Quien posee una manzana teme más al que no tiene ninguna que al que tiene nueve porque le ha robado cuatro.
Luis García Montero
GETAFE/Todas las banderas rotas (03/04/2019) – En estos días preelectorales convulsos por tantas “noticias”, en las que los dirigentes de los partidos hablan de “sus cosas”, quiero volver sobre un tema que, en mi opinión, no debe caer en el olvido. Porque lo que está ocurriendo es precisamente eso, que quieren que nos olvidemos de lo que ocurre en el Mediterráneo; claro que también están muy interesados en que nos olvidemos de otros muchos asuntos de los que también deberíamos hablar, ellos y nosotros, pero hoy quiero acordarme, otra vez, de los que intentan llegar a Europa corriendo el riesgo de morir ahogados.
Por si alguno piensa que hay asuntos más importantes o urgentes de los que ocuparse he de señalar algo evidente: la llegada “masiva” de inmigrantes, la oleada de “ilegales” que “nos invade”, son conceptos que sirven a la ultraderecha para avanzar como por una autopista y, consecuentemente, son argumentos que utiliza con toda suerte de mentiras. Después de la reclamación de orden, llega el odio a quien lo altera y, finalmente, se instala el miedo. Y el miedo es el caldo de cultivo de las dictaduras.
En la calle Brick Lane de Londres hay un edificio en el que en 1743 los hugonotes que huían de las guerras de religión y la persecución de Luis XIV, fundaron un templo protestante. Más tarde, en 1898, los judíos que escapaban de los pogromos de Rusia y Polonia instalaron allí su sinagoga. Cuando los judíos lo abandonaron, ese lugar fue ocupado, hasta hoy, por los emigrantes bangladesíes que, en 1975, lo trasformaron en mezquita. En la fachada de ese edificio, se puede leer una oda de Horacio, “Umbra sumus”: “Somos sombras y polvo”. Esas palabras se han convertido en la metáfora de la interminable huida del ser humano en busca de una vida mejor y ese edificio y su historia constituyen un resumen luminoso de la compleja y durísima historia de los movimientos de inmigrantes y refugiados en Europa.
Porque la historia de Europa es, sobre todo aunque no solo, la de sus inmigrantes, emigrantes y refugiados: los 60 millones de europeos que emigraron a distintos puntos de América entre 1820 y 1920, colaboraron en la construcción, por ejemplo, de Estados Unidos. Al menos un millón de irlandeses hicieron lo mismo entre 1845 y 1849 como consecuencia de “la hambruna de la patata” contribuyendo, también, a la formación de la nación estadounidense. Tras la revolución de octubre, entre dos y tres millones de personas salieron de Rusia. Habría que sumar los enormes movimientos de población causados por el cambio de fronteras después de la segunda guerra mundial, los cientos de miles de húngaros que abandonaron su país empujados por la invasión soviética, los 1,2 millones de bosnios y otros habitantes de los pueblos balcánicos en fecha más reciente…
Quizás haya quien, por ceguera mental o por dureza de corazón, diga que todo eso le queda lejos, no solo en el tiempo, sino, sobre todo, porque no son “los nuestros”, porque no hablamos de españoles. Pues hablemos de españoles.
Debemos remontarnos a 1492 cuando los católicos reyes expulsaron a los judíos españoles: dependiendo de las fuentes, entre 45.000 y 350.000. O a 1609 en que fueron igualmente expulsados unos 300.000 moriscos. Estos son ejemplos de emigrantes españoles por razones de religión.
También hay que recordar que entre 1857 y 1935 unos dos millones y medio de españoles huyen de su país a Argentina empujados por el hambre y, en la década de 1950 es Venezuela quien recibe a más de un millón y medio de españoles que buscan allá lo que en España se les niega: trabajo, la comida de cada día y futuro para sus hijos. Entre 1959 y 1973 más de un millón de compatriotas nuestros emigraron, con la esperanza de encontrar mejores trabajos y salarios, a Francia, Alemania, Suiza, Bélgica y el Reino Unido principalmente. Como consecuencia de la última crisis económica, un número indeterminado de hijos y nietos nuestros extraordinariamente bien formados han salido de nuestro país para intentar construirse una vida digna que en su patria no encuentran. He aquí ejemplos evidentes de emigración económica.
No conocemos con precisión el número de españoles exiliados al finalizar la guerra civil, pero en 1939 el gobierno francés informó oficialmente que, desde el comienzo de la guerra, habían entrado en Francia unos 440.000 españoles, aunque hay historiadores que estiman que fueron más de medio millón. A México se calcula que llegaron 25.000; habría que sumar los que fueron acogidos por Rusia, Chile y otros países de los que no hay datos numéricos fiables. Este es un caso evidente de emigración causado por la guerra y la represión política.
Por tanto, persecución religiosa, pobreza y guerras y/o represión política han sido y son las principales razones que mueven a las personas a dejar su propio país, su familia y su medio cultural y social. También de los españoles.
Actualmente, igual que a lo largo de toda la historia, cambian los países de salida y de entrada –a veces nos toca emigrar y en ocasiones hemos de recibir inmigrantes-, pero lo que no cambia son dos cosas: las razones por las que la gente deja su casa, su familia y su tierra, y que siempre son los pobres los que han de hacerlo. Porque a los futbolistas extranjeros que fichan por los clubes españoles y cobran desorbitadas cantidades de millones, a los jeques árabes que “veranean” todo el año en Marbella y alrededores o a los mafiosos rusos y de otras partes del mundo que blanquean miles de millones en negocios o invirtiendo en Deuda Pública para obtener el permiso de residencia, no los llamamos inmigrantes. PP, Ciudadanos, Vox, ABC o La Razón no se quejan de estos últimos, solo consideran que son un problema los pobres que pretenden sobrevivir. El problema, por tanto, para la derecha y la ultraderecha reside en el dinero: los que traen son bienvenidos, los que no lo tienen son rechazados.
A todos estos “defensores de la vida” tampoco se les oye protestar porque nuestro Gobierno tenga retenidos hace meses en puertos españoles a dos barcos de distintas ONG con excusas administrativas mientras en el Mediterráneo siguen muriendo personas por falta de asistencia, es decir, de buques que les rescaten antes de que naufraguen; supongo que, para los defensores de los que llaman “no nacidos”, esas vidas no merecen la misma preocupación. Hemos de concluir que para la derecha y la ultraderecha el problema no estriba en que sean pocos o muchos los que lleguen a nuestro país, sino la categoría, la clase a la que pertenezcan.
Ahora que tenemos al lobo en la puerta deberíamos pensar en las consecuencias de que, finalmente, logre entrar. Porque el trato que se dé a los inmigrantes es solo una de esas consecuencias; hay otras que nos tocan de cerca, que no tiene que ver con la solidaridad que debemos practicar hacia los otros, sino con la supervivencia propia. Otro día hablaremos de ellas.