GETAFE/La piedra de Sisifo (16/06/2020) – Empecé a sospechar cuando puse el disco de Vivaldi y, sin una explicación coherente, se había borrado La Primavera. El mosqueo fue a más el día que, en el restaurante chino que visitamos de vez en cuando, desparecieron de la carta los “rollitos de primavera”, en su lugar, ponía un escueto “rollitos”. Y ya me puse en lo peor comiendo un jueves y, en vez de ignorar conscientemente, el programa ese cursi del corazón que ve mi abuela a mediodía, llamó mi atención que la locutora se refería a que, no sé qué joven actriz, acababa de cumplir 20 inviernos. Estaba claro, si hoy tuviera que escribir Antonio Machado, su célebre poema infantil, habría comenzado por “La primavera ha desaparecido y nadie sabe cómo ha sido…”, un poco triste todo, salvo para los que padecen alergias, que disfrutarán de una tregua.
Aún así, “la esperanza es lo último que se pierde”, dicen, y en nuestro interior albergábamos el deseo de que fuera una situación temporal que, según viene, se va. Pues no, nos vimos obligados a cambiar de un dicho a otro, pasamos del optimismo esperanzado a ese tan real de “cualquier situación desesperada es susceptible de empeorar” con la noticia del cambio de las Fiestas de Getafe al mes de septiembre, incluidos los fastos en honor de la Virgen de los Ángeles, patrona de nuestra ciudad, hecho este, que me llevó a empezar a escribir el siguiente cuentecillo breve:
La torradera propia de primeros de septiembre nos hizo desistir de la idea de bajar a la Angelines en romería, como si de un mayo caluroso se tratase. Una tarde por encima de los treinta grados y con todos sus fieles esperando, mascarilla al rostro, es cuando los abanicos pierden su agradable utilidad; y no parece una buena manera de comenzar las fiestas, acabar con el pavimento del paseo John Lennon sembrado de devociones deshidratadas. El caso es que, cuando se decidió que se trasladasen las fiestas al final del verano, la señora Lola, que hacía labores primorosas de bordados y bodoques para cualquier persona, situación o circunstancia, tuvo la idea de preparar un vestido de manga corta para la virgen y un mantón de tul a juego; que no es cosa de someterla a los rigores del estío, pudiendo aliviarla del peso y del abrigo de sus tradicionales vestimentas. La cofradía, siempre comprensiva con las ideas de doña Lola, rechazó elegantemente el ofrecimiento con el argumento de que, la delicada pintura que cubre los brazos de la imagen, se resentiría bajo un sol intenso, y que no era cosa de darle una mano de bronceador, que quedaba muy poco solemne para una ocasión tan señalada…
Pues tampoco tuve oportunidad de terminarlo, esta semana nos han puesto los pies en el suelo de la Nueva Normalidad que vendrá y hemos conocido la suspensión definitiva de las Fiestas. Si por algo lo siento, es por no poder disfrutar de la tradición y la degustación de esas berenjenas como una bombilla de 300 W y departir amigablemente con los amigos en el “chiringuito”. No pasa nada, el año que viene lo disfrutaremos el doble.
Disculpad la “ligereza evanescente” de este articulito prescindible, pero, después de la crudeza de los dos anteriores, mi cerebro necesitaba un alivio inconsecuente. No lo olvides, sé feliz (o pon de tu parte para que suceda).