GETAFE/Todas las banderas rotas (28/10/2020) – El señor Abascal planteó una moción de censura sabiendo de antemano que no la podía ganar; entonces, ¿por qué lo hizo? Casi todo el mundo está de acuerdo en que era una operación publicitaria, de afianzamiento de su posición, y que, realmente, iba dirigida contra el presidente del PP, no contra el presidente del Gobierno, como es lo habitual en cualquier moción de censura. Parecía un planteamiento raro, que sonaba casi estrambótico, pero…
Pero, como casi todo en política, eso también tenía una motivación electoral, que, en este caso, necesitaba de una premisa: determinar quién era el gallo en el corral de la derecha. Y Abascal pensaba que iba a arrollar a Casado y que, a pesar de no ganar la moción, saldría del Congreso aclamado como jefe de la oposición y que, por encima de la derechita cobarde, estaba Vox; esta era, como digo, la premisa sobre la cual pensaba el señor Abascal que podría construir la nueva mayoría que le llevaría al poder. Porque estaba convencido que los votantes del PP huirían en masa hacia Vox, decepcionados por la blandura que, con toda seguridad, mostraría el presidente del PP.
Pero, sorpresivamente, llego el señor Casado y mandó parar (perdón por la alusión a quien no tiene nada que ver con él, permítaseme esta licencia irónica). El discurso de Casado en contra de la moción de censura de Vox fue de los que echamos en falta en el Parlamento, hay que reconocerlo independientemente de lo cercano o lejano que cada cual se encuentre de su ideología. Fue brillante y valiente; brillante porque el lenguaje y el tono lo hicieron eficaz, valiente porque, después de tanto tiempo de ir al rebufo de Vox, se decidió a pegar un puñetazo en el tablero y tirar las piezas por el suelo lo que obligará a colocarlas otra vez para, de nuevo, empezar la partida.
Pero lo significativo, lo único que importa, es cómo será la siguiente partida. En los comentarios de los analistas se repite bastante la pregunta: ¿Y ahora qué? Uno de esos analistas recordaba el refrán “Obras son amores…”. Es decir, está muy bien que, por fin, el PP diga que rompe con la ultraderecha; pero que, a partir de ahora, vaya a comportarse como un partido de derechas, civilizado y europeo…, está por ver.
A partir de ya, han empezado los cálculos electorales: ¿Hasta dónde conviene –a uno y a otro- tensar la cuerda? ¿Qué pasará en los gobiernos autonómicos y municipales dirigidos por el PP que se mantienen con el apoyo, más o menos encubierto pero absolutamente necesario, de Vox? Ya hay voces, de uno y otro partido, que están diciendo a sus votantes que mantengan la tranquilidad, que no pasa nada, que las cosas siguen como estaban, que solo ha sido un golpe de efecto para quitarle protagonismo al presidente del Gobierno que también había hecho un discurso muy bien construido, en fin, que lo ocurrido en el Congreso de los Diputados es un teatrillo, porque lo que importa es mantener el poder allí donde lo detentan, porque eso, el mantenimiento del poder, es lo único que cuenta.
Por eso Casado en su discurso puso un gran empeño en que quedara muy claro que la derecha, toda la derecha, es el PP –la “casa común”- y recordó a los votantes de Vox que era de esa casa de donde habían salido, que esa casa era la que había dado generosamente de comer a su líder durante muchos años y que, coherentemente, deberían volver a “su” casa para unir a la derecha y hacerla fuerte ante los sucesores de ETA, los separatistas y el gobierno socio-comunista que solo quieren destruir España.
Porque, a fin de cuentas, ellos saben que las diferencias entre uno y otro no son tantas. Y esa es, precisamente, la razón para que ambos partidos y ambos líderes hagan esfuerzos enormes por magnificar lo que se diferencian del otro y para que no destaquen las coincidencias; y ahí es, precisamente, donde radica la dificultad que los dos tienen para mantener, primero, sus respectivos caladeros de votos y, después, aumentarlo a costa del adversario del que tan poco se diferencia.
