Mejor que levantar la voz, reforzar el argumento.
George Herbert
GETAFE/Todas las banderas rotas (28/11/2018) – Hay ideas y frases que circulan con mucha frecuencia y demasiada alegría; dos de ellas son: “tenemos los políticos que nos merecemos” y “los políticos son el reflejo de la sociedad que representan”. Yo no estoy nada seguro, más bien no las comparto. Cuando veo, para mi desgracia, lo que ocurre con demasiada frecuencia en el Parlamento español –al que Raquel Martos llama con mucho humor y acierto el “hemicirco deluxe”- yo no me reconozco.
Quien me lea se dará cuenta que estoy pensando en la penosa sesión de control al Gobierno del pasado día 21 de noviembre en la que (¡otra vez!) pasó a ser la ocasión en que los diputados, de uno u otro partido, olvidaron para qué están allí y para qué les pagamos los ciudadanos.
El problema, como han apuntado algunos analistas, es que no se trata de episodios puntuales que surjan como consecuencia de la exaltación o la vehemencia con que algunos diputados defienden sus propuestas o sus ideas; se trataría, más bien, del interés de algún partido por instalar la “estrategia de la tensión” que practicó y sobre la que teorizó Karl Rove, asesor de George Bush. Esa estrategia consiste en la expresión repetida insistentemente del desacuerdo sistemático respecto a las propuestas o iniciativas del oponente político, no ya por ser contrarias a la propia posición, sino por venir de quien vienen; es más, dichas propuestas se presentan ante la opinión pública como una amenaza a la convivencia democrática, como un cambio ilegítimo de las reglas del juego democrático, etc., lo que lleva aparejado el rechazo de pactos o acuerdos aunque beneficien a los ciudadanos y a la ruptura del consenso o de la colaboración con el gobierno en eso que se ha dado en llamar “asuntos de Estado”; en el actual momento político español lo que digo se demuestra con toda claridad en dos asuntos en los que el gobierno, con todos los matices críticos que se quiera, debería estar sólidamente apoyado por toda la oposición en lugar de ser utilizados como material electoral: el problema catalán y el Brexit. Pero, por el contrario, como colofón de esa estrategia, trasladan a la ciudadanía el miedo, la idea de que el país (la patria) está en un “momento histórico” de enorme gravedad donde nos jugamos la supervivencia nacional, provocando así una auténtica alarma social que les sirve para retroalimentar la estrategia corriendo el riesgo de que se dé lo que se llama “la profecía autocumplida”.
No se trata de buscar culpables –aunque, sin duda, unos lo son más que otros- sino de que todos se responsabilicen de la parte que les toca y se comprometan a poner soluciones encima de la mesa en lugar de dar puñetazos sobre ella o echar la culpa a los demás. Sonroja escuchar a los mismos que han protagonizado cualquiera de esas escenas tan vergonzosas, acusar a los otros, no asumir la responsabilidad de los propios actos, verlos comportarse indignamente al olvidar que son representantes de todos los españoles, no solo de los que les ríen sus burdas gracietas.
Porque las palabras no se las lleva el viento, la palabra, más aún si queda escrita, compromete. Por eso las pronunciadas por la presidenta del Congreso de los Diputados en la ocasión que comento tienen un gran valor, al menos yo se las doy porque, cuando la inmensa mayoría de los diputados no hablan de nosotros sino de sus asuntos utilizando, además, el insulto y los ataques personales, ella puso un punto de cordura y dignidad con sus palabras. Y por eso, también, hay que llamar a la responsabilidad de los medios de comunicación: no es aceptable que tomen el episodio del escupitajo (cierto o falso, no me importa) como excusa para vender horas de televisión, páginas de prensa escrita y multitud de tertulias televisivas o radiofónicas; se echa en falta la reflexión sobre el fondo de los asuntos, sobra la insistencia en episodios anecdóticos en detrimento del análisis de fondo (¿cuántas veces seguidas se ha podido ver el paso de los diputados de ERC por delante del ministro Borrell?). Los profesionales de la comunicación, que tienen la palabra como herramienta de trabajo, no deberían pronunciar o escribir “fascista”, “golpista” “indigno”, “hooligan”, “serrín y estiércol”, “golpe de estado”, y otras con la despreocupación e inconsciencia con que lo hacen, colaborando, unos inconscientemente pero otros muy conscientes, en la estrategia de la tensión.
Pero lo que está pasando no es nuevo, no es algo episódico producto de una situación extraordinaria y peculiar, sino que, como digo, se trata de una estrategia que ciertos partidos vienen practicando desde hace tiempo. No hemos olvidado el “¡Qué se jodan!” de Andrea Fabra; o la “cal viva” de Pablo Iglesias; o aquello de “Están todo el día con la guerra del abuelo, con las fosas de no sé quién, con la memoria histórica…» y muchas más de Pablo Casado; y a Rajoy dirigiéndose a Zapatero con aquel terrible “Usted traiciona a los muertos…”; o, para no cansar, tantas y tantas perlas que podemos encontrar en la hemeroteca vomitadas por la boca de Rafael Hernando.
Àngels Barceló recordaba hace unos días aquel tiempo de la denostada transición, cuando vimos bajar las escaleras del hemiciclo a Dolores Ibárruri y a Rafael Alberti cogidos del brazo entre los aplausos del resto de los diputados; cuando escuchábamos debatir a Santiago Carrillo y a Manuel Fraga sin recurrir al insulto, con mucha dureza, sí, pero con argumentos políticos nada más ¡con lo mucho que podrían haberse dicho, desde sus respectivas posiciones políticas tan alejadas, si no hubieran pensado en el interés general! Y la prensa de entonces se consideraba a sí misma parte activa del proceso de democratización de la sociedad; ninguno de los que vivimos aquella época podremos olvidar el papel absolutamente positivo, incluso me atrevería a decir que imprescindible, que jugaron la SER y El País, aunque no solo estos dos medios.
Pero ¡ay!, actualmente hemos de contar, nos guste o no, con las “redes sociales”. Estas son instrumentos de comunicación utilísimos… si se utilizan para comunicar. Pero no, han devenido en algo mucho peor que la antigua “barra del bar” donde cualquiera pontificaba sobre lo que ignoraba o hacía ejercicios de cuñadismo; digo algo mucho peor por dos razones: una, en el bar le veías la cara al que despotricaba o insultaba, pero en las redes campa el anonimato; y dos, lo del bar quedaba entre los cuatro o cinco que conversaban a gritos, en las redes llega a millones de personas el insulto y la mentira intencionada, en fin, son la herramienta perfecta para expandir la estrategia de la tensión… y otras estrategias.
Es en ellas, en las redes sociales, donde los rufianes tienen barra libre; lo triste, e incluso peligroso, es que la tengan también en el Congreso de los Diputados.
PD: Lo dicho es aplicable a Getafe; sustituyan Congreso de los Diputados por Pleno municipal y diputados por concejales y saquen sus conclusiones.