Un optimista es el que cree que todo tiene arreglo.
Un pesimista es el que piensa lo mismo, pero sabe que nadie va a intentarlo.
GETAFE/Todas las banderas rotas (27/08/2019) – Baltasar Garzón se preguntaba en un artículo publicado a principios de agosto si los que han sido elegidos en unas elecciones –se entiende que para formar un gobierno- tienen derecho a no ponerse de acuerdo. Decía Garzón que “precisamente porque optamos por quienes queremos que actúen en nuestro nombre, existe la obligación, el imperativo democrático, de que los designados obedezcan el encargo” porque “cuando se ha puesto la confianza en ellos para que cumplan su trabajo de conseguir o facilitar la gobernabilidad” los políticos no tienen derecho a no hacerlo.
Según esa idea –que comparto- resulta, como poco, sorprendente constatar que ninguno ha aprendido nada, que se han dedicado –como era previsible, lo sabíamos todos- a culparse unos a otros de la situación.
¿Y ahora qué? Pues que, como han suspendido, deberán cumplir, antes de que llegue el otoño, determinadas tareas. La primera de todas, es acordar la formación de un gobierno progresista, es decir, del que no forme parte la derecha, esa es la única condición que deben cumplir sí o sí, lo demás es accesorio: no importa qué partidos estén en él, qué personas lo formen o si el gobierno resultante se llama de una u otra manera. Lo que hay que acordar no es un simple acuerdo de investidura, sino un programa para toda la legislatura que deben negociar todas las partes implicadas, que es lo mismo que decir todos aquellos partidos que compartan la idea de que hay que formar un gobierno progresista en el que no tenga cabida la derecha, nada más. Creo que queda suficientemente claro quién puede estar en esa operación y quién no debe estar de ninguna de las maneras.
Por tanto, la más importante de las asignaturas que han suspendido es la que se llama NEGOCIACIÓN y, para aprobarla, deberán aprender que insultar a aquel con quien se quiere negociar no ayuda nada a un buen resultado; que no se debe decir públicamente que desconfías de él aunque desconfíes; si estás dolido u ofendido por lo que te han dicho, te tomas un tiempo –corto- para lamerte las heridas y retomas las conversaciones con discreción y buen ánimo; que cuando alguien se sienta a la mesa para negociar es porque verdaderamente quiere negociar y que las negociaciones tengan éxito; que las redes sociales, las entrevistas en los medios y las declaraciones públicas no son los espacios idóneos para que el otro se entere de lo que le ofreces, le niegas o le exiges; que acordar un gobierno, un programa común o una cohabitación del tipo que sea, no significa que vayan a desaparecer las diferencias políticas, y que es obligatorio aceptar que así sea porque no deben desaparecer tales diferencias; que el esfuerzo de ambas partes debe dirigirse a encontrar los puntos de encuentro, no a remarcar las diferencias… Hay más cosas que deberían aprender y que encontrarán en cualquier manual, pero si fueran capaces de cumplir las anteriores ya podríamos darnos por contentos.
Aunque no lo van a leer, lo anterior va dirigido tanto a Pedro Sánchez como a Pablo Iglesias Turrión y, por si me leen, a los que defienden la posición del uno o del otro. Porque, si lo que queremos es encontrar una solución a este negro panorama –más bien que ellos la encuentren porque está en su mano, no en las nuestras-, no se trata de identificar al culpable, los dos son responsables. Bien es cierto que, puesto que la posición de Pedro Sánchez como dirigente del partido más votado es preponderante, le corresponde una cuota mayor de responsabilidad lo que le obliga a tomar la iniciativa, a poner todos los medios que estén en su mano y a facilitar de todas las maneras posibles la negociación, cosa que, hasta ahora, no ha hecho. Y, además, ha de clarificar su posición de manera que a nadie le quede la menor duda, lo que se traduce en abandonar de una vez por todas el coqueteo con la derecha: la constante llamada –más bien deberíamos hablar de súplica- a la responsabilidad de PP y Ciudadanos para que se abstengan nos parece a algunos que estamos en la izquierda innecesaria e, incluso, ofensiva.
Pablo Iglesias Turrión no está exento de obligaciones sino que ha de analizar con frialdad cual es la situación real de su formación política y, dejando a un lado intereses personales y de partido, comprender que, una vez que perdió la oportunidad histórica de formar parte de un gobierno con el PSOE porque rechazó la oferta al parecerle insuficiente, solo está en situación de hacer posible el gobierno de izquierdas que queremos la mayoría, es decir, ha de negociar con ese objetivo y evitar poner palos en las ruedas porque es secundaria la forma en que puede colaborar, lo que le pedimos es que colabore. Y, por si no ha llegado a entenderlo, un gobierno de coalición, como explica muy bien Cristina Monge, es solo un medio, jamás un fin.
Porque entiendo que las emociones deben quedar supeditadas a la razón política, digo que lo que está en juego son cuestiones sociales no personales o partidistas; la queja, seguramente muy justificada pero apoyada en las emociones, no puede sustituir a los argumentos políticos. Emocional, y todo lo justificada que se quiera, es la queja de que se ha perdido la confianza en el socio preferente –Podemos, personificado en Pablo Iglesias Turrión- porque este ha dicho repetidamente que no se fía del PSOE, -personificado en Pedro Sánchez- pero ambos, sobre todo el último, han de saber que la confianza se construye día a día con voluntad y mucho esfuerzo.
Dado que, como espero que haya quedado claro, defiendo la negociación y el acuerdo, y, consecuentemente, rechazo otras elecciones, no quiero recurrir a los argumentos que tanto manejan los tertulianos: que es muy posible que no resolvieran nada, que estaríamos probablemente en una situación política peor que la actual al coincidir con la sentencia sobre el problema catalán, que podría salir beneficiada la derecha porque la abstención de la izquierda sería enorme… No, admitiéndolos como ciertos, para rechazar la posibilidad de otras elecciones me baso en argumentos ya expuestos en este artículo: los políticos están obligados a respetar el resultado de las elecciones que es lo mismo que decir que han de respetar a los votantes; su trabajo –el de los políticos- es encontrar la solución a los problemas que la situación política y/o social se les planteen a los ciudadanos, no es de recibo llevarnos a otras elecciones porque no son capaces de ponerse de acuerdo entre ellos; y ello exige negociar hasta caer rendidos, negociar aunque el de enfrente nos caiga mal, negociar a pesar de que me he sentido ofendido o maltratado, negociar a pesar de la desconfianza mutua declarada.
Es tiempo de análisis, de sacar conclusiones y aprender y, sobre todo, es tiempo de autocrítica. Esas son las tareas que tienen que cumplir todos como paso previo a la negociación y el acuerdo que es el resultado que les exigimos todos.
jose valentin ramirez
27 agosto, 2019 at 12:47
Comparto totalmente tus palabras… el asunto es que habrá personas (justo las que aludes) que expresan … si es el otro … si es el otro…. y entre unos y otros, .. otras elecciones donde muchas personas progresistas se quedaran en su casa.