GETAFE/Tribuna con acento (10/04/2019) – El último número de GETAFE CAPITAL contenía un interesante reportaje de Ruth Holgado sobre las actividades que hacían diversos jubilados de nuestra localidad. Comparto plenamente su espíritu pero quería contar algunas experiencias personales. Llevo 4 años jubilado y, en mi caso y en el de muchas personas con las que hablo, lo primero que vemos es que ahora “¡nos falta tiempo!”. Pero empiezo por el principio. A los pocos meses de jubilarme una compañera me preguntaba: “¿Qué tal tu nueva vida?”. Como siempre, me gusta enredar las cosas, aunque la pregunta era precisa y clara, yo comencé a darle vueltas al asunto.
La primera conclusión que saqué es que “No hay una nueva vida”. Sigues siendo la misma persona que el día antes de tu jubilación. Al día siguiente de jubilarte… solo han pasado 24 horas sin ir a trabajar, pero, tu vida sigue estando ahí, heredera y testigo de lo que has hecho las 529.728 horas anteriores (62x24x356). Por lo tanto, no cambia radicalmente porque dejes de trabajar, en realidad, te das cuenta que el “ir a trabajar” no es nada importante. Importante es tener las necesidades económicas cubiertas, tus derechos y el respeto personal, la salud, los amigos, la familia, los compañeros, sentirte bien (emocionalmente)… Pero el madrugón, el encontronazo con el jefe o ver la cara a “menganito” todos los días solo son síntoma de que “pasabas por aquí” (y no se entienda pasaba como pasotismo, todo lo contrario. Trabajar y hacer tu trabajo lo mejor posible, es lo mejor que puedes hacer, seas ingeniero o barrendero).
Decía que la nueva vida en realidad no lo es tanto, porque aquellos problemas que tenías siguen estado ahí. Y el esfuerzo enorme que algunos días tenías que hacer para, tras apagar el despertador, poner los pies en el suelo, ya no te parece que fuera tan problema.
Al día siguiente de tu jubilación si eras aburrido, lo vas a seguir siendo, si eres divertido te vas a seguir divirtiendo y alegrando la vida a los demás, si eres perezoso, cualquier hora te sigue pareciendo pronto… seguirás siendo lo que eras: hablador, sensible, pesimista, optimista, presumido, exigente, ordenado, paciente, perspicaz, quejica, arrogante, cínico, alegre, triste, abierto, aburrido, confuso, impaciente, distraído, egoísta, temeroso, audaz, grosero, descuidado, cuidadoso, cariñoso, huraño… en fin, cada uno elija… lo que está eligiendo cada día, porque al día siguiente lo vas a seguir siendo…
Esto no es un mensaje negativo. Más al contrario, lo que paso a decir es que todas esas cosas no cambian con la jubilación. NINGUNA. Lo que quieras cambiar de ti, HAZLO YA. No esperes. La jubilación no aporta ni tiempo… que siempre suele ser la gran disculpa… el tiempo.
No esperes, si quieres hacer aeromodelismo, hazlo ahora porque después, posiblemente tus ojos no logren fijarse con precisión sobre el escoplo y tus manos no respondan con exactitud a las precisas órdenes que tu cerebro les manda. No esperes. Una anécdota: siempre me ha gustado el mundo de los trenes… incluso hice un programa de radio: “El tren de las 23.02” donde entrevistaba, simulando que estábamos en el compartimento de un tren, a personas que admiraba por su tenacidad, o por su entrega o vocación. Por ejemplo, a Mercedes Rodriguez en aquella época (1.98?) subdirectora de un centro de atención de drogodependientes. “Mercedes, ¿no es descorazonador que curáis a muy poca gente?” (eran los tiempos duros de la heroína). “No, es tremendamente gratificante, No sabes lo que es ver a alguien que llega hecho un guiñapo, y conseguir que se lave y se arregle, que no comparta las jeringuillas, que se quiera… que sea aceptado por su familia… verle sonreír. Aparentemente cosas insignificantes… normales pero muy importantes para el enfermo y para su familia”. Su respuesta me acompaña todos los días como elemento de reflexión hasta en la política.
