Una norma no escrita dicta que está muy bien criticar a quien ostenta el poder; que se usen verdades o mentiras, argumentos o caprichos, datos o conjeturas carece de importancia, lo decisivo es sacarle los ojos precisamente porque si esa persona está en esa posición dominante no están los míos en ella; lo demás es secundario. Del mismo modo, aunque se tengan motivos, está muy mal visto hablar bien de esa persona o no hacerle la vida más incómoda de lo que ya es, bajo el riesgo de que te acusen de haberte vendido o cosas peores. Resumiendo: hablar mal de quien manda, es lo suyo; hablar bien es síntoma de que “algo te han pagado”.
Qué complicado (e ingrato) es todo esto de la política.