GETAFE/Reportaje (14/05/2020) – El coronavirus llegó a sus vidas sin avisar. “No estábamos preparados para esto”. Mientras decenas de familias se enfrentaban al dolor de la pérdida, otras hacían funambulismos para adaptarse a “la nueva realidad”. La pandemia avanzaba imparable y también el tiempo, a pesar del confinamiento, dejando atrás abrazos no dados entre abuelos y nietos, bodas pospuestas…, pero también miedos superados y nuevos héroes sin capa: los trabajadores esenciales.
Cuando el 11 de marzo se suspendieron las clases lo último que pensó Carmen es que iba a estar más de dos meses sin poder besar y abrazar a su nieta. “Mi hija vive en El Bercial y nosotros en Juan de la Cierva. Es lo que peor estoy llevando de este maldito confinamiento. Ella es la única nieta que tenemos y la echamos mucho de menos”. A sus 75 años, Carmen se está enfrentando a la pandemia con miedo e incertidumbre. “A la preocupación de que ninguno de mis seres querido pille el bicho se une el hecho de que no podamos vernos, ni tocarnos. Tengo la suerte de que vivo con mi marido y no estoy sola, pero se les echa tanto de menos que hay días que te levantas de la cama sin ganas de nada. Pasan las horas y cuando suena el teléfono y oímos su vocecita y vemos su carita se nos quitan todos los males. ¡Quién me iba a decir a mí que iba a aprender a hacer videollamadas! ¡Bendita tecnología!”.
El 2020 se presumía como uno de los años más importantes de las vidas de Carlos y Sofía. “¡Nos casábamos! Nunca me planteé, ni por asomo, que por culpa de un virus letal íbamos a tener que posponer nuestra boda. Aún no me lo creo y apenas he tenido ganas de comunicárselo a nuestros invitados por whatsapp”. La celebración del enlace matrimonial entre Carlos y Sofía estaba prevista para el 20 de junio. Apenas hace unos días que decidieron posponerla al mes de octubre. “Las circunstancias lo hacían inviable y proteger a nuestros seres queridos, sobre todo a los más mayores, para nosotros era muy importante. Aún no me he visto con fuerzas de hacer una nueva invitación”, cuenta Sofía. Carlos la interrumpe: “En primavera o invierno, seguirás siendo la novia más bonita del mundo”.
Sonia lo sabe bien. Auxiliar de enfermería en el Hospital de Getafe nunca hubiese imaginado que iba a tener que librar una guerra con bolsas de basura como protección cubriendo su cuerpo. “Las primeras semanas no éramos conscientes realmente de a lo que nos enfrentábamos. Cuando salías del Hospital y llegabas a casa intentabas olvidar, te frotabas en la ducha fuerte como para arrancar el dolor y que no lo notaran tus hijos al abrazarte. Ha sido, está siendo muy duro… Si me tengo que quedar con algo positivo de todo esto me quedo con el compañerismo, el gran equipo humano que tiene la sanidad pública y con los aplausos que no curan, pero reconfortan”.
Jorge, celador en el Hospital de Getafe lo tiene claro: “No somos héroes. Hemos venido a trabajar sabiendo que nos la estábamos jugando. Y mucho. Ahora que la presión asistencial ha bajado nos están realizando analíticas al personal para detectar posibles contagios. ¿Te puedes creer que tardan más de una semana en darnos los resultados? Yo soy corre turnos, me recorro todo el Hospital y paso por todas las plantas, las que llaman “zonas sucias” y las que no. Podría estar contagiado y ser asintomático y estar exponiendo tanto a mis compañeros como al resto de enfermos”. Jorge lleva semanas durmiendo en otra habitación separado de su mujer, por precaución. “No te imaginas lo destructivo que es este virus. Lo he visto con mis ojos. Llegas a casa e intentas disimular delante de tus hijos. La ansiedad se traslada a las noches. Y no duermes… Y el despertador suena y vuelves al campo de batalla. Ahora con más protección que al principio…, he llegado a llevar un equipo de protección que me llegaba por debajo de las rodillas. Nos salvaron las donaciones particulares. Todo el mundo se ha volcado. Me quedo con eso”.
