GETAFE/Rincón psicológico (14/03/2019) – Hoy explicaba a una paciente en su sesión la diferencia entre el ego y el yo, términos que tienden a confundirse y a los que de vez en cuando es importante tener presente.
Hoy explicaba a una paciente la importancia de volver al centro de uno, a su ser, y como si de un muñeco tentempié se tratara visualizaba junto a ella esta imagen de ese muñeco que no quiere ser fuerte para romperse sino balancearse ante la vida y sus dificultades para de esta forma afrontarlas sin presión y sin miedo recordando y retornando siempre a su centro y a lo que quiere ser.
Hoy me hablaba una paciente de la asfixia que siente ante muchas situaciones por ese agobio que no consigue identificar.
Hoy me hablaba un paciente del miedo que le paraliza cuando ha de ser escuchado y visto por otros, ese miedo y ridículo que le evoca a esa infancia de trauma de la que no pudo desprenderse y que hoy en la edad adulta en forma de reacciones intelectuales no consigue permitirse ser escuchado.
Y de esta forma podríamos ir poniendo y poniendo situaciones reales que afectan a las personas y que sin ser identificada su raíz les bloquea y les hace estar confundidos.
Los seres humanos necesitamos pensar, queremos seguir ahí intentando controlarlo todo cuando en realidad no puede controlarse nada.
Cuando alguno de mis pacientes me dice que quiere olvidarse de lo vivido y que no quiere pensar le hago este apunte… «Quiero que sigas pensando a la vez que sintiendo para poder estar en tu centro y desde ahí entrar a la acción con corazón”.
El asunto no es que pensemos el asunto es que entremos en ese bucle de pensamientos no favorables que nos sacan de lo que somos de lo que deseamos y del lugar que queremos alcanzar.
Dedico mucha parte de mis sesiones a RECONOCERNOS, a explorarnos e indagar en ese YO de naturaleza, ese yo que actúa experimenta y sigue creciendo. Ese yo que me impulsa a seguirle no solo por un fuerte instinto sino por algo que va más allá, que mueve fronteras y que tiene la capacidad de crear, en definitiva el reconocimiento del yo.
Identificar nuestro yo lleva a alcanzar la máxima conciencia de nosotros mismos.
El vacío existencial que en terapia está tan presente nos lleva a volver a ese deseo profundo de saber quiénes somos, hacia dónde caminamos y qué es lo que deseamos.
Y ese es en definitiva el yo, la escucha desde el silencio de mis miedos, dudas e inseguridades. El reconocimiento de mis deseos, sueños y anhelos.
El yo que es exquisito en desarrollar mis potenciales que son solo míos y que cuando conecto con ellos ya no hay marcha atrás.
Como les digo a mis pacientes no quiero personas fuertes sin rumbo sino personas valientes que habiendo tocado su yo más profundo continúen navegando en lo que les enseña cada día balanceándose como un tentempié que siempre regresa a su centro a ese que es respetado.
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