canarias a Badalona pasando por la Cañada Real Galiana

“Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar, en el valle, en la montaña, en la pampa y en el mar. Cada cual con sus trabajos, con sus sueños, cada cual con la esperanza adelante, con los recuerdos detrás…”

Atahualpa Yupanqui

GETAFE/Todas las banderas rotas (23/12/2020) – Según el último informe de inmigración del Ministerio del Interior, entre el 1 de enero y el 15 de noviembre de este año han llegado a las costas de Canarias 16.760 migrantes en patera o cayuco, un 1.019% más respecto al mismo período de 2019, lo que supera a los 15.667 que llegaron de forma irregular al resto de España.

Ese mismo informe dice que el número de embarcaciones llegadas de forma irregular a Canarias asciende a 553 hasta el 15 de noviembre, a diferencia de las 93 del pasado año, lo que significa un aumento del 494%.

El día 9 de diciembre hubo un incendio en una nave de Badalona que provocó aún no sabemos cuántos muertos y heridos. En esa nave abandonada vivían, desde hace siete u ocho años entre 100 y 200 migrantes africanos.

En el barrio del Gorg de Badalona, zona limítrofe con el municipio de Santa Coloma de Gramanet, fijaron su residencia, a mediados del siglo pasado, inmigrados que procedían de otras regiones españolas. No es casual, por tanto, que ese espacio que fueron abandonando los inmigrantes españoles cuando lograron alguna prosperidad, haya sido ocupado por los actuales inmigrantes extracomunitarios.

Desde los años 60 del siglo pasado la Cañada Real Galiana fue poblándose hasta convertirse en el asentamiento ilegal más grande de España ocupado, actualmente, por aproximadamente 2.000 familias, de las que unas 600 malviven en uno de los sectores más deprimidos de la misma. Los primeros en instalarse allí fueron inmigrantes españoles a los que, con el tiempo, se han ido uniendo marroquíes, rumanos y búlgaros entre otras nacionalidades. Está dividida en seis sectores, y son los tres últimos, particularmente el 6, los más degradados: en el 4 coexisten chabolas y otras viviendas ocupadas principalmente por españoles y marroquíes; el 5 ha crecido mucho en los últimos años sobre todo debido a la inmigración marroquí; el 6, el mayor de todos, es también el más conocido debido a la proliferación de puntos de cultivo de marihuana y venta de todo tipo de drogas.

Hace unos dos meses la compañía eléctrica cortó la luz porque, según dice, se producían a menudo fuertes desequilibrios en el suministro debido a los cultivos de marihuana que hay en la zona. La consecuencia es que los habitantes, tanto si cultivan marihuana como si no lo hacen, no pueden cocinar, han de pasar frío pues no hay más calefacción que la eléctrica, los niños han de estudiar a la luz de las velas e, incluso, hay enfermos cuya salud se ha deteriorado ostensiblemente y la vida de algunos de ellos peligra porque dependen de respiradores que funcionan con energía eléctrica.

Estos son, fríamente, los datos del drama. A partir de ellos, cada cual, puede sacar sus conclusiones. Las administraciones, en general, tienden a defenderse con argumentos más o menos razonables o a eludir responsabilidades; las oenegés hacen lo que pueden y denuncian la situación de los migrantes; y, desgraciadamente, hay quien manipula estos datos con intereses partidistas e inhumanos.

Hay quien dice que ya tenemos bastante con nuestros problemas –la pandemia, la economía, el paro…-; otros que hay que atender primero a los nuestros (“América first”, les enseña Trump, su modelo); otros que los recursos no son ilimitados, que no hay para todos…

Pero lo cierto es que nuestros problemas son los de todos: la pandemia se extiende desde China a Portugal, desde Canadá a Brasil, desde Suecia a Sudáfrica; la economía va mal en todas partes –norte o sur, primero, segundo o tercer mundo- para los que dependen de un sueldo y peor para los que no lo tienen… pero va e irá mejor para los que hacen negocios también con la pandemia y para los que, desde siempre,  mueven los hilos. ¿Hay que atender primero a los nuestros? ¿Y quiénes son los nuestros? ¿Los que han nacido a este lado de la frontera? ¿No se les ocurre que es cuestión de suerte, que podría haberles tocado a ellos estar del lado de allá?