Sergio es uno de los getafenses que hoy pueden decir que ganaron la batalla al Covid-19. Como trabajador esencial, “soy conductor de autobús, utilicé todos las medidas de protección recomendadas, mascarillas, guantes, etc. durante mi jornada laboral pero a pesar de ello, me contagié. Cuando empecé a sentir los primeros síntomas, fiebre y malestar general, tuve mucho miedo sobre todo por mi familia, mis hijos y mi mujer con los que convivo”. Coincidió con el mayor momento de saturación de los hospitales.
“Ha sido duro vivir aislado en mi propia casa en una habitación, con baño. Los primeros días el miedo me atenazaba, no quería ni que mis hijos, ni mi mujer se acercaran a la puerta. Cuando salía a por la comida que me dejaban en una bandeja les pedía que se encerraran en el salón, la estancia más alejada de nuestra habitación de la casa para recogerla. Perdí el apetito. Mi doctora hablaba conmigo por teléfono cada día. Mi preocupación era notar que me costara respirar. Pero no llegué a eso. Sí sentí mucha fatiga y dolor de cuerpo. También fuertes dolores de cabeza que me duraron cómo 10 días. Y perdí el gusto y el olfato. Cuando llevaba dos semanas aislado y vi que ni empeoraba, ni mejoraba empecé a intentar tener una actitud más positiva. Pasaba el tiempo dibujando, viendo la tv, durmiendo mucho…. Y hasta hoy que sigo aislado, pero ya en casa. No me han hecho la prueba. No hay para todos”. Sergio vive con cierta inquietud la vuelta al trabajo. “Tengo ganas de volver a mi vida de antes, pero no a esta nueva normalidad. Habrá que adaptarse. La vida sigue”.
“Cuando empezó todo esto no éramos capaces de dimensionar. Viví la suspensión de las clases (Raquel tiene tres hijos que cursan distintas etapas educativas) con cierta inquietud. ¿Cómo lo vamos a hacer ahora? Por suerte mi marido es informático y enseguida comenzó a teletrabajar”. Esos tres primeros días, Raquel continuó asistiendo a su trabajo como trabajadora social. “El primer día empecé a lavarme las manos con cierta frecuencia. Al día siguiente mi compañero del Servicio de Atención al Vecino (SAV) colocó dos mesas para que hubiera cierta distancia con los usuarios… Había un ambiente raro. Empezamos a dejar pasar al centro cívico solo a las personas que vinieran con cita… Y ya aquel viernes, seleccioné algunos documentos con los que trabajo habitualmente para llevármelos a casa, por si acaso. Pronto nos comunicaron que ya no habría atención presencial y que teníamos que empezar a teletrabajar”.
“He de reconocer que los primeros días del estado de alarma estábamos un poco descolocados, pero la buena voluntad por parte de todos mis compañeros hizo que pronto empezáramos a funcionar. Con la inestimable ayuda del departamento de informática nos habilitaron la opción para conectarnos en remoto a nuestros ordenadores”, recuerda Raquel. “Desde la dirección decidieron continuar con la atención presencial desde el Hospitalillo en turnos rotativos, teniendo en cuenta las circunstancias de cada trabajador para compatibilizar el cuidado de sus hijos y el trabajo y que el resto siguiéramos realizando nuestra labor desde casa”.
Raquel estuvo 15 días teletrabajando “hasta que me tocó acudir al Hospitalillo, ya que me ofrecí para ir, al poder quedarse mis hijos en casa con su padre. Aquel trayecto en coche de mi casa al trabajo fue difícil. Pensaba: ¿Y si me contagio? Me sentí desubicada y con mucho miedo. Una vez allí, desinfecté el teclado, los auriculares y tomé todas las prevenciones… Y poco a poco empecé a relajarme, a acostumbrarme a la nueva normalidad”.
