GETAFE/La piedra de Sísifo (08/01/2020) – Dos, tres, cinco, ocho pastores hacían cola pacientemente a la espera de su turno para preparar su protección de viaje. Para ellos, había sido un mes diferente que el resto del año y a la vez igual que todos los diciembres: Muy ilusionante y novedoso al principio, pero aburrido y devorado por el tedio al final.
La fila había ido creciendo durante la mañana y a mediodía ya estaban todos aguardando: Pastores, ovejas, lavandera, angelitos, señor cagando (para desagrado del resto), camellos, pajes, reyes, asno, buey, José, María, niño Jesús y dos astronautas de Playmobil, una pantera negra y un policía de Lego que nadie sabe cómo habían llegado hasta allí; el censo al completo, incluso, el portal y distintos chamizos de variados tamaños y colores, arbolitos y palmeras, el puente que cojea sobre el río de papel de plata, musgo antiguo, amarillento y reseco, telas de lustre perdido durante décadas y un papel de fondo con un inapropiado paisaje desértico y cielo estrellado, enrollado y roto por las esquinas. Todas y cada una de las figuras y enseres tenían asignado un pedazo de plástico de burbujas, salvo la desmesurada estrella blanquecina que había perdido su original “brilli-brilli” y el revoltijo de cables y bombillas de colores (con cuidado de que la roja no coincidiera con el portal y pareciera lo que no era), que iban a una caja aparte envueltas en papel de periódico.
El espumillón verde que tapaba los bordes estaba impregnado de notas de villancicos, ritmos de campanillas y un soniquete de voces amontonadas, Navidad tras Navidad, de niños cantando números interminables e ilusiones de familias pobres que, sin más remedio, acababan invocando el sobado mantra de la salud.
El árbol ya era otra cosa; en un alarde de opulencia y optimismo respecto a las dimensiones del salón, habían adquirido uno que llegaba casi hasta el techo y que, inicialmente, se desmontaba en tres partes pero, a veces los chinos demuestran que determinadas tradiciones no son lo suyo, dos navidades más tarde, se llegaba a descomponer en un puzzle de muchas más piezas de las recomendables: ya íbamos por 27. Con una paciencia y precisión de relojero suizo, fueron colocando cada una en su caja como en un Tetris de ramas verdes. Afortunadamente, habían sucumbido a la tendencia de no poner las bolas de siempre (para disgusto del gato que esperaba ese momento con deleite) y sí muchas cintas de colores rojo y plata que cubrían las 400 bombillitas led, que lucían con el fulgor de varias galaxias concentradas y obligaban al uso de gafas de sol en el reducido saloncito.
Cuando estuvo todo recogido, un nudo en la garganta, nostalgia de sensaciones que no volverán, acompañó a su subida del contingente al maletero que, ingeniosamente, habían construido sobre el techo del pasillo y con el plegado de la escalera, un brillo en los ojos delataba que ya tenía una idea para carnaval…
Sed felices este año que comienza.