GETAFE/Todas las banderas rotas (25/11/2020) – Si estuviéramos en el centro de un huracán no podríamos darnos cuenta de lo que estuviera ocurriendo en los márgenes de este y más allá. Además, tendríamos suficiente con procurar nuestra propia supervivencia, lo que nos impediría ocuparnos de otros asuntos por muy importantes o graves que estos fueran. El huracán en el que estamos nosotros ahora es la pandemia. Por eso, al oír en la radio o ver en la tele las noticias, la mayoría de nosotros pasamos sin prestar apenas atención a otras cosas que están pasando más allá de nuestras fronteras o, incluso, en nuestro propio país.
Así, no vemos que hay otras enfermedades que afectan a grandes núcleos de población, a países enteros pero que, como no ocurren en el primer mundo, no nos interesan. Veamos, pues, un número insignificante de ejemplos, solo cuatro.
Unos 3.200 millones de seres humanos están en riesgo de contraer la malaria, enfermedad de la que solo en 2018 se produjeron 228 millones de casos y 405.000 muertes, en su inmensa mayoría en el África subsahariana y el 70% de esas muertes son de niños menores de 5 años. Según datos de 2018, el sida ha matado hasta ahora a 35 millones de personas; solo en 2017 se contagiaron 1,8 millones y murieron 940.000 siendo la región más afectada, otra vez, el África subsahariana. Cada año se producen entre 1,3 y 1,4 millones de casos de cólera y entre 21.000 y 143.000 muertes motivadas por esta enfermedad; como la causa de ella es el hacinamiento poblacional, el deficiente saneamiento y la consecuente contaminación del agua, esta enfermedad se ceba en países del tercer mundo. El sarampión, que entre nosotros está casi desaparecido gracias a la vacuna, en 2017 causó unas 110.000 muertes, más del 95% de ellas en países subdesarrollados donde esa vacuna no está generalizada.
Tampoco vemos ni mostramos mucho interés en las innumerables guerras que causan miles de muertos año tras año. Nombraré solo media docena.
En Afganistán, desde 1978, se han producido más de dos millones de muertos y sigue en la actualidad: en lo que va de año ya se cuentan unos 10.000. El conflicto del Alto Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán, recientemente puesto de actualidad, se arrastra desde 1988 y cuenta con unos 30.000 muertos. La guerra civil de Yemen, en la que interviene Arabia Saudita y otros países, cuenta en su haber con unos 60.000 muertos. En la guerra civil de Siria se llevan contabilizadas más de 580.000 muertes según las fuentes más fiables. En Somalia se está guerreando desde 1991 y se han producido, aproximadamente, medio millón de muertos. En Irak sigue la guerra, aunque sea de forma más o menos solapada, guerra que ha provocado alrededor de un millón y medio de muertos desde 2003. Y hay muchas más.
Otra de las pandemias que no vemos –o no queremos ver- es la de los migrantes y los refugiados. Según el Portal de datos mundiales sobre la migración, el número total de personas migrantes a mediados de 2019, estaba en 271,6 millones. Y ACNUR, la Agencia de la ONU para los refugiados, cifra en unos 79,5 millones de personas en el mundo las que son consideradas refugiadas.
Podría resumir, como he hecho con las enfermedades y las guerras, la situación de los migrantes y refugiados en el mundo, su número, sus circunstancias, etc. Pero, sin que ello signifique olvidar a los demás o considerarles menos dignos de atención, hoy quiero dedicar estas líneas a la situación por la que están pasando los refugiados saharauis porque, a su condición de tales, unen actualmente el reinicio de una guerra que hace años pararon con la esperanza de alcanzar la paz y la independencia. Y, sobre todo, porque son “nuestros refugiados”: son nuestros porque su situación tiene su origen en una decisión de un gobierno español que, después de haberlos considerado españoles –muchos ancianos saharauis aún conservan su DNI español-, los vendió a Marruecos; son nuestros porque, debido a ese pasado, muchos de ellos conservan sólidos lazos con nuestro país; son nuestros porque muchas familias españolas han establecido nuevos y fuertes lazos con el pueblo saharaui al acoger a sus niños cada año para que, aunque solo sea durante un poco de tiempo en verano, puedan alejarse del campo de refugiados de Tinduf, en Argelia, uno de los desiertos más duros del planeta.
