GETAFE/Todas las banderas rotas (20/02/2019) – ¿Se acuerda alguien de cuando se hablaba de realidad líquida? Ahora ya se habla de realidad gaseosa. Vivimos tiempos convulsos y extraños.
Si dirigimos la mirada al exterior nos encontramos, además de otros muchos, con un conflicto en Venezuela que venía incubándose hace tiempo, en el que resultan implicadas, además de, en primer lugar, el propio país y sus habitantes muchas otras partes: el resto de los países latinoamericanos; por supuesto, EEUU y Rusia; también la Unión Europea; finalmente, España que, por historia e intereses, participa intentando desempeñar un papel primordial.
Si nos fijamos en lo que ocurre en España, si miramos hacia dentro, podremos ver un panorama endiablado. El problema catalán, con todas sus derivadas, parece ser el que centra la atención y las preocupaciones del gobierno y de todos los partidos sea cual sea su posición, tanto ideológica como parlamentaria. Entre esas derivadas ocupa el primer lugar la aprobación o no de los presupuestos que están siendo utilizados –en el peor sentido de la palabra- por la oposición.
Así, los partidos independentistas catalanes, con una desfachatez rayana en el ridículo, intentan sobornar al gobierno de una forma que ellos deben saber que es imposible: exigen que influya en la Fiscalía para que el juicio contra los acusados por el conato de declaración de independencia se resuelva a su favor. No pueden ignorar que eso significa romper en mil pedazos la separación de poderes en que toda democracia se sustenta, por tanto saben que ningún gobierno hará eso; por si no fuera suficiente insinúan que, si el gobierno cede en esa pretensión imposible, podrían aprobar los presupuestos. Es decir, como tahúres sin escrúpulos, están dispuestos a privar a la población catalana –y, de paso, a todos los españoles- de unos presupuestos claramente beneficiosos para ambos. Viendo todas estas marrullerías, esta forma de saltarse la legalidad aún perjudicando a su propia gente, me pregunto ¿es así como pretenden “ser libres”? ¿Es una nación fundamentada en trampas, cambalaches e ilegalidades lo que ofrecen a sus seguidores?
PP y Ciudadanos están en otra dimensión. Actúan con desesperación, enrabietados, peleando, a la vez, contra el gobierno y entre ellos, tratando de ganar el liderazgo, no ya de la derecha, sino de la ultraderecha.
Tomaron primero el asunto de Venezuela como martillo pilón: el gobierno no quiere la democracia para ese país, España debería liderar este asunto pero va a la cola, Pedro Sánchez apoya a un tirano, este gobierno avergüenza internacionalmente a España… Independientemente de lo que cada cual opine sobre la forma en que el gobierno español ha llevado este asunto, o de la posición que pueda mantenerse respecto de si se debe apoyar a Maduro o a Guaidó, cualquier partido que pretenda serlo de gobierno, que tenga un mínimo de sentido de Estado, no debería, bajo ninguna circunstancia, hacer oposición públicamente en materia de política exterior. Digo “públicamente”, esto es, nadie ha de renunciar a sus principios y a sus posiciones en esta como en cualquier otra materia, pero ha de hacerlo con lealtad, sin ruido, sin hacer nada públicamente que pueda perjudicar o menoscabar la posición del país en el exterior.
Pero ese asunto iba perdiendo fuerza por dos razones: una, la posición oficial española era apoyada por la mayoría de países de la UE; dos, a fin de cuentas, el gobierno estaba defendiendo lo mismo que PP y Ciudadanos, todos apoyaban a Guaidó… así que mejor dejar de hacer el ridículo. Y se agarraron con uñas y dientes al asunto que les cayó del cielo y, en muy pocas horas, se puso de moda: el “relator” para Cataluña (¡Así que Guaidó al carajo, que ya no sirve para atacar al gobierno!). Pusieron en marcha una reacción desproporcionada, desmesurada, puro postureo porque no se trata de mostrarse contrario a una medida del gobierno con argumentos sólidos, sean ideológicos o políticos, sino de mostrar a sus posibles votantes cuál de los dos partidos es más de derechas, es decir, se trata pura y simplemente del intento de ganar votos como sea y, por eso, recurren al insulto más soez y a acusaciones tan graves como la de traición sin llevarlas a los tribunales, lo que demuestra que es una pura farsa, algo instrumental con interés exclusivamente partidista.
Pero también hay otra oposición, la que ejercen algunos de los barones socialistas al gobierno de su propio partido. Varios de ellos, sin llegar a la virulencia del PP, también se manifestaron exageradamente contrarios a la figura del famoso “relator”. Claro que el anuncio atropellado del gobierno relativo a este asunto y sus explicaciones confusas han sido leña para el fuego y, por si no bastara con esto, su estrategia de comunicación interna no es que haya sido mala, es que no ha existido y, debido a ello, lo que ha ocurrido era previsible. ¿Cómo es posible que, antes de hacerlo público, no haya hecho lo necesario para asegurarse, al menos, el apoyo de los suyos? Tanto el gobierno como sus críticos dentro del PSOE se han equivocado.
La oposición, en general, unos por un interés, otros por otro, pero en ningún caso por el interés de la mayoría de los ciudadanos, olvida que el auténtico debate, el que importa de verdad, es el que atañe a los presupuestos, al dinero de todos. Porque al hablar de presupuestos, hablamos de las infraestructuras (más o menos trenes, carreteras, colegios, etc.); de revertir la situación de la ciencia española dándole los medios necesarios para que regresen los científicos que se han ido durante la crisis; de la educación y de la sanidad dando medios a las CCAA para que nuestros hijos y nietos se formen en escuelas bien equipadas y todos podamos ser atendidos en hospitales y centros de salud que cuenten con suficientes profesionales y equipamientos; y tantas otras cosas mucho más necesarias que los insultos, los balcones, las banderas, la patraña de que España se rompe…
Bien, pues los peores pronósticos se han cumplido y los nacionalistas –alguno de los cuales se considera de izquierdas- y la derecha se han unido, unos con una excusa, otros con otra (¿qué más da?), para impedir que tengamos unos presupuestos que incluían determinadas mejoras, algunas importantes, para todos. En las próximas elecciones del 28 de abril los votantes, de un partido o de otro, deberemos tener muy en cuenta lo que han hecho y actuar en consecuencia.
Como conclusión. Al gobierno y a la oposición, tanto a la externa como a la interna debemos exigirles que, ante problemas como este –al que hemos llegado tanto por la cerrazón de los independentistas como por la malísima gestión del gobierno (del anterior más que del actual)-, actúen con altura de miras, con responsabilidad y con lealtad. Esto, en mi opinión, se traduce en elevar el diálogo a categoría, entendiendo este como el principal instrumento de la política si entienden esta como yo creo que debe entenderse: la forma de resolver los problemas de la gente. Y claro, si para que el diálogo se produzca y dé fruto hacen falta mediadores, negociadores o relatores, bienvenidos sean. Porque el problema no está en el “relator”, sino en si se busca la solución o más votos para las próximas elecciones.