Vuelvo a lo del tren. Hace unos años, por casualidad, por amor al tren y por envidia a dos amigos “maquetistas”, me compré un tren escala H0. Compre vías, alguna casita y 6 m2 de madera aglomerada… compré algunas revistas… cables, dibujé el trazado incluso verifiqué que el circuito funcionaba… y la maquinita tiraba de los vagones y daba vueltas… claro que ahora venía el…completar la maqueta, el paisaje… los prados, las estaciones… pensé “cuando me jubile” y allí se quedó la maqueta tragando polvo hasta que dos años después la cubrí con dos sábanas.
Lo primero que hice al jubilarme fue una limpieza general y mucho orden… Saber dónde están las cosas… ¿y la maqueta?… recogí la máquina, los vagones… desclavé las vías… rompí el tablero en dos o tres piezas, para dejarlo cómodamente junto a los cubos de basura.
Si quieres hacer algo… ¡No esperes a la jubilación! Está claro yo no quería realmente hacer la maqueta… lo de la jubilación era una coartada para justificar el gasto y el gesto: era incapaz de ponerme cinco minutos diarios delante de la dichosa maqueta.
Si quieres hacer algo, hazlo ya… si quieres dejar de ser una persona lúgubre, empieza mañana por entrar en la oficina con una sonrisa. Aunque tengas 35 años… Aunque te queden otros 35 para jubilarte (Je!! Je!!).
Estoy contento con haberme jubilado, mañana lo volvería a hacer si tuviera que repetir la decisión. Por lo tanto, el mensaje es positivo.. pero la jubilación no da oportunidades distintas, si no lo has hecho a los treinta o a los cincuenta, no lo vas a hacer a los sesenta y tantos. Pero nunca es tarde… y nunca es pronto para hacer lo que quieres hacer.
Dos temas negativos: la obligada (en mi caso) visita al INEM, te enfrenta a las colas de infinidad de gente que lo está pasando muy mal… y que su problema filosófico es “¿cómo como mañana?”, “¿cómo pago la hipoteca ayer?”.
La segunda cosa tiene que ver con el tiempo. Hace unos días tuve que volver a Ontaneda, un pueblo de Cantabría donde me he criado de pequeño … prácticamente viví allí todos los meses de verano hasta que empecé a trabajar. Era para un entierro y prácticamente todo el pueblo estaba allí. en aquella pequeña iglesia que a mí siempre me pareció más bonita que la catedral de Burgos. Allí quise distinguir los rostros de las personas con las que había compartido tantos juegos y aventuras.. pero allí el tiempo había ido borrando cualquier signo de reconocimiento.. como si, sobre una foto, el tiempo hubiera ido rallando los trazos… al final te cuesta reconocer… entre canas (el que tenía pelo), o caras agrietadas, donde antes había piel tersa y suave… ya he tenido esa sensación cuando me miro al espejo. Para mí también pasa el tiempo. Aunque me reconozca. Aparté la mirada para no inquietarme e inquietarles, saludando cuando ya ni recuerdas sus nombres… Para hacerme más fácil la huida di dos o tres vueltas alrededor del pequeño templo: paredes con grietas… viejos marcos de madera sujetando los cristales… piedras desgastadas. El tiempo. Las piedras también morían ante el empuje vigoroso de las ortigas, los musgos y helechos. Y me di cuenta… a la tercera vuelta… (si ya sé, que soy un poco lento, y no os referís solo a estas vueltas) me di cuenta… ahora, jubilado, no tengo más tiempo.. cada hora que pasa tengo menos tiempo.
Ya sé que todo lo anterior os habrá sonado a tópico, pero ciertamente, en este caso, solo en este caso, el tópico coincide exactamente con lo que yo siento, aunque no haya podido ser igual de preciso al transmitirlo. Luego no digáis “…a mí nadie me dijo…”, yo sí te lo he dicho.
Pingback: Tras la jubilación hay vida… pero no esperes – Ciudad Grandola
Ruth Holgado
10 abril, 2019 at 20:14
Sabias palabras José Valentín. Sigue compartiendo estas reflexiones con nosotras aunque sea desde tierras andaluzas.