En cuanto a los recursos, puede que no sean ilimitados, pero, evidentemente, están muy mal repartidos. Quizá llegaría para todos si no existieran paraísos fiscales; si todos –sí, todos, aunque sean reyes- pagaran sus impuestos de acuerdo a sus beneficios, en lugar de hacer ingeniería fiscal –muchas veces llegando al delito- para no pagarlos como suelen hacer los grandes multimillonarios y las grandes empresas; si estas no consideraran que han de bajar salarios o despedir trabajadores porque este año ganaron menos que el anterior aunque sigan siendo unas ganancias exorbitantes; si lo que ganan los dirigentes empresariales no fueran equivalentes a los de quince o veinte trabajadores; si los países del tercer mundo pudieran extraer sus productos y comerciar libremente con ellos sin que las grandes multinacionales controlaran –y, por tanto, se llevaran los beneficios- tanto la extracción como el comercio de lo que pertenece a esos países.

Después de escribir lo anterior ya sé que seré considerado demagogo por los que piensan que la patria de todos es solo suya, que la única patria, la española una, grande y libre es el territorio que en los mapas está circunscrito por las fronteras con Portugal, Francia, Andorra y, muy a su pesar, Gibraltar, donde viven unos 15 millones de españoles muy españoles, 5,5 millones de extranjeros y 26 millones de hijos de puta… (No sé si han echado cuentas y se han percatado de que están en minoría).

Además de demagogo, también pueden llamarme utópico porque pienso que entre esas fronteras cabemos todos y, lo que aún les parecerá más increíble, podríamos llevarnos bien. Solo haría falta que los que piensan que sobran los inmigrantes, además de los 26 millones de hijos de puta, llegaran a entender que nos necesitamos todos; que el color de la piel o el lugar en que cada cual haya nacido, no incapacita a nadie para convivir con sus vecinos si se le da la oportunidad de trabajar honradamente, si no se le considera inferior, si no dan por supuesto que el hecho de ser negro o haber llegado en patera desde tal o cual país, le convierte sin remedio en delincuente, porque no han venido con la intención de delinquir sino, simplemente, a trabajar para tener una vida más digna que en su país. Por lo que la mayoría de los que se convierten en delincuentes lo hacen porque no les hemos dejado otra opción.

Y, por supuesto, el hecho de pensar diferente no convierte a nadie en candidato al paredón, sino que a todos nos debería dar la maravillosa oportunidad de confrontar opiniones, debatir ideas y, con algo de buena voluntad, hasta la posibilidad de llegar a acuerdos.

La situación por la que pasan Canarias, Badalona y la Cañada Real Galiana, junto con otros puntos de España y del mundo, no está provocada por los inmigrantes que acuden al primer mundo huyendo de la guerra y la miseria -¿quién de los que les rechazan no haría lo mismo si estuviera en su situación?-, sino porque muchos estamos muy satisfechos viviendo en una sociedad insolidaria que se aprovecha del tercer mundo.  Las deportivas, los bolsos de lujo y la ropa de marca que compramos en la calle Serrano, en El Corte Inglés o, incluso, en Alcampo, nos costarían tres o cuatro veces más si, en lugar de fabricarse en China o Bangladés, se fabricaran en Alemania, en Portugal o en España.

Ya, ya sé que todos sabemos eso, pero preferimos mirar hacia otro lado y buscar alguien a quien culpar… y a los inmigrantes los tenemos ahí, tan cerca… Los que piensan que lo importante ahora es salvar la Navidad, hacer negocios mientras muchos españoles mueren por la pandemia y muchos inmigrantes se ahogan en el mar o malviven en chabolas y naves abandonadas que arden, deben hacérselo mirar. Tenemos que hacérnoslo mirar todos.