GETAFE/La piedra de Sísifo (12/12/2019) – Dentro de esa ceremonia de la confusión que nos envuelve a diario, hay un (otro) colectivo que se está haciendo de oro, el de los fabricantes de megáfonos para palabras gruesas.
Cualquier persona con un mínimo de responsabilidad, respeto al prójimo, sensibilidad para con los demás y consigo misma y, por supuesto, sensatez; se tentaría la ropa mil veces antes de proferir determinadas expresiones que, si algo definen, es la catadura de quien las pronuncia. El ámbito de la política, sobre todo en su espectro (en ambas acepciones) derechoso, está poblado por personajillos sin más bagaje mental que el mensaje tóxico que leen cada mañana en el argumentario que buscan en el correo electrónico, con el ansia de un heroinómano sacando a bailar a su mono. Así, palabras y conceptos de enorme calibre, relacionadas siempre con los grandes males de la humanidad, se asocian a conductas que entienden criticables en su adversario: Golpe de estado, ETA, traición, ETA, crimen sanguinario, ETA (que, como ya no existe, algunos agoreros darían gustosos el páncreas para que resucitara), … y un eterno etcétera solo alimentado por lecturas catastrofistas del Apocalipsis o maldiciones bíblicas corregidas, aumentadas y actualizadas convenientemente.
La naturaleza, avalada por miles de millones de años de fluido funcionamiento, tiene tendencia a la proporción y, cuando hay algo en exceso, es compensado con una carencia evidente (llama la atención el cruel sentido del equilibrio de las feroces fauces de un tiranosaurio rex, con unas manitas ridículas que harían demencial e insoportable un simple picor de nariz). Del mismo modo, el grosor de las palabras expresadas por cualquier heraldo de la desgracia, está en proporción inversa con la capacidad intelectual de quien las profiere, como si la potencia y rotundidad de las vibraciones de las cuerdas vocales fuera incompatible con un sano proceso neuronal.
Ayer, en un espacio que pensábamos estaba reservado para el conocimiento y la difusión de la sabiduría humana, la Universidad Carlos III, una señora de apariencia meliflua y endeble como la planta de la cicuta, esparció su veneno por el aula magna poniéndolo todo perdido de palabras ponzoñosas y malas intenciones. Dicen que se llama Charlatana Álvarez de Toledo, o algo así, y que colecciona títulos nobiliarios e ideas oscuras y retorcidas como sarmientos centenarios.
Consiguió su objetivo, una atención mediática desconocida para las grandes mentes e ideas que encuentran su espacio natural entre los muros de una universidad, en esta ocasión, convertida en plataforma de lanzamiento de ese estercolero ideológico que trata de oscurecer hasta el negro absoluto la situación política de nuestros días.
Sísifo
13 diciembre, 2019 at 9:38
Por cierto, que me he despistado: Ya sabes que en estas fechas no es obligatorio ser feliz, pero ayuda…