“Humana cosa es tener compasión de los afligidos…”
Giovanni Bocaccio (El Decamerón)
GETAFE/El aula sin muros (14/04/2020) – Desde la administración se ha hecho mucho hincapié en la necesidad de continuar desde casa con los contenidos curriculares. Se ha pretendido dar a entender que los profesores, por otros medios, iban a continuar impartiendo sus clases y evaluando a sus alumnos. Esto ha generado una enorme presión para los docentes y un agobio para las familias que, en muchos casos, se han encontrado con la responsabilidad de sacar adelante todo el caudal de trabajos que les hacían llegar los profesores. Así lo manifiesta Iván, padre de un niño de Educación infantil, que considera que no sólo les falta la formación didáctica ni el entorno adecuado, ya que “los niños reconocen la casa como centro de ocio” y no se dan las condiciones idóneas para la formación. En los mismos términos se manifiesta Ruth que dice “que no es lo mismo hacerlo (el trabajo) en clase con sus compañeros”. Amaya nos cuenta que usan el grupo de WhatsApp para ayudar a los padres y madres que carecen de medios técnicos o están menos familiarizados con las tecnologías, y recoge la queja de la mayoría por “las dificultades de compatibilizar el trabajo con las áreas de los niños”.
En cursos más avanzados la relación con las tecnologías es más satisfactoria, sobre todo en aquellos hogares en los que los recursos tecnológicos y preparación técnica de los progenitores lo favorece. Montse es madre de una niña de sexto de primaria y se muestra muy satisfecha con la combinación de recursos técnicos que utilizan en el cole de su hija: web, videoconferencias, libros digitales y “una plataforma de juegos que los tiene absolutamente enganchados” y quiere dejar patente que en este centro los profesores “lo están haciendo de lujo”.
El alumnado de Bachillerato es el que mejor se ha adaptado a este confinamiento educativo vicario, así lo afirman los docentes y lo corroboran la mayoría de madres. Eva nos cuenta que a su hija el trabajo escolar “le lleva todo el día” porque además añade a la tarea del instituto su formación musical.
Una de las citadas profesoras de Secundaria nos ofrecía su personal estadística sobre el número de alumnos que seguían las clases a distancia y devolvían los trabajos hechos, que ella cifraba en un 50% en el caso de PMAR, un 70% en 1º de ESO, 80% en 4º de ESO y el 81% en el caso de Bachillerato.
Tampoco se puede generalizar respecto al alumnado con discapacidad, puesto que depende mucho de los perfiles y la situación personal de cada uno. “Si la atención a la diversidad requiere un contacto directo y una atención individualizada con cada alumno, en estos días de cuarentena mucho más”, por eso Mari Ángeles, que es profe de NEE en un instituto, dice que utiliza el contacto con cada uno por teléfono, Whatsapp o por correo electrónico, con el padre o la madre. A la vez necesita estar conectada con el profesorado de cada área para coordinar el trabajo de todos.
Mari Ángeles hace referencia al alumnado TEA, que requieren unas pautas estables para su equilibrio psicológico, de tal manera que “cuando se les saca de la rutina pueden tener comportamientos disruptivos”. Yoli, que es madre de un alumno con discapacidad auditiva y visual, de un colegio de educación especial, dice también que “lo más complicado es por la mañana, mi marido y yo seguimos teletrabajando y tenemos que hacer turnos para estar con él” porque su hijo es dependiente y tienen que ejercer de terapeutas y de padres.
Algo que manifiestan todos los docentes consultados es que existe un número considerable de alumnos con los que es difícil contactar y se quedan fuera del sistema, bien porque no tienen conexión a internet, carecen de un procesador de texto o no tienen posibilidades de imprimir trabajos porque carecen de impresora. Ha habido que improvisar y recurrir a Whatsapp o el teléfono, pero incluso en esos casos “te encuentras con que hay poca cobertura y el teléfono se entrecorta”, dice María. Pero lo peor es que hay muchos casos de alumnado que ha desaparecido del espectro educativo. Son ese tipo de alumnos que, por sus orígenes o su precaria situación socioeconómica, representan el eslabón más débil de la llamada brecha tecnológica y la segregación social.
Se ha de tener en cuenta que el alumnado proveniente de familias en situación de riesgo de pobreza y exclusión se sitúa en torno al 22% de la población, afectando aproximadamente a un 32% de la infancia (ver los últimos informes: VIII Informe Foessa, el de Save The Children, Dossier 8 del Observatorio Social la Caixa, entre otros). Ello requiere planteamientos compensadores que, presentimos, están muy lejos de las políticas que está llevando a cabo la Comunidad de Madrid, que sigue desviando cada año más dinero hacia la escuela privada por medio de conciertos o exenciones fiscales a las familias de los centros privados, mientras se recortan becas y escatiman recursos para la atención a la diversidad.
