La institución de la monarquía, por su atavismo, es ridícula en sí misma.
José Antonio Pérez Tapias
GETAFE/Todas las banderas rotas (16/09/2020) – España está inmersa en varias crisis: sanitaria (por la Covid-19), económica (consecuencia de la primera), social (derivada de las dos anteriores), territorial (por Cataluña), política (por muchas razones) e institucional (rol de la Monarquía).
Lo triste es que, en lugar de entregarnos en cuerpo y alma a resolver las cinco primeras, que es lo que tocaba en este mes de septiembre, debamos estar ocupados en la última debido a las andanzas del anterior rey y su actual escapada, vacaciones, salida temporal, huida…
No defiendo, como hacen otros, que deba en estos momentos abrirse el melón de la reforma constitucional para dirimir si los españoles quieren una monarquía o una república. Hay que estar de acuerdo con Ignacio de Loyola cuando decía sabiamente que en tiempos de tribulación no conviene hacer mudanza. Es un asunto que más pronto que tarde habrá de ponerse sobre la mesa y los que siempre han defendido la monarquía, especialmente los partidos que como el PP y el PSOE tienen la llave de los cambios constitucionales importantes, deberán comprender que no pueden (ni deben) dilatar la cuestión in aeternum. Pero, insisto, ahora deberíamos centrarnos en la recuperación social y económica, además de en vencer a la pandemia.
En cambio, mientras ese momento llega, creo que son otras cuestiones, más allá del último viaje del emérito, las que deben ser planteadas. Y el comunicado de la Casa Real del 3 de agosto por el que supimos que el anterior rey abandonaba España, es una buena guía para el necesario debate. Por ejemplo, el primer párrafo que es un ejemplo de hipocresía en varias de sus frases: “Con el mismo afán de servicio a España que inspiró mi reinado y ante la repercusión pública que están generando ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada…”. ¿Cómo se atreve a mantener que su afán ha sido servir a España? Sostengo que de un cargo vitalicio y no democrático –puesto que no ha sido elegido- se espera que cualquier actuación sea ejemplar, que no sea contradictoria con los valores que representa, al menos mientras se mantenga eso tan extraño e inaceptable que se ha dado en llamar inviolabilidad. De lo contrario, es legítimo pensar que se está utilizando el cargo –y la inviolabilidad- para beneficio propio.
Cuando se refiere a “ciertos acontecimientos” está ocultando la realidad a sabiendas porque lo que ha acontecido es que ha utilizado, presuntamente, claro, su cargo para enriquecerse. Y, además, sostengo que el rey –cualquier rey, tanto el actual como el anterior- no tiene vida privada porque, al establecer la inviolabilidad del rey, la Constitución no diferencia los actos que corresponden a su función institucional de su actividad personal, y esto solo puede ser así porque considera que la institución y la persona son lo mismo, es decir, no puede hablarse de vida privada y ello obliga al titular a que toda su vida sea ejemplar.
Los monárquicos y los juancarlistas –ya se sabe que ambos términos no tienen por qué ser coincidentes- defienden que los “pecadillos” de última hora no pueden empañar la gran labor del rey emérito como paladín de la democracia en 1978 y en 1981, o como campechano embajador en pro de las empresas españolas en el extranjero… Pero, además de que ni son pecadillos ni son de última hora, en su discurso de aceptación de la Corona el 22 de noviembre de 1978 ni una sola vez aparece la palabra “democracia”, solo una habla de “convivencia democrática” y, por el contrario, si hay grandes loas a Franco. Lo mismo ocurre a las 1.14 horas de la madrugada del día 24 de febrero de 1981: la palabra “democracia” no figura en el texto que lee ante las cámaras de televisión… que cada cual saque sus conclusiones.
Si se confirma que recibía comisiones por su “trabajo”, ¿es ese legado y esa dignidad, a los que se refiere también en su comunicado, lo que quienes le defienden pretenden que retengamos los españoles sobre el que fue Jefe de Estado durante casi tantos años como Franco?
