En las democracias, rara vez se elige entre el Bien y el Mal, y casi siempre entre lo preferible y lo detestable.
Raymond Aron
GETAFE/Todas las banderas rotas (25/09/2019) – Llegados a este punto, cuando se ha cumplido el vaticinio, ya no sirve quejarse o ponerse en un rincón a llorar por lo que pudo ser –lo que nos hubiera gustado- y no fue. Hemos de ser conscientes –los ciudadanos todos- que si hemos de volver a votar en noviembre es porque no supimos hacerlo bien en mayo; este es el mensaje que nos trasmiten los que nos han traído hasta aquí. Y tienen razón: no supimos ver, entonces, que elegíamos a unos políticos incapaces de cumplir el encargo que los electores les hicieron; creímos, ingenuamente, que los candidatos de izquierdas se pondrían de acuerdo para formar un gobierno que diera respuesta a las ansias y necesidades de los que les habían elegido.
Pero no fue así. Hemos de volver a examinarnos los ciudadanos, no los políticos que, por lo que se ve, no han leído a Weber y no saben nada de lo que dice sobre la ética de la responsabilidad.
Ahora que las ilusiones nacidas la noche del pasado 26 de mayo están rotas por los suelos y no hay nadie que las recoja y las recomponga, nos dicen que nos expresemos “más claramente” el 10 de noviembre. Ahora, como ya escribí en mi último artículo, el relato sigue igual que comenzó: el culpable es el otro, exclusivamente el otro, ni una brizna le corresponde a quien ha fracasado, llámese Pedro o Pablo. Pero dan un paso más: como me temía, los culpables somos los votantes que, como la vez anterior no dijimos suficientemente claro lo que queríamos que hicieran con nuestro voto, hemos de volver a las urnas, no son ellos los que han de volver a examinarse en noviembre sino nosotros. Puestas así las cosas, propongo que esta campaña electoral se haga al revés: los votantes nos subiremos a los escenarios de los mítines y acudiremos a los platós de televisión para explicar a los líderes de los partidos lo que queremos que hagan con nuestros votos porque, en mi opinión, no es que no nos hayamos explicado bien nosotros, sino que ellos no se enteran.
Una de las pocas cosas que saco en claro cuando examino los hechos ocurridos desde las últimas elecciones de mayo hasta hoy, es que, en la política en general y en la izquierda en particular, no tenemos líderes; que bien por incapacidad o por cálculo partidario o personal, han renunciado a ejercer de tales, a hacer su trabajo que consiste en explicar al electorado cual es su programa, cómo pretenden llevarlo a cabo, con qué apoyos si estos son necesarios, qué cesiones harán para que sea posible… y ponerlo en marcha mediante el gobierno que se pueda formar de acuerdo con el resultado electoral. En lugar de eso, demostrando que no tienen madera de líderes, han trasladado la responsabilidad de la decisión a los electores.
¿Cómo es posible que propongan ahora la modificación del artículo 99 de la Constitución? ¿De verdad quieren hacernos creer que la causa de que el PSOE no haya alcanzado un acuerdo de gobierno con Podemos –o Podemos con el PSOE, tanto monta- reside en el artículo 99 de la CE? ¿El hecho de que desde el 27 de mayo hasta casi ahora mismo no haya habido contactos, conversaciones, negociaciones o lo que sea entre ambos partidos no tiene nada que ver? ¿Tampoco que los “líderes” de ambos partidos hayan manifestado pública y reiteradamente durante ese tiempo que no se pueden ni ver? ¿Cómo es posible que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias Turrión hayan delegado en otras personas lo que deberían haber afrontado personalmente? ¿No les pareció suficientemente importante lo que estaba en juego? ¿Dónde se ha visto que se pretenda llegar a un acuerdo de gobierno con un par de reuniones de unas delegaciones sin contacto directo de los “líderes”? ¿O no era eso lo que se pretendía…?
Preguntas tengo muchas más, todas en la misma dirección: tenemos la desgracia de no contar en la actual escena política española con auténticos líderes, con dirigentes que sean capaces de cargar con su responsabilidad política –que en estos momentos es enorme- en lugar de traspasársela a la ciudadanía. Lo contrario a esto es ponerse a repartir culpas, hacer recaer éstas en los que no las tienen (los ciudadanos) y no darse cuenta –si se dan cuenta es mucho peor- de que esa forma de actuar es paralizante, impide el progreso, limita las posibilidades de gobernar un país.
Muchos y muchas veces hemos pedido a los responsables de los partidos generosidad, prudencia, autocrítica, discreción, humildad. Los actuales no han practicado esas virtudes y, por ello, son responsables de no haber logrado formar un gobierno progresista y de izquierdas para que, por una parte, hiciera frente a los graves problemas que nos presenta el panorama internacional: Brexit, posible recesión económica, el drama de la migración, el auge de la ultraderecha en la UE, etc. Y, por otra, resolviera los crónicos problemas que tenemos en nuestro país: desde el asunto catalán con sentencia a la vista, hasta la rampante violencia de género; desde los salarios basura, hasta los precios de los alquileres por las nubes; desde las consecuencias del cambio climático que muchos españoles están sufriendo ya directamente, hasta la situación en que están los que esperan que funcione la ley de dependencia y les lleguen las ayudas; etc.
Todo esto es lo que hemos “conseguido” por no tener un gobierno constituido desde el pasado mes de mayo. Esto es lo que parece que no han entendido ni Pedro Sánchez ni Pablo Iglesias Turrión; ninguno de los dos ha tenido la inteligencia política necesaria y la correcta visión de la realidad, ninguno ha practicado la autocrítica imprescindible, ni el uno ni el otro han sido generosos y humildes, ninguno de ellos, finalmente, ha actuado con discreción y prudencia sino que, por el contrario, han aireado en las redes y en los medios sus discrepancias, sus fobias y sus odios mutuos.
Pienso que los que han provocado que tengamos que volver a votar –y aquí incluyo a los “líderes” de los cuatro partidos principales: PSOE, PP, Podemos y Ciudadanos- deberían repensar como han de presentarse a las próximas elecciones; desde luego, con el único objetivo de formar un gobierno, no de ver qué es lo que más conviene a cada partido. Teniendo en cuenta que lo que han hecho hasta ahora ha sido un rotundo fracaso, se agradecería que no utilizaran la campaña para contarnos que el causante de dicho fracaso ha sido el otro –ya nos lo han contado hasta la saciedad- sino para cumplir lo que decía más arriba: contarnos qué van a hacer (programa) y con quién lo van a hacer (pactos).
Nosotros, los ciudadanos, debemos superar la indignación, la hartura, el cabreo que para algunos es motivo suficiente para abstenerse de votar e, incluso, de rechazar todo lo que tenga que ver con política y políticos, y transformarlo en fuerza para actuar. Porque vale más votar un día indignado y cabreado, que estarlo durante cuatro años porque ganó las elecciones quien no nos gusta. Y esa sí que sería responsabilidad nuestra.