Hay una corriente pedagógica tradicional, imperante en ámbitos conservadores, que considera que la educación es una mera transmisión de conocimientos, un proceso mediante el cual el saber pasa del transmisor (docente) al receptor (discente), como si se tratara simplemente de atiborrar la cabeza del alumno o alumna de contenidos, como el que llena un saco de paja, creyendo que es cuestión sólo de cantidad.
Otros consideramos que el proceso de aprendizaje es mucho más complejo, el sujeto de aprendizaje, el alumno, no es un sujeto pasivo, no es un mero receptor, es un sujeto que es capaz de interactuar y aprender por sí mismo. Es un proceso en el que influyen los intereses y las emociones, en el que la función del docente es la de motivar, orientar, propiciar el aprendizaje y que sea el alumno el que investiga y descubre.
No se trata tanto de cantidad de contenidos como de la idoneidad de los mismos. De hecho la mayor parte de los contenidos que aprendemos se olvidan en un tiempo corto. El curriculum y los contenidos para lo que en realidad sirven es para desarrollar capacidades. Es por tanto una cuestión más de relevancia que de cantidad. Hay una serie de contenidos significativos que son los que van construyendo el aprendizaje. Pensemos que un niño español y un niño alemán reciben contenidos muy diversos, sin embargo, pueden desarrollar las mismas capacidades y por ello tras un corto periodo de adaptación puede integrarse en el sistema educativo del otro país.
En las escuelas condicionadas por metodologías autoritarias tradicionales y currículos cerrados, nos pasamos buena parte del tiempo repitiendo de forma cíclica contenidos que no son significativos, pero que nos prescriben los programas oficiales y el seguidismo de los libros de texto. Recordamos muchos cómo esta metodología nos ha llevado a que en la clase de historia sabíamos mucho de prehistoria pero casi nada de historia contemporánea.
Nuestras autoridades académicas entienden la educación de este modo tradicional por eso han transmitido la idea, jaleados por buena parte de los medios de comunicación, de que en este periodo de confinamiento había que seguir impartiendo conocimientos académicos, engordando el saco, cuanto más mejor. Hay que dar la sensación de que el proceso acumulativo de aprendizaje de contenidos escolares no se paraliza, porque lo que se pierde no es recuperable. La propia experiencia nos demuestra, que niños que por cuestiones personales se ven privados de asistir a clase durante un tiempo, pueden recuperar su aprendizaje en poco tiempo si las condiciones personales y educativas son adecuadas.
No nos extraña que hayan puesto en pie de guerra al profesorado y les hayan abrumado con directrices y normas para que abrumen al alumnado con la mayor cantidad de tareas posibles “para que no pierdan”. No se han preocupado por el estado anímico del alumnado, ni de las condiciones de su entorno doméstico, ni de las carencias técnicas e incluso vitales.
Ante la mayor catástrofe humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial había que dar la impresión de que la enseñanza se mantenía incólume con sus clases y sus exámenes.
Nos comenta un padre, con indisimulada admiración que, en un prestigioso centro concertado de nuestra localidad, el alumnado recibe todos los días una clase magistral “on line”, a través de alguna de las plataformas digitales existentes. Le hacemos ver que seguramente esa pretendida anormal normalidad, parece más una estratagema para justificar el cobro de las alegales cuotas, que un recurso efectivo. Que es mucho más sacrificada y más útil la ingente tarea de esas compañeras y compañeros que intentan dar una respuesta individualizada al alumnado y a sus familias, utilizando todos los recursos a su alcance, sin desdeñar el modesto teléfono, que es menos sofisticado y exige más dedicación, pero les permite conocer el estado de ánimo (o de desánimo) de las familias.
Lamentablemente, para los neoliberales la educación es un elemento de consumo más y las familias y los niños y niñas clientes a los que hay que seguir vendiendo el producto.
El profesorado, cuya formación permanente casi desapareció tras la abolición de los centros de profesores, se ha tenido que buscar la vida recabando recursos técnicos, que en muchos casos desconocían hasta este momento, y las familias, como profesores improvisados, se han visto desbordados por una avalancha de tareas docentes para la que no se sienten competentes.
Se ha perdido la oportunidad de haber aprovechado esta inédita situación de convivencia intensa, entre los escolares y sus padres, para llevar a cabo una serie de actividades que hubieran servido para ocupar el tiempo de manera más creativa y satisfactoria, sin agobios ni exámenes. Habría sido buen momento para fomentar la lectura, el cine, el teatro, las artes plásticas, el diálogo, juegos creativos… y el papel del profesorado hubiera sido más de apoyo y de orientación al alumnado y las familias.
Esta crisis nos ha hecho añorar cosas que por su cotidianeidad nos suelen pasar desapercibidas: muchos docentes nos han manifestado cómo echan de menos la presencia y el contacto con sus alumnos y alumnas. Seguro que la mayoría del alumnado lo suscribe.
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