También será posible que esa hermosa mañana
ni tú, ni yo, ni el otro la lleguemos a ver
pero habrá que empujarla para que pueda ser.
José Antonio Labordeta
GETAFE/Todas las banderas rotas (26/12/2018) – Durante mucho tiempo ha habido mucha gente avisando del peligro. Pero entre los políticos había quien no creía que existiera tal peligro; algunos pensaban que el peligro no estaba tan cerca como para preocuparse; y otros, en fin, no consideraban que la ultraderecha fuera un peligro.
Ideología es lo que pensamos sobre lo que los romanos llamaban la res pública, es decir, todo lo que no es privado, lo que pertenece al común o, al menos, está al servicio de todos. Por ejemplo, ¿cómo debe ejercerse la autoridad? ¿Cómo debe tratarse al delincuente? ¿Qué impuestos debemos pagar, quién debe hacerlo y quién no? ¿La sociedad (el Estado) debe ocuparse de los débiles, de los que no tienen recursos para abrirse camino, o cada cual ha de resolver por sí mismo las situaciones involuntarias de infortunio que le lleguen? ¿Hay servicios públicos (educación, sanidad, justicia…) que deben ser los mismos y gratuitos para todos o no? ¿Cuándo y para quien han de abrirse nuestras fronteras? Según respondamos a estas y otras muchas preguntas estaremos definiendo nuestra ideología. En definitiva, se trata de cómo queremos que sea la sociedad en la que vivimos o, dicho de otra forma, qué le pedimos al Estado, cómo le pedimos que se ocupe de nuestros miedos e incertidumbres.
Hay gente, en España y en todos los demás países, que lo pasa mal, que no tiene trabajo, que no llega a fin de mes, que no ha notado que la crisis haya terminado, que está asustada porque constantemente ve en la televisión que hay crímenes y corrupción y, mientras tanto, su situación no mejora. Hay partidos que, sin identificar a los auténticos responsables y sin explicar el verdadero origen de esos problemas, ofrecen soluciones muy simples; no les importa si los problemas que provocan los miedos de la gente son o no tan graves como parecen o, incluso, que quizá no existan; tampoco si las soluciones que plantean son irrealizables o imposibles; lo que únicamente les importa que esa gente que está sufriendo identifique como propios esos problemas y escuche lo que estaba deseando oír. Si, además, se acompaña el discurso con parafernalia épica, cantos, banderas, gritos y lenguaje “popular” es muy fácil vender el producto.
Bien, pues esos partidos representan la ideología ultraderechista, son la ultraderecha.
Una ultraderecha que lleva algún tiempo instalada en algunos países europeos, también en Estados Unidos, hace poco en Brasil y, finalmente, en España. Sí, en este país nuestro en el que se ha repetido hasta el aburrimiento que no había ultraderecha porque estaba en el PP, y muchos dirigentes políticos de los partidos de izquierda estaban convencidos de que esta situación permanecería así indefinidamente. Por mucho que algunos advirtieran de que venía el lobo.
No creo que se equivoque quien diga que, en el momento actual, tenemos en nuestro país dos partidos de ultraderecha (Vox y PP) y un tercero (Ciudadanos) que, con tal de tocar poder, se apunta a lo que sea: ahora, a la ultraderecha.
Vox en sus mensajes, a pesar de que lo niegue por conveniencia táctica, se muestra como claro exponente de la ultraderecha. No hay mucho más que decir.
El PP siempre ha sido una derecha carpetovetónica, poco civilizada, en nada parecida a la derecha democrática europea que, desde el final de la segunda Guerra Mundial, contribuyó, junto a la socialdemocracia, a crear un espacio de derechos y democracia en Europa. Nació de las ruinas del franquismo con el no declarado objetivo de mantener las esencias de la dictadura en el nuevo escenario democrático que se dibujaba a la muerte del dictador; por eso los franquistas recalcitrantes, la ultraderecha nacionalcatólica española, al no encontrar mejor lugar en que alojarse, se quedó en la primigenia Alianza Popular esperando su momento. Llegada la ocasión, se desgajan del PP y nace Vox lo que obliga a que lo que queda (el “nuevo PP de Casado”) se radicalice para, robándole el discurso a Vox, intentar recuperar a los fugados.
Por lo que toca a Ciudadanos, ha dado suficientes pruebas de que no tiene escrúpulo ninguno en adaptar su ideología –en realidad, me pregunto si en lugar de ideología tiene principios marxianos- a la situación que considere ventajosa en cada momento, y ahora parece que toca apuntarse a la ultraderecha: nada nuevo bajo el sol de Ciudadanos que ya fue a unas elecciones europeas de la mano de un partido ultraderechista.
Pero para mí lo que más importa es la actitud de los partidos de izquierda. Su ceguera, su pasividad, su inacción respecto a los verdaderos problemas que sufre la gente es lo que ha permitido que la ultraderecha haya llegado a las instituciones con el respaldo electoral de muchos ciudadanos. Llamo la atención sobre lo siguiente: no digo que sean la causa –debemos tener muy claro donde está realmente el poder que mueve los hilos-, digo que lo ha permitido porque, primero, no ha tenido la necesaria visión política sobre lo que se nos estaba viniendo encima; segundo, no ha sabido reaccionar cuando el lobo ya estaba aquí y esto es lo peor porque, en muchos casos, ha respondido acercándose a las tesis ultraderechistas, no como el PP para evitar la fuga de adeptos, sino creyendo equivocadamente que así iba a calmar la fiereza del lobo.
Lo que, en mi opinión, toca hacer desde la izquierda, es profundizar en las causas, preguntarse y analizar con honestidad por qué avanza la ultraderecha y retrocede la izquierda. Si ese análisis es serio y sincero deberá desembocar en un proyecto que, cimentado en los tradicionales principios de la izquierda, afronte las necesidades y problemas actuales con soluciones nuevas y distintas a las de cualquier derecha, incluida, por supuesto, la ultraderecha. Y, sobre todo, más que en la búsqueda de votos, debe ocuparse en hacer pedagogía, en explicar de manera que se entienda lo que hace y por qué lo hace; ahora, más que los votos –que también- importa que los ciudadanos comprendan cual es el peligro y, sin recurrir al miedo y sin aspavientos, hacer ver claramente cuáles pueden ser las consecuencias de que la ultraderecha se instale en las instituciones.
Para ello debe abandonar los miedos, el discurso vacío y acomodaticio y proponer los cambios que, de verdad, conduzcan a esa hermosa mañana que la mayoría de los ciudadanos espera y desea: aquella en la que todos seamos, por fin, libres, en la que la igualdad sea real y la fraternidad el lugar en que nos encontremos.
Aspirino
7 enero, 2019 at 21:00
Es curioso pero a Podemos nunca le catalogas como lo que realmente es, un partido populista,comunista y de extrema izquierda,si de EXTREMA izquierda…Recordemos ademas que su ideologia,el comunismo no se sustenta en ningún país democrático y que a sus espaldas carga la friolera cifra de mas de 100.000.000 de muertos…Menos demagogia señores,que se les ve el plumero…VOX no es de extrema derecha, es de extrema necesidad y dice lo que mucha gente piensa en España y no se atreve a decir sin miedo a que le clasifiquen como facha por decir lo que realmente pasa