GETAFE/Sanidad (30/03/2020) – Hay sanitarios en el Hospital de Getafe que vivieron en primera persona el horror del 11-M. «Esto es peor, sobre todo porque no sabes hasta dónde va a llegar o cuándo va a acabar». La desesperación se percibe entre el personal que trabaja con miedo, por la falta de equipos, y con dolor, porque están tan desbordados que apenas pueden atender a los pacientes. «Lo urgente no deja espacio a lo importante: se ahogan los pacientes y tardo mas de una hora en poder ponerles el tratamiento», confesaba la pasada semana un enfermero.
Han sido unos días terroríficos en el Hospital Universitario de Getafe. La semana pasada se inició con pacientes agolpados en las salas de espera de urgencias, esperando durante días que les llegara el ingreso, con los boxes con camillas para los más graves apiñadas. «El otro día se murió un paciente a 30 centímetros de otro que le vio agonizar, sin un triste biombo entre ellos». Tardaron más de una hora en llevarse el cadáver. El mortuorio sigue saturado, aunque no hay datos de cuánta gente ha fallecido aquí.
La desesperación de los sanitarios y la saturación ha sido patente. «En los pasillos no hay oxígeno: tenemos balas de oxígeno que se acaban y no nos enteramos». A principios de la semana pasada se agolpaban casi 200 personas en la sala de espera. La medicina que se entrega, los retrovirales «provocan diarreas». Y no había baños para ir. El personal, saturado, podía tardar más de media hora en cambiar las deposiciones… en medio del pasillo. La privacidad y la intimidad habían pasado a la historia. «Alguien tiene que decir que hasta aquí hemos llegado, que no se puede más», reclamaban en aquel momento crítico los sanitarios. Desde el Hospital negaban que se hubiera llegado al colapso, que se derivaban pacientes a otros centros. «Pero el saldo era siempre negativo: por cada uno que trasladan, llegaban 10 nuevos«. El Ayuntamiento habilitó la semana pasada dos carpas para poder descargar al Hospital. Aún no se les ha dado uso.
A lo largo de la semana la situación mejoró en las Urgencias, porque se habilitó una tercera cama en habitaciones dobles y se pudo ingresar a parte de los que esperaban. También se han hecho traslados al IFEMA, un hospital que está levantando recelos también. «Allí tienen sus equipos de protección, sus horarios de cuatro horas con los EPI». En Getafe han estado las 12 horas de un turno en la UCI «sin comer, sin beber, sin ir al baño, con unos equipos de protección ‘reciclados’ que nadie nos garantiza que funcionen». Hay enfermeras que caen desmayadas al no poder aguantar el ritmo.
La falta de los equipos de protección sigue siendo una de las quejas más acuciantes del personal, aunque por momentos parece que comienza a llegar material. Aún así sanitarios están cayendo contagiados, con un agravante: «No hay test para hacer la prueba». Y la queja generalizada es que Salud Laboral no está respondiendo: «Hay compañeras que les han hecho ir a trabajar con fiebre y tos».
Para suplir al personal de baja y hacer frente al incremento de pacientes se está contratando a marchas forzadas a estudiantes que aún no han acabado la carrera. Y se derivan recursos a unidades críticas por falta de personal como la UCI. Allí la situación «empeora: por días; por turnos. Estamos desbordados», confiesa una sanitaria. Apenas saben de dónde sacar más espacio. Normalmente hay 18 camas en la UCI y 6 de grandes quemados. «Se van a doblar tres camas más en la UCI», y se van sacando más plazas de la unidad coronaria, de endoscopias, o de la REA… en total 55 camas. «Más que en el Ramón y Cajal». Y ya están a tope.
El problema es que trabajar en una UCI requiere una especialización que lleva años adquirir. Las enfermeras que trasladan allí apenas tienen experiencia. «Y no tenemos material: faltan bombas de profusión, no hay termómetros, glucómetros, jeringuilas…». Los respiradores van llegando, «pero luego hay que saber manejarlos. Tardamos años en ser expertas en el paciente crítico».
La experiencia personal es dantesca. «Ves a la gente llorando. La gente se muere sola, en las plantas. Entras en las habitaciones y te los encuentras muertos. Y lo que se preve es peor. No tiene fin. Sigue in crescendo».
Y cuando la jornada acaba, los sanitarios regresan a sus casas, agotados, pero también con una familia que les espera, que sufre también por ellos. La primera frase al llegar a casa es «no me abraces, voy a ducharme». El temor a contagiar a sus familias es también una losa más, que se añade a los problemas que el confinamiento en sí tiene en cada casa, con los deberes de los niños o la necesidad de ocupar el tiempo para los más pequeños. «Estamos tomando pastillas para poder dormir», confiesan.
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