GETAFE/La piedra de Sísifo (22/01/2019) – Me encanta cocinar, para mí supone un bálsamo de relajación y, con el paso de los años, he ido consiguiendo que mis guisos ya sean medianamente digeribles. Practicando y practicando uno descubre que hay ingredientes exóticos, muy raros, sofisticados, carísimos, difíciles de encontrar y que requieren de elaboraciones minuciosas y a menudo arriesgadas. En otros casos, la mayoría de las veces, sea cual sea el resultado que pretendas conseguir, un ingrediente se repite constantemente y da lo mismo que sea crudo, frito, asado, estofado; para primer plato, plato fuerte o postre. Además, se trata de un ingrediente modesto, barato, versátil e imprescindible; estamos hablando de la cebolla y solo le encuentro un inconveniente, te hace llorar.
En la política local, ya sea por curiosidad, por necesidad o por rivalidad, estamos esperando que salga de la cocina el plato denominado “Candidato del PP a la Alcaldía de Getafe” y hay conjeturas para todos los gustos, nunca mejor dicho. Las posibilidades son bastante abiertas y encontramos posibles recetas protagonizadas por componentes de los tres reinos de la naturaleza: vegetal, animal y mineral, pero siempre acompañadas por el ingrediente que está en todas partes, participa en todos los comistrajos y, al igual que la cebolla, ha demostrado una descomunal capacidad para hacer llorar a todo aquel que ose acercársele: Juan Soler.
Tenemos al candidato “oficial”, elegido en primarias y enemigo cordial de Soler, Rubén Maireles. Por su carácter, magnetismo, atractivo personal, cuidado discurso y enfervorecidas masas de partidarios podría comparársele a un plato de acelgas rehogadas; puede que le guste a alguien y que ese alguien lo promocione por ser aparentemente beneficioso para la salud pero, no nos engañemos, su aporte proteico es nulo, el de vitaminas y minerales no compensa su acre sabor y la única virtud reconocible es la fibra que contienen. Es decir, un candidato cuya mayor virtud es soltarnos las tripas no merece ir encabezando las papeletas.
Soler, otra vez él, para evitar el aterrizaje en Getafe de un paracaidista, tal y como él hizo, ha levantado el castigo de destierro al que sometió a Carlos González Pereira, a quien prohibió pisar Getafe, así, como suena. El Carlitos de toda la vida, que ya tuvo sus oportunidades y no triunfó, huele y sabe a plato recalentado que, después de haber estado ocho años en el congelador, tiene un inconfundible bouquet a rancio.
Pero quien realmente gusta a Soler, y se adaptaría a la ensalada de nombres que puede ser la lista popular, es su otrora “Inés del alma mía”, Mirene Presas que, ya que de ensalada hablamos, desempeñaría con solvencia el papel de vinagre sin ningún esfuerzo. Ahora bien, no se han cansado de comerle la oreja diciéndole la enorme clase que atesora y, cual Vinagre de Módena, se considera más capaz de adornar un plato de alto nivel que un puñado de lechuguinos sin apenas sal y pretende dar con sus huesos en los fogones de la Asamblea de Madrid.
Suena algún otro nombre asociado al menú de quien rivalizó con Maireles en las primarias y fue oposición interna a Soler, sufriendo su ira desatada con frecuencia, es José Luis Vicente Palencia quien, consciente de estar un poco quemado, trata de remover la cazuela, con sabiduría de experto chef comunicador con contactos, de modo que asome a la superficie su candidata, cuando los miembros del jurado estén mirando con atención. Hablamos de Olga Camacho, que viene aderezada por su cercanía a la candidata a la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso.
Todo gran cocinero que se precie, da igual el plato que elabore, tiene siempre a mano un ingrediente secreto, que solo conoce él y que le distingue del resto de colegas. En el caso que nos ocupa, solo conocemos que viene de arriba, como quien esparce en el aire una exclusiva mezcla de finas hierbas esperando que se pose en el momento preciso, puede que no resulte del todo desconocido, con lo que el paladar no percibirá un sabor demasiado extraño y sobre todo, por encima de todo, a Soler le produce tal indigestión que desde que empezó a sonar su nombre moja su media docena diaria de porras del desayuno en un tazón hasta arriba de Almax.
Sentémonos a la mesa servilleta al pecho, cuchillo y tenedor en prevengan y con un único objetivo: que en la sobremesa seamos un poco más felices, nunca menos.