Según los datos de ACNUR, en Tinduf malviven 173.600 personas, el 38% de ellas menores de 17 años. El 7,6% de esa población sufre desnutrición aguda y un 28% padece retraso del crecimiento; el 50% de los niños y el 52% de las mujeres en edad reproductiva sufren anemia. La fertilidad del terreno desértico en que están asentados es tan escasa que hace imposible que puedan practicar la agricultura –aunque lo intentan- lo que, consecuentemente, hace depender a todas esas personas de la ayuda humanitaria internacional para sobrevivir, ayuda que ha disminuido por la pandemia.
Estas durísimas condiciones son consecuencia de la guerra que, desde 1975, mantienen el Frente Polisario y Marruecos –hasta ahora solo existía un acuerdo de alto el fuego, recientemente roto- y que provocó la división del territorio saharaui cuya mayor parte se mantiene ocupado por Marruecos lo que le permite expoliar unos recursos que no son suyos. Para exportar los productos expoliados –principalmente, pero no solo, los fosfatos de Bucraa- Marruecos utiliza un punto fronterizo con Mauritania en la zona de Guerguerat que, en virtud de los acuerdos de alto el fuego, está bajo control del Frente Polisario lo que ha provocado la declaración de reanudación de la guerra por parte del Polisario, asunto del que hoy, con sordina, se ocupan algunos medios de comunicación, no todos. Los días 23 y 24 de noviembre he repasado de principio a fin la página de inicio de tres periódicos digitales (Infolibre, Eldiario y Público). Ninguno de ellos hace mención alguna sobre este asunto; también se les ha de exigir responsabilidad.
Al mismo tiempo que ocurre el conflicto de Guerguerat, se está dando un aumento muy considerable en la llegada a Canarias de pateras ocupadas, principalmente aunque no solo, por marroquíes que zarpan de las costas del Sahara ocupado por Marruecos. Esto, en mi opinión, no puede ser una casualidad sino, más bien, una suerte de nueva “marcha verde” con la que el gobierno marroquí presiona al gobierno español –y de paso a Europa– para que se mantenga, como lo han venido haciendo todos los gobiernos que ha habido en España desde 1975: en una actitud pasiva, sin ejercer la responsabilidad que tiene como potencia administradora, estatus que le asigna el derecho internacional, según los acuerdos adoptados por las Naciones Unidas. Hacer todo lo posible para que se celebre el referéndum de autodeterminación.
No hay que ser ingenuo, los intereses políticos, geoestratégicos y económicos son enormes. Estados Unidos, Francia y, por supuesto, Marruecos, no defienden sus posiciones por razones altruistas, están en juego cuestiones muy importantes que tienen que ver con los recursos de todo tipo que hay en el territorio en disputa, con la inestable situación en el Sahel y alrededores provocada sobre todo por el yihadismo, y con la influencia política que desde hace tiempo están intentando ejercer en la zona otras potencias, principalmente China.
De todo esto se sirve Marruecos para hacer chantaje no solo a España, sino a la Unión Europea a la que también habría que pedirle que asuma su propia responsabilidad aunque solo fuera en la defensa de los derechos humanos, tan ausentes en el país gobernado por la monarquía alauí.
No es nada fácil, por tanto, lo que debe hacer nuestro gobierno. Pero nadie debería pensar que lo que aquí está en juego es, simplemente, una pelea más entre las dos partes que configuran la coalición; tampoco se trata de ver cuál de las dos partes impone su criterio a la otra. Sostengo que de lo que debería tratarse es de aunar todos los apoyos necesarios, dentro y fuera de nuestro país, para superar las enormes dificultades que he apuntado, cumplir con las obligaciones internacionales de España y hacer así justicia de una vez por todas al pueblo saharaui.
Hipólito Timoneda
25 noviembre, 2020 at 13:28
Ni el sahara ni nada.
Por no dejarte no te deja ni ver a la madre que me parió. Y ya es decir.
De momento primero lo nuestro y luego ya veremos si queda hueco para Marruecos.
Antonio Calvete
25 noviembre, 2020 at 16:20
Y cuándo dejará de ser «primero lo nuestro»? Y qué es lo nuestro? Y cuando necesitemos nosotros de la solidaridad de los otros, a dónde dirigiremos la mirada?