Los que se ofenden por un sencillo acto de humor y lo consideran un ultraje a la bandera (olor a naftalina), son los mismos que no tienen pudor en tratar de inundar una ciudad con ellas, regalándolas, para conseguir rédito electoral; los que llevan banderitas en el cuello del polo y pulseras mientras se llenan los bolsillos con dinero público robado por millones. Son los patriotas de “cuenta de resultados” y los gilipollas que los aplauden mientras les levantan la cartera.