En Bienestar Social desde el comienzo de la pandemia centraron sus esfuerzos en prestar un servicio de acompañamiento telefónico a los más vulnerables. “Queríamos prestar ese apoyo emocional a nuestros mayores, por ejemplo o a las familias con hijos en edad escolar y menos recursos económicos facilitándoles una comida para esos menores. El teléfono es más frío y en algunas de esas llamadas te sientes impotente pero en esta profesión aprendes a hacerte callo. A través del teléfono me han trasladado su angustia porque un familiar estaba enfermo, la tristeza tras la pérdida, la rabia, la ansiedad…. En nuestros despachos muchas veces escuchamos, sujetamos la mano y secamos las lágrimas. Por teléfono acompañamos”.
En su día a día, Raquel es consciente, cómo sus compañeros, que cuando superen la crisis sanitaria, otra crisis, más dura, llegará. “La segunda crisis, la económica está ahí. Hasta ahora atendíamos a familias vulnerables. Los ERTE o las pérdidas del trabajo van a provocar que muchas familias sean vulnerables a partir de ahora. Cuando llevas dos meses sin ingresar dinero en tu cuenta es difícil hacer frente al pago del alquiler para las familias que viven al día. No todo el mundo cumple los requisitos para las ayudas de alquiler, por ejemplo… Aunque como esenciales nunca hemos parado de trabajar, ahora que se avecina lo peor tenemos que seguir al pie del cañón. Hay familias paradas en el tiempo”.
A las labores habituales de vigilancia, “que se han visto incrementadas durante el estado de alarma”, los policías locales han asumido también durante la pandemia una labor mucho más social: desde el reparto de mascarillas, a la distribución de EPI al Hospital, residencias, etc. o las felicitaciones de cumpleaños a los más pequeños para hacerles más llevadero el encierro en casa, etc.
Ricardo, agente del cuerpo de la Policía Local reconoce que al principio esta situación la vivió con incertidumbre. “Pasamos del no pasa nada es una gripe, al estado de alarma y la gente tuvo que adaptarse y tomar conciencia. Nosotros también. Si algo he visto desde mi posición es que la responsabilidad ha imperado frente a otros comportamientos incívicos. Hemos tenido que sancionar (las cifras están ahí, en torno a 2.000 sanciones desde el comienzo del estado de alarma), pero si tenemos en cuenta que en Getafe viven 180.000 personas, han sido los menos los que se han saltado las normas”. Una percepción que está cambiando en las últimas fechas. La Policía Local está preocupada por la actitud de algunos jóvenes del municipio, que con la posibilidad de salir a pasear, están aprovechando para hacer botellón o juntarse en grupo.
Cuando el Covid-19 lo paralizó todo, las calles lucían vacías y el cántico de los pájaros era más perceptible que nunca, un equipo de profesionales, aquellos que conforman los servicios mínimos de Lyma siguieron recogiendo «los contenedores de basura, limpiando las calles y desinfectando los lugares con más tránsito de personas estos días: hospitales, paradas de autobús, las entradas de las farmacias o los comercios, las residencias de mayores, etc.”. Una labor, no tan vistosa como la de los cuerpos y fuerzas de seguridad de Estado o los sanitarios, pero también indispensable.
Alberto está muy orgulloso “de cómo han reaccionado mis compañeros durante el estado de alarma. Aunque al principio era todo una incógnita muchos no dudaron en ofrecerse voluntarios para trabajar. Sentían que aquí podían aportar más que en sus casas”. Aunque la etapa de los servicios mínimos ya va quedando atrás y estamos organizando una vuelta escalonada, en la retina de Alberto quedarán muchísimas instantáneas para el recuerdo. “Para nosotros, realizar las tareas de desinfección de la residencia de mayores del Sector III, junto a la Unidad Militar de Emergencias (UME), fue un momento que nunca olvidaremos. Mientras ellos realizaban las tareas de desinfección en el interior de la instalación y nosotros por fuera, se generó un clima de camaradería y colaboración entre todos los que allí trabajamos que culminó con varias fotos para el recuerdo”.