GETAFE/La piedra de Sísifo (15/01/2019) – Hoy he amanecido con un terrible dolor de cabeza, tengo tendencia a sufrirlo y este tiempo revuelto no ayuda mucho a paliarlo; como es una patología con la que debo tener especial cuidado, he pedido cita en mi médico de atención primaria y, ojo al dato, me han dado para el jueves a las 17.40 h. que, con los retrasos que van acumulando unido a que hay algunos de vacaciones, ya serán las 20.00 h cuando me atiendan. Desde la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid desaconsejan encarecidamente la automedicación pero ¿espero hasta última hora del jueves con un congreso de batukadas en el interior de mi cráneo o me tomo un potente analgésico para poder abrir los ojos? Adivina qué solución he adoptado.
Tengo varios familiares y amigos dedicados profesionalmente a la docencia, unos trabajan en la pública y otros en la privada/concertada. Pese a los hachazos perpetrados a su nómina durante la mal llamada “crisis”, quienes trabajan en la pública (la de todos) perciben un salario razonable que les permite vivir sin lujos pero también sin especiales privaciones; su queja más repetida es la de unos medios escasos, obsoletos y en retroceso y unas ratio demasiado generosas para lograr unos resultados óptimos. Quienes trabajan en la privada/concertada (de empresas y/o confesiones religiosas) disponen de medios de última generación en cantidad suficiente y con un número de alumnos apropiado para sacarles un buen rendimiento; a cambio, perciben un salario precario, sin vacaciones, y mucho cuidado con protestar que van a la calle inmediatamente. Casualmente, los fondos para nutrir a ambas salen del mismo sitio, nuestros bolsillos, pero mientras la pública recibe cada año lo mismo (con alguna reducción disimulada), la privada recibe cada presupuesto más dinero aunque sus programas educativos sean contrarios a criterios pedagógicos mínimos o directamente aberrantes en algún caso. ¿No debería ser al revés?
Vivimos en una sociedad en que, si no perteneces a la clase pudiente, tus expectativas vitales se reducen a currar como un cabrón toda tu vida para terminar sobreviviendo con una magra jubilación (eso si no tienes que alimentar a tus descendientes en paro y los descendientes de tus descendientes). Tenemos el privilegio de contar con una clase empresarial (empresaurial) cuyo espíritu se basa en darle al trabajador lo menos posible a cambio de tenerlo asfixiado durante jornadas laborales fuera de la ley. Se pasan la vida llorando y exigiendo no pagar impuestos, demonizando a sus trabajadores y, en una sencilla comparación, observamos que son quienes tienen el porcentaje más elevado de beneficio de la Unión Europea con unos trabajadores con niveles altísimos de productividad. Estos trabajadores perciben unos salarios muy bajos, con menguantes derechos laborales, carecen de seguridad para afrontar proyectos vitales a medio/largo plazo y en algunos casos, trabajar no significa salir de la miseria ¿Por qué opción política tienden a inclinarse los trabajadores más explotados, por las de izquierda que buscan aumentar su bienestar y restablecer sus derechos hurtados o por las de la derecha que, no contenta con las condiciones en que les han dejado, pretenden agravarlas? Parece lógico ¿verdad? Pues no. Yo tampoco lo entiendo.
Esperemos, al menos, que mientras resolvemos estas y otras contradicciones que no debería existir, seamos felices.