GETAFE/La piedra de Sísifo (02/06/2020) – Poco se habla de una de las secuelas más dramáticas que la pandemia COVID19 está dejando en nuestra sociedad: Hambre.
No se trata de una metáfora, ni de una exageración, no hablamos de hambre en términos relativos, ni mucho menos de una mención demagógica; se trata de Hambre real, absoluta, con mayúscula y sin paliativos.
Cuando un problema de estas dimensiones nos asalta, existe la humana tentación de buscar culpables, antes que soluciones. Vale, de acuerdo: el único culpable es un agente infeccioso de especial virulencia, desconocido en la especie humana hasta hace pocos meses, aunque era muy conocido en su reservorio animal, los murciélagos; llamado Corona Virus por presentar unas protuberancias agudas en su cobertura grasa que le dan esa forma característica. Ya está, no hay más culpables que ese. ¿Nos ponemos ahora a buscar soluciones? Es que hay mucha gente que lo necesita.
De una parte, cuando la tasa de contagio estaba desatada, no quedó más remedio para controlarla que parar el país (en todos los países que se lo tomaron en serio). Parar casi completamente un país es muy complicado y nunca antes se había hecho y, “afortunadamente” dio resultado y la tasa de contagio fue bajando y el sobrecogedor número de fallecidos se paró cerca de los 28.000, que es como si, de un día para otro, desapareciera del mapa la ciudad de Eibar o Martorell o Sitges o Morón de la Frontera, una devastación con secuelas emocionales que durarán décadas.
Parar un país significa que su vida se detiene, su economía se paraliza y, aunque los ERTE han resultado una buena alternativa para quienes trabajaban por cuenta ajena, buscando que no pierdan su trabajo, todo el que trabajaba por cuenta propia, el pequeño comercio o quien dependía de sectores relacionados con la economía sumergida, ha visto reducirse sus ingresos a cero. Un cero rotundo, sangrante y doloroso.
Muchas personas, pero sobre todo familias, están sufriendo lo indecible para llenar la nevera de productos básicos y esa cifra va en aumento. Quien disponía de unos pequeños ahorros, se los han ido comiendo, literalmente y se han unido paulatinamente a quienes quedaron en la indigencia desde el primer día.
Ningún país está preparado para una debacle de estas dimensiones y, los resortes sociales de uso habitual para socorrer a los más desfavorecidos, como ONGs, bancos de alimentos y entidades de carácter solidario se ven desbordadas por la hemorragia diaria de peticiones desesperadas de ayuda.
¿Qué podemos hacer? Echar una mano de todas las formas posibles. Para empezar, lo más sencillo: siempre podemos contribuir en las campañas de recogida de alimentos. No tiene más secreto que hacer entrega en el lugar que nos parezca oportuno, de los muchos que hay realizando esta impagable labor, de productos de primera necesidad, siempre procurando que sean NO perecederos. Pero a la agradecida aportación de legumbres, arroz, pasta, etc., hay que añadir otros elementos en los que no se piensa habitualmente y también son muy necesarios: productos de higiene en general, tipo jabón, champú, dentífrico, etc.; productos de higiene íntima femenina, pañales infantiles y, algo en lo que casi nunca reparamos, productos de alimentación infantil, potitos, leche, papillas, etc.
Esperamos, confiamos y deseamos que la ansiada recuperación se produzca en el plazo más breve posible, mientras tanto, seamos generosos con quien se ha visto envuelto en un torbellino de penuria inmerecida y contribuyamos a que ese periodo sea lo menos doloroso posible. Eso también nos ayudará a ser felices. Gracias.