Robando el significado a las palabras, se desfigura el referente social.
Nietzsche
GETAFE/Todas las banderas rotas (24/07/2019) – Hace unos días, mientras paseaba por mis queridos bosques de Cercedilla, me crucé con otra persona que, amén de llevar taponadas sus orejas con unos enormes auriculares, iba embebida en la pantalla del móvil del que no levantó la vista ni cuando le di los buenos días, ni en todo el tiempo que me mantuve observándola mientras se alejaba.
No es la primera vez que he visto una escena similar -seguro que ustedes tampoco- y siempre me he hecho las mismas preguntas: ¿Cómo es posible que estas personas renuncien a admirar la belleza de estos lugares? ¿Cómo pueden, conscientemente, privarse de escuchar el canto de los pájaros, el rumor del agua de los arroyos o el sonido del viento entre los árboles? ¿A qué vienen aquí? ¿No se dan cuenta que se están perdiendo lo que de verdad importa?
Son personas que, seguramente, presumen de estar “conectadas” pero, realmente, están desconectadas de la realidad que les rodea –en este caso de la belleza de la naturaleza- y, lo que es peor, no lo saben.
Pero esta última ocasión mi reflexión avanzó un poco más allá del caso concreto que acababa de contemplar e, incluso, de los casos similares que todos tenemos oportunidad de observar en nuestra vida diaria; después de asombrarme, como otras veces, por la actitud de las personas que se encierran en un mundo artificial, alejado de la realidad, y se creen que, de esta forma, están “conectados” con el mundo, me dio por pensar que es una situación por la que pasan los políticos en general y, en particular, los que dirigen nuestro país.
Observo lo que dicen, lo que hacen, lo que discuten en la tele o en la radio, cómo contestan a los periodistas… Y me hago preguntas similares a las anteriores: ¿Tienen idea de lo que se están perdiendo? ¿Pero, qué hacen aquí? ¿Saben, realmente, qué es lo que de verdad nos importa a los ciudadanos?
La gente –no importa de qué ideología o a qué partido vote- se afana por cumplir en su trabajo, sacar a su familia adelante con apuros, cuidar a sus mayores, e, incluso, los más solidarios, sacan tiempo para ayudar a los que más lo necesitan bien por libre, bien integrados en asociaciones diversas. Mientras, los políticos a los que mantenemos pierden el tiempo –no lo retiro, lo repito: pierden el tiempo-, marean la perdiz, se empecinan en detalles que al común de los mortales no nos importan… Resumiendo, nos muestran sus miserias y dejan de hacer su trabajo.
No hay mejor ejemplo para ilustrar lo que vengo diciendo que el debate de investidura que se está desarrollando en el Congreso de los Diputados. Mientras alguien ocupa la tribuna y desgrana su discurso, ¿han visto cuántas señorías están consultando sus móviles? Son muchos los que se conectan a “su realidad” y se desconectan de su obligación, se desentienden de aquello para lo que están allí representándonos, es decir, se desentienden de nosotros.
Pero hay otra forma de desconexión que practican los señores diputados. Las intervenciones primeras de cada uno de los intervinientes vienen preparadas “de casa”, lo cual es normal, no lo critico, cada uno dice, en principio, lo que quiere decir, es lo que se espera; pero lo llamativo es la respuesta, muchos también se la traen de casa, no responde a lo que dijo el anterior sino que, generalmente, cada uno sigue hablando “de su libro”, se aferra a lo que entiende que es su realidad sin considerar que lo que importa es la nuestra.
Es muy difícil que los ciudadanos corrientes (esos a los que me refería antes, los que trabajan, pagan sus facturas y sus impuestos, se ayudan entre sí…) puedan entender, y mucho menos aceptar, que sus “gobernantes”, después de casi tres meses, no den con la manera de formar un gobierno tal como les encargaron en las elecciones del 28 de abril, esto es, un gobierno progresista, de izquierda y, por encima de todo, que deje fuera a la derecha y a la ultraderecha. Pero cunde entre ellos el temor de que tanto PSOE como Podemos están preparando el terreno para echarse mutuamente la culpa, uno dirá que hay que ir a nuevas elecciones porque el otro no quiso ceder y el otro… dirá lo mismo. Vamos, que están en eso que algunos llaman “construir el relato”, y que en román paladino, en este caso consiste en buscar excusas lo mejor argumentadas posible para cargar al rival con la culpa; el mejor ejemplo de lo que vengo diciendo es cuando Pedro Sánchez dice que no acepta “imposiciones” y Pablo Iglesias Turrión responde que no admite “vetos”, así se cierra el círculo y se muestra la escasa voluntad que existe, por ambas partes, de acordar nada.
Es seguro que a ninguno de los dos les falta razón en lo que defienden, que no son solo intereses y egoísmos propios y de partido los que están en juego, pero los ciudadanos tenemos derecho a exigir que dejen a un lado todo lo que no redunde en el encuentro de la solución que queremos la mayoría. Y muchos preferiríamos que, en lugar de hablar de ministerios, hablaran más de programas, que pusieran sobre la mesa las respectivas propuestas y las compararan, quizá así descubrieran que no están tan alejados.
Cuando el 29 de noviembre de 1268 muere el Papa Clemente VI, los cardenales reunidos para proceder a la elección del nuevo Papa, no consiguieron llevarla a cabo hasta casi tres años después, el 1 de septiembre de 1271; hay ocasiones en que ni el Espíritu Santo es capaz de iluminar a sus fieles. Para evitar que volviera a ocurrir algo similar, el Concilio de Lyon de 1274 reguló pormenorizadamente como debían desarrollarse los cónclaves poniendo especial atención en los plazos: pasados los tres primeros días sin resultados se reduciría la dieta de los cardenales a un solo plato por la mañana y otro por la tarde; transcurridos otros cinco días la dieta pasaría a componerse de pan, agua y vino. Además, deberían estar recluidos rigurosamente (de aquí “cónclave” (cum clave, con llave, bajo encerramiento). Parece que el resultado de estas medidas fue muy bueno ya que el primer Papa elegido según ellas lo fue en un solo día… pero fueron abolidas en 1276.
Quizá debamos instaurar los ciudadanos una norma parecida: encerremos a los diputados en el Congreso hasta que encuentren la solución que más nos convenga a todos: no saldrán a los restaurantes de alrededor sino que se les dará un plato a mediodía y otro por la noche, amén de un café con un pedazo de pan para desayunar… ¡ah! y, por supuesto, se les requisarán los móviles para que estén conectados solamente a lo que nos importa a nosotros, no a ellos.
Y ustedes, los que tengan la suerte de poder desconectar durante algún tiempo más o menos largo, disfruten del verano, espero que podamos conectar de nuevo en septiembre.