La dificultad, digo, es que ninguno de los dos puede crecer si no es a costa del otro y, además, que ambos tienen un mismo objetivo: que, ya sea en el gobierno central, en los autonómicos o en los ayuntamientos, no gobierne la izquierda. Y así volvemos a aquello de no pasa nada, todos tranquilos, esto es solo un golpe de efecto…, porque los gobiernos de Madrid, Andalucía, Murcia y todos los de los municipios en que Vox apoya al PP, no se van a mover. Por mucho que Abascal, en el primer momento, quede desubicado, parezca no entender nada; una vez que ha asimilado el gran desplante sufrido y se haya tenido que oír muchas cosas desagradables, es forzosa e inevitable la vuelta a lo únicamente importante: la conservación del poder.
Pero hay una derivada que no sé si ha sido bien ponderada en el PP, muchos de cuyos dirigentes están exultantes: ¿están igual de contentos todos sus votantes? La situación, hasta ahora, es que Vox nació y se alimenta del sector de votantes que abandonó al PP al considerar que este partido no era suficientemente “de derechas”; no cabe duda de que quedó otro contingente en el límite que, si Casado impone, como su discurso aparenta, un acercamiento al centro al alejarse de Vox, podría abandonar el PP, bien hacia Vox o hacia la abstención. Este es el peligro que ven alguno de los dirigentes que fomentaban la abstención a la moción de censura –o, incluso, el sí- como Cayetana Álvarez de Toledo, Adolfo Suárez Illana y otros que, aunque finalmente han respetado la disciplina de voto, no es esperable que se hayan conformado y renuncien a defender sus posiciones. El comportamiento de Casado respecto a la presidenta de la Comunidad de Madrid, será clave: si es capaz de plantar cara y vencer a Isabel Díaz Ayuso en la pelea que mantiene con ella, ya nada encubierta, por el liderazgo del PP, tendrá más posibilidades de imponerse a los posibles díscolos. Pero también está por ver si es eso lo que quiere: a fin de cuentas, Casado es hijo político de Aznar.
¿Hay algo que decir de Ciudadanos? Que ni está, ni se le espera; en política es muy peligroso, estando en la oposición, intentar nadar (influir) y guardar la ropa (mantener los sillones); y, si está en minoría en un gobierno, lo probable es que acabe recibiendo las críticas dirigidas a ese gobierno, pero no los aplausos. Es una mala posición que las próximas elecciones catalanas dejarán al descubierto con toda crudeza.
Finalmente, hay que hacer una referencia a la posición del Gobierno que ha salido muy bien parado, en parte por el discurso de Pedro Sánchez, muy sólido y bien armado, así como por el ofrecimiento de última hora de aparcar su propuesta sobre el Consejo del Poder Judicial, pero, sobre todo, porque una moción que, en puridad, debía ir contra su presidente, ha acabado, como se ha visto, en una pelea a cara de perro entre los dos partidos que, lógicamente, deberían haberse unido contra el Gobierno pero, por el contrario, lo han dejado al margen; algunos han considerado fallida la moción, más bien habría que decir que ha sido magnífica para Casado y políticamente muy útil para el Gobierno. Porque, más que un divorcio, lo que hemos visto ha sido una separación amistosa con unos espectadores aplaudiendo y otros enfadados.
A partir de ahora habrá que ver si es capaz el Gobierno de sacar rédito de esta buena situación de la que, de momento, disfruta. Pero, desgraciadamente, el viaje de Pedro Sánchez al Vaticano parece que ha servido para que la derecha, a pesar del mal momento en que está, se apunte un tanto: las relaciones Iglesia-Estado se inclinan a favor de aquella y en perjuicio de este. Pero de este asunto, del que hay mucho que decir, hablaremos en otra ocasión.