GETAFE/La piedra de Sísifo (31/03/2020) –
Oscuros, panzudos, hambrientos y amenazantes
asoman en tromba los nubarrones del devenir.
Miasmas terrenales que esparcen ponzoña y dolor,
corazones encogidos, vacío de entrañas.
Alimañas emboscadas en el sufrimiento ajeno que,
sin alma, buscan llenar la andorga insaciable.
Abismo dentudo, niebla infinita, mal oráculo
que cumple su vaticinio con saña.
Rodillas viscosas que se aplican al cansancio,
espaldas rotas por el peso de la incertidumbre.
Gargantas arenosas sostienen un pulso latente y febril,
fiero como una noche de bodas frustrada.
Palabras antiguas, remedios vetustos, la nada
que invade estancias sin pedir permiso.
Nadie sabe, nadie puede, nadie escapa
y cada individuo siente a su hermano caer.
Un maligno ejército acampado a las puertas manda,
con negros augurios, emisarios que demandan rendición.
Garras lisonjeras simulan su podredumbre filosa
en guantes ajados que ofrecen descanso sin vuelta.
Rendición, dicen. Eso nunca; ni lo vieron mis ojos
ni los verán los años, los siglos o la eternidad.
No quedan fuerzas para sostener el trapo blanco
ni voluntad de entregar lo más preciado al mal.
Sin pronunciar palabras se sabe, se huele, se palpa
la presencia del sol en lo más alto, cálido y orgulloso.
Y una nube a lo lejos se abre en jirones luminosos
de esperanza, de fuerza, de coraje, de creación.
Cada fiebre que cede es un empuje de valor,
cada vida empecinada que permanece, es un clamor.
Cabalgan los heraldos por pueblos, villorios y aldeas
llamando a la rebelión silenciosa, a vencer al invasor.
Miriadas de espíritus rebeldes ya lo atisban y sienten
en la piel y penetra por los poros y llena de color
la espesura gris, monótona y tediosa de la muerte
que huye ante el empuje de un gesto unánime…
Y mañana correrán criaturas felices por jardines
verdes como nunca fueron, se abrazarán los cuerpos
y las almas con ansia purificadora. Y vencerá,
la vida vencerá este desafío y nos hará más fuertes.