GETAFE/Tribuna con acento (27/04/2020) – De repente dejaron de hacer ruido los automóviles. Invisibles, más bien, sería la descripción exacta.
Las calles en su sitio, sin moverse. Inesperadamente se habían quedado huérfanas de viandantes, de ruidos y risas. De alientos y carreras, de susurros y murmullos.
Tan solo los pájaros, de diferentes especies y grupos, un tanto desconcertados se adueñaban de sus espacios hurtados hacía tiempo. Volaban sin parar bajo una primavera verde y luminosa incrédulos, intentando buscar una explicación.
Luego, el cielo. Plomizo y amenazante, que regalaba a los creyentes todas las posibilidades de anunciar el Apocalipsis, a la vez que parecía confirmar, también, el aviso de que iba a ser grave lo que se aproximaba.
Después, la cárcel particular. La jaula de oro, de plata, de zinc, de barro, de cartón o, simplemente, de aire en la que se nos obligaba a refugiarnos para evitar, en lo posible encontrarnos con un enemigo. Un enemigo que no había entrado en nuestros parámetros de vida, a pesar de su existencia y probabilidades de visitarnos. Entonces empezamos a sentir miedo. Mucho miedo de que ese peligroso y nuevo residente osase colarse en nuestra existencia.
Nosotros y nosotras, habitantes de una sociedad que creíamos invencible, constatábamos en esos momentos que nuestras vidas pendían de un hilo muy fino que se podía romper en cualquier momento.
Era necesario asumir una realidad diferente que nos cambiaba los esquemas vigentes. A sufrir, unos más que otros, las trágicas consecuencias, en lo humano y en lo económico, que traía como consecuencia esta pandemia sobrevenida.
En medio de todo, la congestión hospitalaria. La angustia humana que genera la incertidumbre de no saber si tendremos la mala suerte de contagiarnos o de estar graves o de morir, incluso.
De nuevo miedo. Mucho miedo.
Luego la necesidad de almacenar provisiones. La necesidad de tener información. La información en exceso, las noticias verdaderas y falsas. Mensajes, “whatsapps”, fotografías, vídeos… hasta saturar las autopistas de internet.
Luego, también, la necesidad de agradecer y comunicarnos. Aunque sea solo a través de aplausos. La necesidad de hablar, reflexionar y pensar en el futuro. El deseo y la esperanza de resistir para poder salir.
Con seguridad, este retrato no tendremos que imprimirlo en papel para evitar su olvido, porque habrá quedado marcado para siempre en lo más profundo de nuestro ser.