Preferimos creernos cualquier mentira que concuerde con nuestra opinión a interesarnos por una información veraz que la desmienta
Emmanuel Carrère
GETAFE/Todas las banderas rotas (20/03/2019) – El célebre científico y divulgador Carl Sagan nos advertía de que si alguien afirma que hay un dragón en el garaje, quien lo dice es quien debe demostrar que eso es verdad, no son otros quienes deben gastar tiempo ni recursos en investigar y rebatir afirmación tan estrambótica. También mantenía que las afirmaciones debían estar respaldadas por pruebas y, además, si las afirmaciones eran extraordinarias, las pruebas que las respaldasen debían ser, igualmente, extraordinarias.
Esa idea que parece tan lógica y coherente, de llevarse a la práctica, haría que las mentiras no llegasen muy lejos al carecer de las pruebas sobre las que apoyarse. Por desgracia, en el mundo en que actualmente estamos, la creencia está mucho más extendida, tiene mucha más fuerza, que el escepticismo y el pensamiento crítico, de manera que son muy pocos los que piden pruebas sobre cualquier afirmación o información falsas (lo que actualmente ha dado en llamarse “fake news”), sobre todo cuando refuerzan las propias creencias previas.
Un caso paradigmático de lo que vengo diciendo es la mentira que puso en marcha en 1998 Andrew Wakefield, un médico que, basándose en un estudio sin rigor científico alguno, logró difundir la idea de que la vacuna triple vírica (contra la rubeola, el sarampión y las paperas) causaba autismo. Este es el origen del movimiento antivacunas que se ha extendido por el mundo y ha provocado la reaparición de enfermedades infecciosas que estaban prácticamente vencidas. Nunca sabremos cuantos enfermos y cuántas muertes han sido causadas por aquel estudio que, más tarde, se demostró que estaba lleno de errores, falsedades y mala praxis: se basó en tan solo 12 niños de los cuales solo uno fue diagnosticado de autismo en lugar de los nueve que afirmó Wakefield; cinco de esos niños habían mostrado problemas en su desarrollo antes de comenzar el estudio pero Wakefield sostenía que todos estaban sanos; el Consejo General Médico del Reino Unido le acusó de falta de ética por haber sometido a los niños a pruebas innecesarias sin conocimiento ni consentimiento de los padres.
Es muy probable que Wakefield creyera, sin pruebas, en la relación entre vacunas y autismo y llevó a cabo su estudio para, con pruebas falsas, dar respaldo “científico” a sus creencias previas. Claro que también le sirvió para recibir 400.000 libras esterlinas que los abogados de los movimientos antivacunas le pagaron para que les asesorara y para que testificara en los juicios que esos colectivos promovieron.
A partir de 1998 otros científicos llevaron a cabo multitud de estudios clínicos que no pudieron replicar, como exige el método científico, los resultados presentados por Wakefield. Hace muy poco se publicó un gran estudio realizado en Dinamarca basado en el seguimiento durante unos 20 años de más de 650.000 niños que demostró la absoluta falta de relación entre la vacuna triple vírica y el autismo. Por tanto, se han gastado millones de euros y una ingente cantidad de tiempo y esfuerzos para demostrar que lo que se presentó, sin pruebas consistentes, como un gran hallazgo científico era una gran mentira, en fin, que no había un dragón en el garaje.
Esto es lo que está pasando en la política actual, hay muchos que pretenden convencernos de que hay un dragón en el garaje. Se ha instalado en todo el mundo una manera de entender y practicar la política que pasa por difundir “noticias” que, quien lo hace, sabe que son falsas y las difunde con voluntad deliberada de engañar. Es claro que esto ha existido siempre, no es un fenómeno nuevo, lo que es nuevo es la rapidez y extensión de la difusión debido a las nuevas tecnologías y a las redes sociales; lo que no hace demasiado tiempo se quedaba entre las cuatro paredes del bar, hoy recorre el mundo en segundos y apenas hay posibilidad de rebatirlo.
Pero centrémonos en la política española. Hemos de admitir que estamos llegando a niveles de saturación, vivimos en un ambiente en el que resulta difícil, en muchas ocasiones, distinguir la realidad de la ficción, la verdad de la mentira; hay personas, medios de comunicación, grupos diversos, que se esfuerzan por elaborar historias o contar hechos que, con apariencia de verosimilitud, no son más que mentiras –o medias verdades, lo que a veces es mucho peor- que se lanzan con objetivos espurios.
Pablo Casado, aunque no es el único, es el máximo especialista en hacer política de esta manera. Durante el tiempo que lleva como líder del PP ha sembrado sus intervenciones de un sinnúmero de falsedades pero el pasado día 11 alcanzó, como diría Groucho Marx, las más altas cotas de la miseria; porque solo se puede calificar de miserable a la enésima petición, hecha en público, de que se desclasifique toda la información sobre el 11M y que se «llegue a la verdad si alguien la oculta o intenta mercadear con ella» porque, a su entender, las víctimas «merecen saber toda la verdad». Y lo dijo quien en ese preciso momento, al decir lo que decía, estaba mercadeando con los sentimientos y el sufrimiento de las víctimas y sus familias con el único objetivo de conseguir unos votos en las próximas elecciones. Personajillos como este no pasarán a la Historia si no es como ejemplo de mentirosos, desleales y adalides del “todo vale”. Así, ahora toca adelantar por la derecha a Ciudadanos –que, por su parte, está intentando lo mismo- y anular a Vox ocupando su lugar en el espectro político: ¿qué llega la ultraderecha y se está llevando a sus votantes? Pues toca quitarse la careta y mostrarse tal como realmente son, sin prejuicios, sin complejos como ya decía Aznar.
Fue precisamente Aznar y su gobierno quien desplegó todos los medios de que disponía para, mediante el engaño, la mentira y la manipulación intentar ganar las elecciones que debían celebrarse unos días después del atentado. Hoy su discípulo está intentando lo mismo. La última de las mentiras de Casado –por ahora- es amenazar con que, si gobierna, desclasificará todos los documentos del 11M. Es seguro que no lo hará, está mintiendo otra vez, porque, si lo hiciera, podríamos conocer la única verdad que aún está en la oscuridad: la manipulación de datos, el uso abusivo de la privilegiada situación institucional del PP y las presiones de todo tipo –a periodistas nacionales y extranjeros, responsables de los cuerpos de seguridad del Estado, diplomáticos…- que el gobierno de Aznar llevó a cabo en aquellos días para sostener la mayor mentira jamás contada a una nación.
Lo más perverso que estas situaciones producen es que, aunque las noticias o las afirmaciones sean falsas, las consecuencias son reales e, ineludiblemente, quienes sufren esas consecuencias son los más débiles, los que tienen menos formación, los que carecen de posibilidades de acceder a la verdad y, por tanto, se creen lo que les dicen estos “líderes”, que son tan falsos como sus palabras. De ahí la enorme responsabilidad que tienen todos los políticos, sea cual sea su ideología pero que se consideren demócratas, de alertar a sus seguidores respecto al peligro que corren todas las sociedades democráticas, y en concreto la nuestra, si llegan al poder los partidos que pretendan hacerlo mediante la mentira, el engaño y la manipulación. Porque si eso ocurre, si la ultraderecha y sus compañeros de viaje consiguen gobernar, se producirá un deterioro enorme tanto del estado de bienestar que todavía es necesario completar, como de los derechos políticos y sociales que también necesitamos seguir desarrollando.
No es la unidad de España lo que está en juego en las próximas elecciones sino más o menos estado de bienestar, más o menos derechos, más o menos democracia, como siempre.