Por lo que respecta al tan repetido comunicado, finalmente, hay que considerar que es, en realidad, un intercambio de mensajes entre los dos reyes: Juan Carlos se dirige a “Majestad, querido Felipe”, y la respuesta comienza “Su Majestad el Rey le ha trasmitido a S.M. el Rey Don Juan Carlos”. Evidentemente, para ellos es una cuestión de familia, no piensan que sea un asunto que interese a los españoles por eso no se dirigen a ellos como, a mi entender, debería haber hecho el actual rey. Creo que tenía la inexcusable obligación de explicarnos a todos lo que estaba pasando en “su Casa” y a qué se dedicaba su padre, porque, además de que nos importa, las consecuencias las sufrimos todos nosotros, queramos o no. El pueblo, como ha ocurrido siempre con las monarquías –y singularmente con los Borbones- no cuenta, queda al margen.
Esto nos llevaría al peliagudo asunto de la legitimidad de la monarquía. En cuanto a la legitimidad de origen, superado el medieval origen divino de los monarcas y las dinastías, sólo queda el único posible en nuestras sociedades, la democrática, la que nace en la voluntad del pueblo. En cambio, la legitimación de cualquier monarca depende del azar, es decir, en qué familia nació y de qué padre es hijo, algo absolutamente ajeno al único modo racional de legitimación del poder en democracia: la elección por el pueblo soberano. La conclusión, a mi modo de ver, es que si el pueblo no ha elegido, la legitimidad de origen está viciada. Este origen viciado podría redimirse mediante la legitimidad de ejercicio pero esto, en el caso español, después de lo que vamos conociendo, creo que se responde solo, porque habiendo sido tan escasamente ejemplar, nadie con algo de vergüenza podría hablar de legitimidad de ejercicio en el reinado de Juan Carlos I.
Llegados a este punto es inevitable hablar de Felipe VI. Su reinado comenzó con mal pie. La sucesión no fue natural sino forzada por el comportamiento del padre, el encarcelamiento del cuñado y las peores encuestas en cuanto a aceptación de la monarquía en muchos años. Y, pese a las esperanzas que se pusieron en él, pronto se vio que no era para tanto: fuera de unas tímidas medidas que fueron alabadas por casi todos, antes había permitido que un empresario pagara parte de su carísimo viaje de novios, después tomó partido en el conflicto catalán en lugar de ejercer de árbitro como está obligado por la Constitución. Actualmente, vemos que su rendición de cuentas sigue siendo excesivamente genérica y, finalmente, decidió ocultar los hechos que involucraban a su padre y que él ya había conocido, al menos, en 2019. Este último hecho es el que resulta determinante porque sugiere algunas preguntas: ¿por qué lo ocultó? Dijo que lo había comunicado a “las autoridades competentes”, ¿qué autoridades son esas?, porque aún no se sabe. ¿Cuánto, y desde cuándo, conoce Felipe VI de los negocios de su padre? Me atrevería a decir que sabe más que nadie al respecto y, en consecuencia, es muy consciente de la auténtica dimensión del problema. Los que firman cartas reclamando la presunción de inocencia de Juan Carlos no han tenido en cuenta que su hijo, Felipe VI, no la ha respetado puesto que le ha retirado la asignación económica y le ha empujado a irse de España… Esto es, Felipe ya ha juzgado y condenado a Juan Carlos… ¿por qué? Porque de lo que se trata es, aunque haya de defenestrar a su propio padre, de salvar a la corona ya que la monarquía solo defiende a la monarquía.
Por todo esto, es necesario que el PSOE deje de empeñarse en blindar al actual rey si no quiere verse arrastrado por la realidad. Evidentemente, las consecuencias de esta crisis para el gobierno de coalición se verán muy pronto y la mejor manera de enfrentarlas no es que su presidente, en la carta que dirige a los militantes de su partido, diga que “una conducta irregular compromete a su responsable, no a la institución” porque, como he intentado explicar, en la Monarquía, institución y persona que la representa, son la misma cosa, así que la Monarquía española está muy comprometida.
Ya no se debe sacralizar a la institución monárquica, lo que nos debe importar es que todas las instituciones sean democráticas. En el pasado muchos dijeron ser juancarlistas, a pesar de no ser monárquicos. No debe volver a pasar lo mismo: ya no se puede ser felipista si se es republicano.